Imprimiendo al mundo
Las impresoras 3D prácticamente permiten poner la industria al alcance de un hogar corriente.
Hace 30 años no se podría imprimir un documento a colores, en menos de una hora desde la casa. En esa época, esta columna debía ser transcrita en una máquina de escribir que probablemente pesaba entre 5 y 7 kg, y debía entregarse físicamente al responsable de edición en el periódico, para que continúe el proceso en las prensas, según un dibujo de periódico armado artesanalmente a mano. Para ese entonces, por ejemplo, el tiraje mínimo para la edición de un libro no podía ser menor a 500 ejemplares, que era la cantidad que permitía cubrir los costos fijos de la operación de la prensa.
Hoy en día, la tecnología digital y la computarización del proceso de impresión hacen económicamente factible que se impriman unas decenas de libros en una impresora digital, con una calidad similar o aún mejor que la que proporciona la prensa offset. Otro ejemplo: ¿Quiere imprimir una foto a colores, con tinta permanente, en auténtico papel de fotografía? La impresora que usted quiere ya está en nuestro mercado. Por un puñado de dólares, uno puede tener su miniestudio fotográfico en casa.
Hace algunos años se fabricaron las primeras impresoras en 3D. Para quienes no se hayan familiarizado con el término, éstas son impresoras en tercera dimensión; es decir, que pueden “imprimir” cosas. Funcionan imprimiendo capa sobre capa de material sintético; las capas se fusionan hasta formar el objeto deseado. Cada capa tiene un espesor que se mide en micras (millonésimas de metro). El diseño proviene de un archivo computarizado, lo cual hace que se pueda repetir cualquier cantidad de ejemplares del objeto impreso. Y el costo por ejemplar es constante, sin importar la cantidad. Las impresoras 3D aún no se han popularizado como, por ejemplo, las impresoras comunes de tinta que hoy en día tienen miles de familias en sus casas. Pero es de esperar que en el futuro la demanda por estos artefactos crezca, con lo cual se incremente significativamente su producción y, por lo tanto, disminuya el costo para acceder a este tipo de artefactos.
Este salto tecnológico tiene un potencial de impacto en la producción del cual a penas se pueden prever algunas consecuencias. A medida que el uso de impresoras 3D se masifique, la fabricación de muchos artículos de uso común podrá abaratarse significativamente. Es prácticamente como poner la industria al alcance del hogar.
La producción de artículos mediante impresoras 3D probablemente exigirá una modificación en los patrones de organización del trabajo. Muchos artículos podrán ser fabricados localmente y a una escala mínima, lo cual hará innecesaria la instalación de grandes fábricas. Es probable que, también, se incremente significativamente la importancia del diseño, muy por encima de la destreza manual que hoy en día se requiere para la fabricación de muchos artículos de uso diario.
¿Significa esto que las grandes fábricas se acabarán? Es poco probable. Hay muchos artículos que aún será necesario producir masivamente, aprovechando economías de escala (chips de computadora, por ejemplo). Pero, sin duda, la impresión en 3D hará posible que en nuestro país empecemos a producir una gama de artículos de tecnología media, que todavía importamos, como juguetes, repuestos, utensilios pequeños, etcétera.
A medida que la tecnología avance, la gama de productos a imprimirse podría aumentar paulatinamente. Mientras los artesanos y pequeños productores tratarán de imprimir artículos de marcas famosas “hechos en Bolivia”, las grandes empresas podrían querer proteger sus diseños presionando por patentes más restrictivas. A la larga, sin embargo, al igual que la impresión de fotografías, la producción en pequeña escala de artículos cotidianos, que hoy requieren cierta sofisticación que sólo se encuentra en las fábricas, se hará posible en unidades productivas unipersonales. Literalmente.