Hacia una sociedad libre del papel
El papel está dejando de ser soporte de la información, una sustitución que se da de forma dispareja
El papel desaparece de nuestras vidas? Lonely Planet, la biblia de los mochileros donde los aventureros de bajo presupuesto cuentan sus experiencias, cede ante la nueva tendencia, se reorganiza y va al formato digital. No son los únicos, varios periódicos han desaparecido o han sido absorbidos por consorcios multimedia. Yo lleno por internet mi declaración de impuestos y los papeleos de la administración pública. Las empresas de correos se transforman en paqueterías, porque ya nadie envía cartas. Las escuelas cambian libros infantiles por tabletas. Las maestras no se ensucian las uñas con tiza, porque tiene un digiboard. Yo votaré en las próximas elecciones electrónicamente. Mi cumpleaños lo celebré en la social media y una parte de mis amigos son virtuales. ¿Es el fin del papel o de la era Gutenberg?
El otro día mi hija me pidió que le ayudase con sus deberes escolares. Me pidió monedas para resolver su ejercicio. La decepcioné, porque dinero sólo manejo en las vacaciones. ¿Cómo explicarle que el dinero sólo es información del valor? Fui al cajero automático, que ya no quedan muchos. Allí sólo se puede sacar billetes a partir de 20. Pensé en el supermercado, donde las cajeras suelen manejar monedas. Esas mujeres con sus deliciosas pláticas fueron sustituidas por puertas torniquete con sensores, cámaras de vigilancia, deponedor del escáner, máquina de pago electrónico y eso que el Gobierno obliga a los negocios a atender a quienes manejan efectivo. Afuera vi la propaganda del supermercado con su nuevo servicio online. No necesitas ir al centro de tiendas, te llevan las compras a casa. Ni modo, tuve que pedir monedas por internet, las que mi hija guardó como uno de sus juguetes más bonitos.
El papel ha sido el soporte de la información. Los arqueólogos del futuro buscarán como no-sotros la biblioteca de Alejandría. Aunque en este tiempo el consumismo es el sexo de los ángeles y los bárbaros son los hombres de negocio. La sustitución del papel se da de forma dispareja. En primer lugar va el voraz consumidor americano, junto al japonés, quienes se adaptan rápido pero viven en una sociedad desigual. Detrás va Europa del norte. Allí el cambio es homogéneo y lento, porque tiene un consumidor roñoso, que sí está preparado para el cambio. En tercer lugar está el consumidor de Europa del sur, que es compulsivo, ostentoso y anda con su Ipad en el metro, se aglomera en las tiendas Appel, es desorganizado y tendrá que esperar un poco como el consumidor australiano. Después viene el Asia con la India y China a la cabeza. Luego nuestra Latinoamérica, y por último el África.
El otro día, hurgando en Google, leí una información sobre una feria de libros en Santa Cruz y recordé ese sabor al papel en el que fui criado. El ir a comprar libros de segunda mano, prestar novelas y no devolverlas, escribir poemas en ese papel higiénico de color rosado en el Bocaisapo. Es mi pasado nostálgico y romántico. Lo que escribo y leo es casi en un 90% digital. Aunque me resisto, las empresas de servicios ya han alistado mi casa para el ingreso de la domótica. IKEA nos deja sin elección porque casi ya no fabrica muebles en los que se colocan libros. La libertad de elección se esfuma de nuestras vidas.
El papel deja de ser soporte de información, aunque las papeleras baten récords de producción, porque como materia prima está en todas partes. Lonely Planet sucumbe en la conciencia negra de los hombres de negocios y se va un poco de nuestro patrimonio mochilero y espíritu aventurero.