Universidad y juegos de poder
Las universidades públicas del país condensan en sí mismas un entramado de contradicciones
Las universidades públicas del país condensan en sí mismas un entramado de contradicciones. Posiblemente aquí radica el principal meollo de su propia crisis institucional. Aunque también se debe percibir que es resultado de un entramado de factores no solamente atribuibles a los azares de coyuntura, sino que deviene de una memoria de larga data. Sea como fuera, hay una cuestión ignorada sistemáticamente en la reflexión sobre la situación de las casas superiores de estudios estatales: los juegos políticos internos.
En los diferentes diagnósticos sobre la universidad estatal boliviana hay una conclusión recurrente: el sistema universitario está en crisis. No obstante, muy pocas veces se avanza a hurgar el avispero. Es decir, a buscar las verdaderas razones de esta sistemática crisis, porque eso implicaría —por parte de la universidad y más específicamente de sus actores— el hecho de mirarse en el espejo. Existe, por lo tanto, la urgencia de avanzar en estudios específicos sociopolíticos, por ejemplo, para examinar a los gobiernos universitarios, asumiéndolos como campos de disputa política. Allí pasan muchas cosas que posiblemente explicarían por qué la universidad hoy está en crisis.
Detrás de esa mirada externa que ve la tensión entre la universidad y el Estado se subsumen los procesos internos en los que se tejen las diferentes dinámicas políticas con una incidencia decisiva. En rigor, estos espacios académicos se constituyen en campos de lucha política donde predominan intereses de cuño corporativo, sectoriales o de grupo, subordinando la propia gestión académica. Esta mirada interna a los juegos de poder da cuenta que preexisten imaginarios que anidan en una cultura universitaria asentada en lógicas en las que los diferentes actores de la dinámica universitaria intervienen bajo determinadas reglas institucionales; por ejemplo, el cogobierno paritario con una incidencia directa en el decurso de la gestión universitaria. Estos juegos políticos operan en torno al gobierno universitario y son parte de esa telaraña en la que se reproducen lógicas e incluso desborda los propios propósitos académicos.
En este contexto, la autonomía universitaria o del cogobierno paritario se constituyen en dispositivos discursivos que sirven para legitimar estos juegos políticos, que imposibilitan que las universidades estatales bolivianas se erijan en espacios para la producción de conocimientos casi a la usanza del modelo humboldiano; sino paradójicamente en la reproducción de una cultura universitaria anquilosada en viejas prácticas institucionales.
Entre las funciones de las universidades está la tarea investigativa; empero, esta función también está proscrita a los juegos de poder que se constituyen en parcelas en disputa que a posteriori tienen una incidencia en las políticas de investigación. En suma, las universidades estatales ya no son un referente de la investigación científica o un espacio para la construcción de conocimientos relevantes para la sociedad; sino son núcleos corporativos que actúan en función de intereses concretos. Y, lo peor, como si fuera un designio irreversible, no se vislumbra una reforma moral e intelectual interna. De allí que existe hoy más que nunca la necesidad de (re)pensar a la universidad en el contexto de estos tiempos, aunque para ello se debe arrancar con una interrogante insoslayable: ¿Quién le pone el cascabel al gato?
NdD. Yuri Tórrez se suma desde hoy a nuestras páginas de opinión. La Razón se enorgullece de poder poner a consideración de sus lectores las reflexiones de este reconocido sociólogo, docente universitario e investigador social.