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Tradiciones

Desde el comienzo de la Historia, el legado de costumbres, conocimientos, creencias y valores ha logrado convertirse en las tradiciones de los pueblos. Esto, por entenderlas y apreciarlas como valiosas. De esa manera, su trascendencia durante siglos fue creciendo; y sus raíces, quizá evolucionando por los nuevos aportes de quienes las practicaban.

Sin embargo, no faltaron los lugares donde las tradiciones renacieron varias veces con una especie de fuerza temporal, motivadas por intereses de carácter marcadamente ideológico. Otrora tampoco faltaron las tradiciones impuestas por los temores a los grandes cambios de la humanidad. A pesar de aquello, las costumbres (que son una práctica social arraigada) han permanecido en la memoria colectiva de las naciones.

La Paz ha sido siempre una ciudad de tradiciones marcadas, que se han convertido en las venas que la nutren y la movilizan en los días de su conmemoración. Fiestas como la Alasita actualmente son sostenibles porque, de alguna manera, han conservado la raíz de su existencia. Otras, como la ch’alla del Carnaval, forman parte hoy de sus tradiciones horizontales, porque han trascendido sin mayor esfuerzo en el tiempo. En cambio, hace pocos días pudimos observar cómo la fiesta de la Pachamama (divinidad andina protectora y proveedora de la fecundidad de la tierra) cobró fuerza en una gran parte de la población de esta urbe. Si bien, según expertos, esta tradición nació en el agro como un homenaje a la proveedora de fertilidad, su éxito fue notorio en la urbe tanto en la adquisición de sus ofrendas (evidenciada por las largas filas de compradores) como en sus ritos (por ejemplo, en la Ceja de El Alto y la Apacheta). Sin embargo, el comercio la promovió con una mezcolanza de ofrecimientos de ventura, bonanza y bienes materiales, lo que alentó la tergiversación de su esencia.

Independientemente de aquello, el sullu (feto de un animal), que ayer fue insustituible en esas ofrendas, hoy parecería que (en ciertas mezclas) está siendo desplazado por las nueces. Hasta donde se sabe, si bien esa costumbre siempre fue celebrada anualmente en agosto, en otros años no tuvo la participación masiva de la población urbana. El ver crecer hoy en importancia al culto más antiguo de la región andina mueve a pensar, sin embargo, a que el interés también debiera estar en su origen, por tanto, en su autenticidad.

Lo paradójico de las tradiciones, que son producto de la memoria reconstruida, es que casi siempre desaparecen porque pierden su esencia y se extinguen en el tiempo. Lo peor es que si no transmiten aprendizaje, no se convierten en hereditarias. En los últimos años, la revalorización de las tradiciones ha ido creciendo en varias regiones y ciudades bolivianas, lo cual no deja de ser interesante, pero debiera motivar, además, la investigación rigurosa de su historia. Cabe añadir a todo ello que las tradiciones son las formas de expresión de las huellas e inscripciones que han legado los hombres que habitaron los territorios y las ciudades. Y esto significa que la presencia del pasado en el presente no tiene por qué estar reñida con el desarrollo de las sociedades y su tránsito en el tiempo que les toca vivir, hoy, en el siglo XXI.