Verónica
Rara vez se ha hecho más claro para los bolivianos lo mucho de invención que hay en la política
Del 29 de julio al 1 de agosto se realizó en Sucre la séptima versión del Congreso de la Asociación de Estudios Bolivianos. Después de varios años volví a participar en el evento, en una de las pocas mesas dedicadas a la literatura. Se trata de un evento eminentemente dedicado a las ciencias sociales e historia. Mucha de nuestra energía académica e intelectual la dedicamos a asuntos de lo social, lo político y lo económico; solemos concederle poco a las cuestiones de la imaginación y la ficción.
Cuando está claro que mucha de la textura de la economía, la política y la sociedad está armada, precisamente, de ficción (en su peor versión). Rara vez se ha hecho más claro para los bolivianos lo mucho de invención, fabricación que hay en la política, por ejemplo cuando vivimos cruzados de versiones, contraversiones, mentiras, medias verdades, secretos, parciales revelaciones… Y, sin embargo, ninguno de los cientistas sociales participantes en el congreso habló de los usos y abusos de los contenidos de la comunicación, o de la construcción y reconstrucción de la verdad, o del imperio de la mentira y la manipulación.
En medio del ir y venir entre una mesa y otra del congreso, vi, en medio de la gente, a una mujer menuda y tranquila que esperaba como el resto la continuación de las mesas y debates. Era Verónica Cereceda. Yo la había visto alguna vez antes, hace mucho, pero fue imposible no reconocerla. Mientras la saludaba, recordaba los infaustos sucesos que hace poco le ocurrieron al emprendimiento iniciado por ella y su compañero Gabriel Martínez, ya fallecido, con las comunidades indígenas de la región y su tradición textil: ASUR. Un emprendimiento magnífico que los sorprendidos visitantes como yo a lo largo de los años podían ir a apreciar, en sus esporádicas visitas a tan bella ciudad, en uno de los museos más hermosos que tenía el país: el Museo de Arte Indígena de ASUR en la ex Casa de la Capellanía.
Las nuevas autoridades de la Gobernación del departamento, vinculadas al partido en el poder, envenenadas por el odio y exaltadas por esa actual tendencia a la difamación y al abuso, decidieron despojar a ASUR del edificio que el Estado le concedía para exponer y explicar al país y al mundo los logros de tan impresionante empresa de recuperación y promoción del arte indígena. Cuentan con tristeza los funcionarios que trabajan en el nuevo recinto de ASUR (ahora en La Recoleta) la manera grosera y abusiva con la que los expulsaron de la antigua y preciosa casona en la que se habían instalado.
Impresiona por ello mismo la serenidad y temple de aquella mujer aparentemente frágil que sobrellevó todo aquello —nos cuentan— con gran aplomo. Un par de noches antes, en la inauguración del congreso, alguien había hablado con enorme contundencia del gobierno antiindígena que ahora detenta el poder en Bolivia.