‘¡Arriba El Alto!’
Nogales, incorporando al otro en su mirada, hace cultura para todos. Su obra es un reflejo de la pluralidad
En el reflejo de la mirada del otro, me reafirmo. Soy si somos”, dice Iván Nogales, el hombre que hace más de 30 años viene trabajando por la cultura. Antes de empezar esta columna, quise agregar al final de la primera oración (por la cultura)… “de la ciudad de El Alto”; pero eso no es cierto, Iván hace cultura para todos, porque su obra es un reflejo de la pluralidad, siempre incorporando al otro en su mirada.
Lo conocí en la UMSA, a finales de los setenta, esa década en la que luchábamos por un mundo mejor. Iván se dejó de discursos y decidió actuar en su propio barrio, El Alto, que aún no era ciudad. Allá invitó a su casa a siete niños de la calle, y con ellos nació la idea de crear una comunidad artística.
“Primero sueño la realidad, luego existe”, me dice Iván en su libro La descolonización del cuerpo, que publicó la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia. Y así fue, él soñó su realidad, y su mundo existe en ella, una fundación y un grupo teatral que se han convertido en un ejemplo de gestión cultural en todo el mundo.
Tanto así que Celio Turino, exsecretario de Cultura de Lula da Silva, afirma que Iván es uno de los grandes promotores de la Cultura viva, cuyo objetivo es potenciar las energías creadoras de los pueblos, haciendo que la gente sea agente de su propia transformación. Y eso es lo que vimos el martes 25 de junio, en la casa de la Fundación Compa, en la Calle de la Cultura de El Alto, un paseo peatonal llamado así en homenaje a la labor que realiza Iván, a quien los jóvenes que trabajan con él lo llaman “hermano mayor”.
Vimos una obra de creación colectiva del grupo Trono, denominada ¡Arriba El Alto! En este teatro, diferente a todos los que conozco, el escenario estaba en los cuatro lados, como los puntos cardinales que nos otorgan una visión diferente del paisaje, del clima y de la gente. Y a medida que avanzaba la interpretación, caí en cuenta del porqué de esa elección: los diferentes cuadros de la obra nos obligaban a cambiar la mirada, a la izquierda, a la derecha, adelante, atrás, y de esta manera la perspectiva se hacía también diversa, pero sin perder la estructura de la historia contada.
En la obra, 17 jóvenes cuentan la historia de El Alto, la llegada de los mineros relocalizados que le dan la base ideológica y combativa a las juntas vecinales, y la migración de campesinos aymaras que le otorgan la base cultural identitaria. Los espectadores vamos migrando nuestras miradas para ver la historia de amor entre una joven campesina y el hijo de mineros relocalizados. Este drama se va mezclando con el de la ciudad, asumiendo todos los riesgos, así como sus miserias y sus encantos: las entradas folklóricas, la violencia cotidiana, el caos vehicular, la discriminación, el racismo y el valor de los alteños. Si antes fueron los mineros los sacrificados en las calles, ahora son las mujeres las que toman las calles y nos muestran el camino de nuestros sueños.
Al finalizar la obra se realiza una reflexión colectiva, y luego viene lo mejor: los abrazos, porque el arte tiene que abrazarnos, afirman los jóvenes y me siento infinitamente agradecido porque sus abrazos me devuelven la utopía.