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Snowden chuk’uta

El frío andino es seco y pone la nariz como galleta y a las orejas como vidrios. Así, con esas condiciones en mi rostro, mientras trepaba heroicamente a un minibús, la aparición de Edward Snowden me distrajo y perdí el transporte sardina. Luego, un ciudadano aficionado al rugby mañanero con su volumen de chichero cochabambino desplazó mi débil cuerpo de la tercera edad a un lado, y entonces pude contemplar cómo el exanalista estadounidense ingresaba a un colegio religioso de la avenida Sucre.

Tal vez nadie sabe que el primer espía no fue un hombre, sino una mujer: Dalila, personaje bíblico que aparece en el libro de Los Jueces. Era filistea, sedujo a Sansón, quien, al calor de las caricias, le contó que el secreto de su fortaleza emanaba de su pelambre de cavernario. Entonces, luego de que se durmiese, Dalila le hizo la rutucha sin piedad, lo entregó a los filisteos y éstos la premiaron con piezas de plata. Mata Hari, la primera feminista fashion y también la agente secreta más famosa, terminó en la horca, llevándose a la tumba muchos secretos de los machos incautos (de ambos bandos) a quienes les sonsacó información militar con su felina pasión.

En el siglo XII, los mongoles perfeccionaron esta tarea, porque debían cuidar su poderío de otros grupos que se lo disputaban. Según los historiadores, estas prácticas pasaron a Europa y luego a América en 1756. Durante la Revolución Francesa, el autoritario directorio nombró al temible Fouché como ministro de la Policía, lo que equivalía a decir Ministerio de  Espionaje. Durante la Primera Guerra Mundial se calcula un contingente de aproximadamente 45.000 espías diseminados por el mundo. 

Como todo en la vida tiene su contraparte, durante la Segunda Guerra Mundial EEUU respondió con el contraespionaje, capitaneado por el FBI, fundado en 1908, y la CIA, creada en 1947 como servicio de “inteligencia”, que difiere en sus actividades del espionaje. Este último analiza los sentidos políticos, avanza ofensivamente o defensivamente, utiliza todos los recursos y avances tecnológicos y científicos. Sus ejecutores están sujetos estrechamente a la potencia a la que sirven.

Desde entonces, con el auxilio de satélites, escuchan y ven todo, saben la vida y milagros de las personas que consideran “peligrosas” para sus intereses. Los  aparatos de espionaje e inteligencia están vinculados con la diplomacia, palabra que viene del griego diplomar, que quiere decir “doblar”, “no dejar a la vista”. Desde allí se planifica erosionar gobiernos revolucionarios, desacreditar a personalidades para evitar su crecimiento y liderazgo, utilizar cualquier desliz para manipular grupos de poder y lograr su propósito: controlar su patio trasero. ¿Qué más sabe Snowden? Los países más modestos también tienen sus aparatos de Inteligencia. Recientemente una señorita policía que hizo de Mata Hari en la VIII Marcha indígena fue “deschapada”. Esa práctica es corriente y parte del trabajo policial.

En realidad, el Snowden que vi no era tal, su nombre es José. Es un ciudadano más, con un rostro común que pasaba desapercibido para el mundo y la sociedad abigarrada de La Paz. Su esposa, una tarijeña bien dispuesta en sus carnes, risueña y habladora, alguna vez me dijo: “¡Ay, el José bien aburrido es, no le gusta bailar, no le gusta salir, tele no más ve!”. Los medios le cambiaron la vida y se la jodieron también. Su parecido con el hombre más buscado y encontrado del planeta le obligó a dejarse su bigote rubicundo, que hace juego con esa piel de los rubios andinos, similar al pellejo del durazno asno de Luribay. Los que le conocemos le cambiamos de nombre; al principio le pareció gracioso, pero ahora quiere denunciarnos por discriminación, así que tenemos que refrenarnos en Snow…