La minería nacional en crisis
A nadie se le ocurre ni mencionar que el problema de Huanuni es la excesiva mano de obra
La actual crisis económica mundial ha repercutido también en el precio de los minerales. Éstos habían mantenido un alza constante durante el primer decenio del presente siglo, pero ahora comienzan a bajar. Lamentablemente, como aquí la mayoría de las minas son explotadas por cooperativistas mineros o por el Estado, los cuales no prevén el futuro y no tienen sentido del ahorro, este descenso de precios puede afectar grandemente al país. Posiblemente, dichas explotaciones entren muy pronto en graves dificultades económicas hasta llegar a una verdadera insolvencia.
El caso patético es Huanuni, vieja e histórica mina, que se convirtió en una de la bases de la economía nacional durante 80 años. Junto con otras minas importantes, llegó hasta financiar una guerra internacional, la del Chaco. Y cuando se la nacionalizó, fue una de las columnas vertebrales de Comibol, la gran empresa estatal que surgió en los años 50.
Como se sabe, desde su fundación, Comibol tuvo que afrontar el grave problema de un enorme número de trabajadores, lo que determinó que nunca pudiera levantar cabeza. Sólo se mantuvo gracias a las subvenciones del Gobierno nacional y a la ayuda extranjera. Cuando Comibol se derrumbó, en la década de los 80, se entregaron las minas a cooperativistas que no poseían ni capital, ni tecnología, ni profesionales competentes. En consecuencia, esos pobres operarios desde esa época sólo están destrozando las minas sin obtener casi ningún beneficio de ellas. Como ejemplo tenemos la explotación del Cerro Rico de Potosí, que determinará que pronto se hunda su zona alta y desaparezca el extraordinario símbolo en que se constituyó durante 450 años.
La experiencia de la antigua Comibol no ha servido para que la nueva administración constituida por el actual Gobierno cambie de programa y de organización. Continúa con los errores del pasado, sobre todo el de mantener un exceso grande de mineros, quienes además exigen bonos y beneficios, que impiden a la entidad ahorrar para las épocas de crisis.
Ésta ya llegó, y ahora ya se está pensando en que el Gobierno la subvencione. Pero a nadie se le ocurre ni mencionar que su problema es la demasía de mano de obra. Pues si contase con la mitad de sus operarios, se constituiría en una industria eficiente, pese al descenso del precio internacional del estaño.
Es menester que los bolivianos hagamos conciencia de la absurda situación en que nos encontramos respecto a la minería. Somos un país con ingentes riqueza mineras sin explotar o muy mal trabajadas, debido a una errada concepción del término “nacional”. Defender lo nacional no significa ser opuesto al capital o tecnología extranjeros. Potosí, el departamento más rico en minas, es paradójicamente el más pobre del país.
La única forma de obtener grandes beneficios de la minería es incrementar la inversión en esta área y atraer capitales extranjeros, como lo hacen los países vecinos, sobre todo Chile y Perú, quienes obtienen de este rubro por lo menos la mitad de sus ingentes exportaciones. El mejor ejemplo de la explotación minera por una empresa extranjera es San Cristóbal, quien tributó el año pasado más de $us 200 millones en impuestos a las utilidades, y cerca de $us 800 millones desde que inició sus labores en octubre de 2007; además, da trabajo a 1.400 empleados directos y a más de 5.000 indirectos.
Mientras continúe la mayoría de nuestras minas en posesión, ya sea de miserables cooperativistas o de entidades estatales, Bolivia no podrá crear una gran industria minera, como existe en los países vecinos ya mencionados. Es fundamental, por lo tanto, que se supere la desconfianza al inversor foráneo y se comprenda que sólo con su apoyo económico y técnico se puede levantar la minería y dar paso a una verdadera revolución económica en el país. Bolivia puede y debe constituirse en lo que fue antaño, una de las principales regiones mineras del mundo.