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El Diario

El Diario debe garantizar, de manera ineludible, los derechos de los trabajadores

/ 11 de agosto de 2013 / 04:00

Se hace difícil escribir sobre temas que cobran notoriedad informativa como consecuencia de dificultades que se presentan en las empresas, máxime cuando los mayores damnificados resultan ser sus trabajadores.

Eso sucede con El Diario, empresa que hace poco ha sufrido el embargo de sus bienes por parte del Servicio de Impuestos Nacionales, que le endilga la responsabilidad de una gigantesca deuda tributaria y una presunta quiebra técnica e insolvencia económica.

Si bien la medida no implica la clausura y el medio puede seguir funcionando, la amenaza es más que latente. Los funcionarios de la entidad gubernamental se han encargado de colocarlo en esos términos, e incluso han dado a entender que el siguiente paso podría ser el remate de los bienes.

Ante tal circunstancia, los ejecutivos del medio han salido en su defensa, aunque con anémicas respuestas y argumentos poco convincentes, como que éste (el embargo) “es un tema político que busca acallar a un medio impreso independiente” (sic).

En contrapartida, Impuestos mostró que tiene en las manos un legajo de expedientes como para colocar en lista una tras otra las “irregularidades” que habría cometido la empresa. Y que, en su suma, sus adeudos podrían pagarse en no menos de 300 años.

Sobre la base de estos antecedentes, y sin el ánimo de entrar en disquisiciones, mucho menos emitir un juicio (¿yo quién soy?), me permito lanzar un par de sugerencias:

En lo institucional, El Diario debe replantear y reencauzar su fundamento empresarial, empezando por lo urgente y obligatorio, cual es ajustarse a las normas (si ello corresponde), porque es cierto: ninguna institución puede trabajar de espalda a las leyes. Y debe continuar su itinerario con la sobriedad que le ha permitido atravesar el centenario de vida. En lo laboral, debe garantizar —de manera ineludible— los derechos de los trabajadores, establecidos y amparados por las leyes universales.

Con tal perspectiva, confío (y lo deseo fervientemente) que esta dificultad, o esta prueba, o quizás un poco de ambas, se supere con la mejor predisposición de las partes, y con la guía de la Providencia. Que la afilada dentadura de Impuestos Nacionales (de la que hace alarde el Estado) pase como una simple amenaza, antes que intentar zamparse las fuentes laborales de centenares de trabajadores y el sustento de sus familias.

Y finalmente, creo que la empresa El Diario, en consonancia con su trascendencia institucional e histórica, no abandonará uno de sus principales postulados con los que nació: “Difundir la idea y buscar la verdad, luchando por ella y la justicia”. Buen augurio.

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Mariposa traicionera

/ 2 de abril de 2017 / 04:00

El título que da paso a esta nota hace tácita alusión al tema que interpreta el grupo mexicano Maná, considerada una de las obras musicales más conmovedoras y cuyas sensaciones son capaces de internarse furtivamente en los profundos confines del alma, y desde allí, pulsar una de las teclas más sensibles del corazón humano.

“Eres como una mariposa. Vuelas y te posas vas de boca en boca. Fácil y ligera de quien te provoca (…)”, comienza a oírse en la voz, ronca y profunda, de Fher, su vocalista, cuyo sentimiento parece sobreponerse a sus palabras, que  permiten inferir que se trata de una sutil confesión o un abierto desahogo de su propia experiencia de vida.

Fuere lo que fuese, no sería ni el primero ni el último en haberse topado con una de las “debilidades” más perturbadoras del género humano: la traición. Y es que la traición existe desde que el mundo es mundo, y continuará existiendo mientras el planeta permanezca girando en el espacio, con hombres y mujeres expuestos(as) en tanto y en cuanto el amor asuma su razón de ser.

A mediados del siglo XIX, el novelista francés Gustave Flaubert se abandonó a sí mismo por un lapso de seis años para entretejer una de estas historias de amor y traición. Madame Bovary tituló a su novela, cuya principal protagonista, la bella Emma Rovault, hija única de un humilde granjero, pretende vivir todas las aventuras que los cuentos relatan. En ese afán, sale en busca de amoríos, se convierte en adúltera y acaba su vida de la manera más trágica. Mientras su marido, un hombre bonachón y hasta cierto punto abúlico, también muere afectado por tan hondo dolor.

Real o ficticio, el entramado de la obra invita a reflexionar sobre los valores morales o las emancipaciones disipadas. A esas mismas elucubraciones puede también conducirnos el escritor ruso León Tolstoi, de cuya pluma emerge Ana Karenina, obra que relata el florecimiento de dos amores que discurren de manera simultánea y en el que su personaje principal, de nombre similar al del título y esta vez de la alta sociedad, abandona a su esposo e hijo para irse tras su amante. Su final, tan fatídico como el anterior.

“Vuela amor, vuela dolor. Y no regreses a un lado. Ya vete de flor en flor seduciendo a los pistilos. Y vuela cerca del sol pa’ que sientas lo que es dolor (…)”, continúa la canción de Maná y nos trae de la mano un recuerdo todavía fresco de nuestro entorno: la de una “Mariposa de amor”, que revoleaba los pináculos del principal edificio de la plaza Murillo, quizás no “traicionera”, quizás sí “mentirosa”, pero que con sus veleidades estuvo a punto de desmoronar un tal llamado “proceso”.

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