¿Crisis o mutación?
Las protestas expresan la tensión entre legitimidad de origen y legitimidad de desempeño
Hace un mes escribí unas líneas sobre Lula ponderando el éxito del “modelo brasileño”. A los pocos días empezaron protestas en Sao Paulo y hoy el proceso político en ese país es una incógnita. La primera reacción de los politólogos fue invocar la palabra perplejidad, aunque yo les aconsejaría utilizar la frase de Carlos Monsiváis que me sirvió para reflexionar sobre nuestra crisis boliviana: “O no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”. Una vez asumido el cambio de situación se trata de buscar pistas explicativas pisando el balón antes de lanzar un pase al vacío. Como Clodoaldo en 1970. También sirve mirar a un lado y dar el toque en sentido contrario porque hay un espacio/tiempo que nadie más ve. Como Ronaldinho en el Atlético Mineiro.
Se pueden seguir muchas pistas para explicar la coyuntura brasileña. Unas interpretaciones apuntan al desfase entre demandas y expectativas generado por el éxito de las políticas de inclusión social. Otras miradas enfatizan en el carácter de las protestas juveniles que muestran la importancia de las (mal) denominadas redes sociales. Desde otra perspectiva se incide en la distancia entre sociedad civil y sistema político, ahondada por la resistencia de los partidos a encarar reformas electorales y políticas. Una resistencia deslegitimada por la corrupción imperante en el ámbito legislativo y en la gestión pública, que cuestiona a la clase política como élite. ¿Se trata de una crisis del modelo de crecimiento económico y redistribución social? ¿Es una crisis política o el inicio de una crisis estatal? ¿Es debilidad gubernamental y de la capacidad mediadora del PT? Muchas preguntas para una columna con hernia de disco.
En estas líneas me concentraré en una idea: no se trata de una crisis sino de una mutación en la democracia brasileña, es otra manifestación de ese rasgo predominante en la democracia latinoamericana y cuyos contornos pueden husmearse en un libro compilado por Isidoro Cheresky: ¿Qué democracia en América Latina? (Clacso 2012).
La democracia en la región se afianza y, al mismo tiempo, se transforma. Se expresan cambios en el lazo representativo, en la acción colectiva y en el ejercicio de ciudadanía. La democracia cambia porque sus nexos con la representación política y la participación ciudadana dependen de un contexto matizado por el incremento de la conflictividad social y la influencia del espacio público en el proceso decisional. Se destaca el ejercicio de ciudadanía con pautas de acción que exceden la participación electoral en la conformación de los poderes públicos, porque la eficacia del voto ciudadano no se limita al rito en las urnas. Las protestas expresan la tensión existente entre legitimidad de origen, basada en el voto, y legitimidad de desempeño, porque las autoridades se encuentran bajo la atenta mirada de la sociedad. Los gobernantes están sometidos al escrutinio permanente de sus decisiones por parte de una ciudadanía con capacidad de acción autónoma, que cuestiona sus decisiones y corrige el curso de la gestión gubernamental.
Este rasgo de autonomía en la acción ciudadana se combina con las características que presenta el lazo representativo signado por la debilidad institucional de los sistemas de partidos, y por la presencia de liderazgos de popularidad que dependen de las fluctuaciones en la opinión pública. En estas circunstancias, la respuesta del Gobierno brasileño es asumir el reto y encabezar el proceso de reforma política retomando la iniciativa para encauzar las demandas de reforma por un cauce institucional. Y en esa tarea está presente la figura de Lula como un factor carismático que alimenta el liderazgo presidencial de Dilma, una mezcla de Clodoaldo y Ronaldinho, dupla imaginaria pero necesaria.