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De Oriente a Occidente

Puede hallarse en La Paz la película Stoker (2013) de Park Chan-Wook (Corea del Sur, 1963), el magnífico director de lo que se ha denominado “la trilogía de la venganza”: Simpatía por el Sr. Venganza (2002), Old Boy (2003), Señora Venganza (2005) y de Sed (2009), esa extraña cinta coreana de vampiros. Stoker está protagonizada nada menos que por la Kidman y la Wasikowska, y es el primer film del coreano en Occidente. Obviamente, en esta película hay un gran cambio respecto de sus predecesoras, enteramente filmadas en Corea, con actores e idioma coreanos. En este caso, el paso a Occidente implica: trabajar con actores y guión occidentales, y en un ámbito cultural occidental (en este caso, EEUU).

Al inicio de la película, temí: ¿podría uno de los maestros del cine oriental pasar al occidental sin perder la garra? Pues debo decirles que sí, lo logró. Se trata de una impecable obra de género negro, en su vertiente asesinos en serie, en la que efectivamente ya no está Choi Min-Sik, el actorazo de Old Boy, ni se da esa forma particular —casi operática a momentos— que tiene el coreano de armar las actuaciones de sus estrellas. Hay más bien aquí una contención y una violencia sorda casi insostenibles, que el maestro sostiene muy bien. Se trata de una cinta filmada como si fuera un dibujo perfecto, ejecutado lentamente con la punta de un cuchillo muy filo.

Este paso a Occidente se ha dado ya en otros grandes maestros del cine de (medio) Oriente: el maestro de maestros, creador de Close-Up (1990) y El sabor de la cereza (1997), Abbas Kiarostami (Irán, 1940), filmó Copia conforme (2010) nada menos que con la Binoche en Italia; y Wong Kar Wai (China, 1958), ese poeta de la imagen de Con ánimo de amar (2000) y 2046 (2004), se mandó Mis noches de arándano (2007) con Jude Law, Rachel Weisz y Natalie Portman. En el caso del iraní, casi no reconoces su marca, pues su cine tiene mucho que ver con el paisaje iraní, la participación de actores no profesionales y un tempo personalisímo, lento pero muy cargado. Eso desaparece en Occidente: emerge más bien un sofisticado armazón a partir del guión de Eliacheff (psiquiatra francesa y guionista, famosa por haber trabajado con Chabrol) y la premiada Lahidji (adaptadora iraní). Kiarostami se reinventa, hace otra cosa; plantea en este film una muy compleja metanarrativa referida a la construcción de los personajes. Wong Kar Wai sigue la veta que lo caracteriza: su exploración artística de la imagen poética y la potencia de las historias de amor, esta vez en un contexto clásicamente americano: sus cafeterías, bares y casinos. Pasa a Occidente impoluto, con el veterano escritor de novelas policiales Lawrence Block como co-guionista.

Moraleja: el arte no tiene fronteras. Moraleja 2: el meganegocio occidental del cine no necesariamente deglute para destrozar a los grandes directores orientales.