Creo que este mundo no viene del azar o de la casualidad, sino que existe una voluntad de que haya vida y vida humana. Creo que el ser humano refleja la imagen del Creador. Creo que su conciencia, su libertad, su capacidad moral, su discernimiento, sus deseos, su capacidad de amar son un destello del Ser que lo ha ordenado todo, para llegar a un resultado tan asombroso. Para mí, el mundo, la naturaleza, mi vida y la vida de los demás son un regalo de un Dios que ha hecho todo por amor.

Entiendo que haya otros que crean cosas diferentes, pero para mí esto es algo evidente, no es sólo una creencia, sino una convicción profunda. Yo creo que la vida viene de Dios, que mi existencia es un don gratuito, que me ha sido dado, no me pertenece; es de alguien que me mantiene cada día en ella. Por todo ello, es normal que para mí la vida sea un valor que debo defender.

La fe cristiana y la defensa de la vida son dos caras de la misma moneda. Para un creyente, defender la vida es algo que se le impone primero como valor y consecuencia de lo que cree. Los católicos creemos que Jesús de Nazaret fue concebido en el vientre de una mujer, sin relación sexual, por la obediencia de ella, y que él es el Hijo de Dios, ya que su vida extraordinaria y sus asombrosas palabras nunca habían sido pronunciadas, ni antes ni después. La vida de Jesús fue tan inédita que de nadie antes se dijo que fuese el Hijo de Dios.

Defendemos la vida desde el momento de la concepción hasta su fin natural, porque estamos convencidos de que en el vientre materno hay un ser humano que debe ser defendido como un ser autónomo de la madre. Defendemos la convicción de que la despenalización del aborto no es una solución para los problemas que intenta resolver, sino que crea más problemas, puesto que la forma de practicar un aborto es de tal violencia que no se puede ocultar que esta acción es una forma de matar y además deja graves secuelas psicológicas en la madre.

Afirmamos que una sociedad que permite el aborto legal va en contra de sí misma y de su razón de ser, ya que defender la vida es el objetivo por el que los seres humanos nos unimos en sociedades organizadas. Para los creyentes, argumentos como que “se está poniendo en riesgo la vida de las madres por el aborto clandestino”, o “son las más pobres las que abortan en peores condiciones, etc, encubren una falsa compasión, no van a la raíz de los problemas sociales, y pretenden dejar la situación social como está, sin cambiar nada, sólo mejorando las condiciones para abortar.

Pero, ¿acaso esta solución mejorará las condiciones de pobreza del pueblo? ¿Logrará el aborto legal reducir la cantidad de abortos cuando a ellos se acude sobre todo por situaciones de vergüenza social, que invitan al encubrimiento? ¿Estamos dispuestos a encarar en serio la necesaria educación sexual de la juventud para que la sexualidad sea vivida de forma humana y conduzca a la felicidad y no sólo al goce inmediato? Y, sobre todo, la gran pregunta: ¿por qué no se atreven a reconocer algo tan evidente como el derecho a la vida de quien no ha nacido? ¿Quiénes somos nosotros para decidir sobre el derecho a la vida de nadie?

Se aduce que la mujer tiene derecho al uso de su propio cuerpo. Pero este derecho es tan rebuscado, egoísta y antisocial, que queda totalmente oscurecido cuando se pone junto al derecho a la vida del ser humano que ha sido concebido. Quiero vivir en una sociedad en la que se respete el derecho a la vida y en la que podamos expresar lo que pensamos y creemos con libertad y respeto.