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Aguando las fiestas

Las culturas indígenas del altiplano boliviano venían conservando un valioso patrimonio acuñado por siglos: su música. Allá por 1979, esa descomunal evidencia de fortaleza y perseverancia identitaria me colmó de asombro, propiciando el desarrollo de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos, una propuesta contemporánea vigente hasta hoy, por cierto.

En los últimos tiempos, esos rasgos de vitalidad han empezado a mostrar síntomas alarmantes de debilitamiento. Entre esos signos podríamos mencionar el desinterés de los jóvenes campesinos en prácticas que consideran impropias de su emergencia generacional; la frecuente sustitución de tropas ancestrales por la encandilante tecnología electrónica; la invasión de sectas “cristianas” que —cual extirpación de idolatrías— proscriben antiguas músicas y danzas, estigmatizadas como paganas.

Y no menos dolorosa es la pérdida de memoria en cuanto al sentido de las danzas y el significado de las máscaras, el vestuario, etc. La muletilla “desde nuestros abuelos viene” no denota conciencia suficiente sobre el valor de tan fundamental patrimonio ni alcanza para proyectarlo.

Entre aquel resistente 1979 y este plurinacional 2013, muchas cosas han cambiado en el espacio geográfico y cultural que me (pre)ocupa. En lo referente a cuestiones específicamente musicales puedo señalar aspectos como el ablandamiento del sonido (que hace a la fonética de los instrumentos), la disolución del principio waki (que hace a la reciprocidad entre músicos), la eliminación de ornamentos (que hacen a la singularidad del estilo interpretativo), la falta de rigor en el ensamblaje (que hace a la articulación grupal); entre otros.

Estas observaciones somatizan mutaciones más amplias. La incorporación a la economía y la política de sectores antes marginados tiene impacto en su definición identitaria presente. Uno de los desafíos mayores de nuestro proceso de cambio es evitar que las migraciones de la pobreza hacia la clase media conlleven pérdidas culturales. Porque es eso exactamente lo que está pasando. Un tema para abrir debate, ciertamente.

La Gobernación de La Paz se esfuerza por estimular las expresiones tradicionales en provincias, a través de festivales urbanos y concursos rurales de “música autóctona”. Sin embargo, los protagonistas reaccionan en pos de premios y reconocimiento, alejados del poder interpelante del sonido y de su función mágico-ritual en el calendario agrícola y religioso.

Asumiendo que toda cultura viva es dinámica, pregunto: ¿será posible cambiar sin dejar de ser?