En febrero de 1972, Richard Nixon fue a China y restauró las relaciones sino-estadounidenses que estaban rotas desde hace 23 años. Nixon tuvo una serie de reuniones importantes con el primer ministro de China, Zhou Enlai, donde discutieron el amplio marco estratégico que guiaría las relaciones bilaterales.

Las reuniones entre Obama y el presidente Xi Jinping el fin de semana pasado tienen el potencial de ser una cumbre histórica similar, pero con una salvedad importante.

China siempre ha jugado una brillante mano débil. Cuando Mao Zedong y Zhou se reunieron con Nixon y Henry Kissinger, el gigante asiático se encontraba en medio de un caos económico, político y cultural. Su producto bruto interno per cápita había caído por debajo del de Uganda y Sierra Leona. Sin embargo, Pekín negociaba como si fuese un alto mando. Hoy en día, tiene un enorme valor, pero no es otra superpotencia del mundo, y no debemos tratarla como tal.

EEUU fue acusado de tener una política exterior confusa, contradictoria, ya que cada administración invierte la de su predecesor. Esto es a menudo una caracterización errónea, especialmente en lo relacionado con la política de China. Desde que Nixon y Kissinger abrieron la puerta, la política exterior de EEUU respecto a China ha sido muy consistente en más de 40 años y ocho presidentes. Washington ha tratado de integrar a China en el mundo, económica y políticamente. Esta política fue buena para EEUU, buena para el mundo y muy buena para China. Pero muchas de las fuerzas que unieron a los dos países están disminuyendo. Durante las dos primeras décadas de relaciones, Washington tenía razones estratégicas para alinearse con Pekín y cambiar el equilibrio de poder en contra de la Unión Soviética. Mientras China estaba en sus primeros años de desarrollo, necesitaba desesperadamente el acceso al capital, la tecnología y la ayuda política de EEUU para expandir su economía. Actualmente, China es mucho más fuerte y está actuando de una manera que va en contra de los intereses y valores de EEUU (lanzando ciberataques contra sus políticas en África). Por su parte, Washington debe responder a las realidades de Asia, donde sus aliados históricos están nerviosos por el crecimiento de China.

Es por eso que las reuniones entre Obama y Xi son importantes. Ambos países necesitan ver la relación con una mirada lúcida y encontrar un nuevo camino que pueda definir un marco de cooperación para el futuro, como lo hicieron Nixon y Zhou en 1972. Ambas partes deben tratar de crear un ambiente de confianza amplio en lugar de trabajar a través de una lista de “cosas por hacer”. Algunos estadounidenses quieren considerar estas reuniones como una especie de alianza “G-2” entre las economías más grandes del mundo. Eso no estaría al servicio de los intereses de EEUU ni de los de la estabilidad e integración global.

China es la segunda economía más grande del mundo y, debido a su tamaño, algún día se convertiría en la más grande. Per cápita, es un país de medianos ingresos, y nunca podría superar a EEUU en ese sentido. Sin embargo, el poder se define junto con muchas dimensiones, y por la mayoría de las medidas políticas, militares, estratégicas y culturales, China es una gran potencia, pero no mundial. Por ahora, carece de la ambición intelectual para establecer la agenda global.

El erudito David Shambaugh, quien siempre ha tenido una buena disposición hacia China, expresó en un reciente libro que: “China es, en esencia, un estado de mente estrecha, egoísta, realista, que sólo busca maximizar su propio interés y el poder nacional. Se preocupa poco por la gobernanza mundial y por la aplicación de las normas de comportamiento universales (excepto por su tan difundida doctrina de no injerencia en los asuntos internos de los países). Sus políticas económicas son mercantilistas y su diplomacia es pasiva. China también es una potencia estratégica solitaria, sin aliados, que experimenta desconfianza y relaciones tensas con gran parte del mundo”.

Pekín quiere buenas relaciones con Washington y un clima general de estabilidad externa. En parte, esto se debe a que se enfrenta a enormes desafíos internos. Los dirigentes chinos quieren emprender una reforma seria en el país (descrita como “rectificación”) y están buscando una manera de generar una mayor legitimidad del Partido Comunista, experimentando con un retorno a la retórica maoísta así como un resurgimiento del nacionalismo. Pekín quiere crecer sin crear un poderoso movimiento contra China en las otras potencias de Asia.

Estados Unidos debería buscar buenas y profundas relaciones con China, ya que eso contribuiría a un mundo más estable, próspero y pacífico. Una mayor integración de China en un sistema global abierto ayudaría a mantener ese sistema, así como la economía mundial abierta que en él se sostiene. Pero esto sólo puede suceder si China reconoce y respeta ese sistema y comienza a desempeñarse desde la perspectiva de una potencia mundial y no desde la de un Estado de “mente estrecha” que sólo busca maximizar sus intereses. En otras palabras, debemos tratar a China como una superpotencia, sólo cuando comience a actuar como tal.

Es periodista indio-estadounidense. © The Washington Post Writers Group , 2013.