El capitalismo autoritario funciona? Durante las últimas décadas, el ascenso meteórico de la economía china ha deslumbrado al mundo, por ser el más rápido de todas las grandes economías en la Historia de la humanidad. Este fenómeno ha hecho que muchos se pregunten si el modelo chino de una dictadura a favor del crecimiento es el mejor camino para los países en vías de desarrollo. Algunos se cuestionan si las democracias occidentales —con sus disfunciones y parálisis— pueden competir con la planificación a largo plazo de China.

Hoy día, mientras su crecimiento se desacelera a casi la mitad del ritmo que tenía en 2007, el sistema chino se enfrenta a su prueba más importante. El resultado tendrá grandes consecuencias económicas para el mundo y enormes consecuencias políticas para China y el Partido Comunista que lo gobierna.

Durante tres décadas, el crecimiento de China ha rondado en un promedio de un 10% anual. Beijing logró eso porque al abrir sistemáticamente su economía al comercio y la inversión realizaba grandes inversiones en infraestructura, para facilitar la producción y las exportaciones. Crucialmente, China tuvo la habilidad de no consentir a su gente a efectos de ganar votos o aprobación. A diferencia de la mayor parte de los países en vías de desarrollo, el gigante asiático gasta poco en el subsidio del consumo actual (por ejemplo en combustible y comida). Gasta su dinero en zonas francas de exportación, carreteras, sistemas ferroviarios y aeropuertos. Está invirtiendo en educación, y dentro de poco lo hará en asistencia médica. Ninguna democracia en vías de desarrollo ha podido ignorar las presiones políticas a corto plazo y ejecutar una estrategia de crecimiento disciplinado con tanto éxito.

Pero el modelo ya no funciona tan bien. En parte, éste es el producto del éxito. China se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo; sus ingresos per cápita son el de un país con ingreso mediano. No puede crecer al ritmo que lo hizo cuando era mucho más pobre. Sin embargo, el crecimiento se estancó de forma más rápida y profunda de lo que muchos habían previsto. Este mes, el Fondo Monetario Internacional prevé que el crecimiento anual de China estará en el entorno de 7,75% para los próximos dos años. Pero podría desacelerarse aún más, ya que el sistema autoritario chino ha cometido importantes errores en los últimos años.

Durante la crisis económica en 2007, el crecimiento comenzó a caer de un vertiginoso 14%, y Beijing respondió con un gran aumento del crédito y un gigantesco estímulo (como porcentaje del producto bruto interno, era el doble que lo que se estableció en EEUU en la ley de Reinversión y Recuperación de 2009). Estas dos fuerzas crearon desequilibrios peligrosos. Ruchir Sharma, quien maneja las inversiones de mercados emergentes de Morgan Stanley y previó el desaceleramiento de China hace un par de años, manifiesta que es esencial tomar en cuenta el ritmo de crecimiento del crédito privado como una parte del PBI. Durante los últimos cinco años, esa parte se ha incrementado en un sorprendente 50% en China, el doble de rápido que en cualquier otro país.

Para los economistas, la solución resulta obvia: reducir el crédito y las inversiones, abrir la economía, estimular el consumo doméstico. En otras palabras, dejar de favorecer a los gigantes estatales y a los exportadores y fomentar a los chinos para que gasten más dinero en su casa. Pero resulta más fácil decirlo que hacerlo. Nicholas Lardy, del Instituto Peterson de Economía Internacional, señala que los salarios han caído más rápido que el PBI, por lo que a los chinos les puede resultar más difícil aumentar el gasto en este momento. Más importante aún, toda la inversión y el crédito de la última década han conducido al afianzamiento de empresas, industrias y sectores que se muestran resistentes a cualquier cambio. ¿Puede Beijing reducir el crédito y la inversión frente a la oposición de poderosos grupos económicos, muchos de los cuales están muy bien conectados políticamente o relacionados con miembros del politburo?

Uno de los puntos fuertes de Beijing es que analiza su economía de forma constante y honesta. De hecho, esta crítica la podrían haber hecho los nuevos líderes de China. Li Keqiang, un economista que se convirtió en primer ministro en marzo, ha realizado varios discursos sorprendentemente sinceros y críticos. Las reformas que esboza podrían abrir sectores importantes de la economía a las fuerzas del mercado, reducir el rol del Estado y proporcionar incentivos para el consumo doméstico. La pregunta es si estos objetivos se pueden cumplir y si las reformas se implementarán luego de que se reúna la oposición, como seguramente sucederá. El predecesor de Li, Wen Jiabao, realizó advertencias similares, pero ninguna se implementó.

Llevar a cabo una reforma es difícil en cualquier país; como puede apreciarse desde Italia a India. Generalmente implica un dolor a corto plazo, para lograr una ganancia a largo plazo. La mayoría de los grandes países en vías de desarrollo —China, India, Brasil, Sudáfrica— ha disminuido su crecimiento en los últimos años. En casi todos los casos, la causa ha sido la misma. Cuando sus economías prosperaban, los líderes de estos países evitaron tomar decisiones difíciles. China ha sido la excepción a la regla. Pero ahora enfrenta su prueba más importante. El éxito sugerirá que todavía hay vida en este tipo único de capitalismo autoritario y extenderá el poder del Partido Comunista que lo gobierna. En caso de fracasar, China se convertirá tan sólo en otro mercado emergente con un modelo que funcionó durante un periodo de tiempo.