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‘La última cena’

El minicuento echa mano de todo lo que puede, para comprometer al lector en una lectura intertextual

/ 29 de agosto de 2013 / 04:35

En 1991, Pedro Shimose me trajo de regalo el libro Viaje al centro de la fábula de Augusto Monterroso, escritor que tuve el gusto de conocer en México en 1981. La obra venía con una dedicatoria apropiada al intercambio que había realizado Pedro, quien le había entregado mi libro Seres de palabras al autor de La oveja negra. Esto viene a cuento de la presentación de mi libro de microcuentos La última cena, porque Monterroso es conocido por su famoso El dinosaurio que, a veces, nos hace olvidar que escribió otras microficciones geniales, en las que abunda el humor y la ironía.

Desde hace muchos años que escribo cuentos, especialmente súbitos, que, a veces, no pasan de una línea. El minicuento contemporáneo echa mano de todo lo que puede. Aprovecha las leyendas, los mitos, los clásicos de la literatura, del teatro, del cine, de la religión; todo le sirve para comprometer al lector en una lectura intertextual. Incluso el título es parte substancial del texto, llegando a redondear la historia contada. En el minicuento no interesa tanto lo que se escribe como lo que no se escribe, importa mucho más lo que se deja de decir, lo que se sugiere, porque allí está el verdadero universo narrativo. Para reforzar la anterior aseveración cito a Lauro Zavala: “La fuerza de evocación que tienen los minitextos está ligada a su naturaleza propiamente artística, apoyada a su vez en dos elementos esenciales: la ambigüedad semántica y la intertextualidad literaria o extraliteraria”.

Es necesario aclarar que si bien el cuento mínimo juega magistralmente con el humor, con la ironía y el sarcasmo, existe una marcada diferencia con el chiste corriente, y la distinción estriba en la factura del trabajo, cercano a un epigrama, a una epifanía, a un haiku, no hay como equivocarse cuando estamos ante la presencia de una pequeña historia, de un cuento liliputiense.

Una de las definiciones más precisas es la de Jorge Luis Borges (magíster dixit) que nunca escribió una novela, pero en cambio, y para deleite nuestro, nos dejó inolvidables ejemplos de cuentos. El autor de El Aleph dice: “El cuento debe ser escrito de un modo que el lector espere algo continuamente, que haya expectativa, que se resuelva luego de un modo que pueda ser asombroso, en todo caso, que pueda parecer extraño y nunca capricho del autor, sino algo inevitable. Si puede ser asombroso e inevitable mejor”. A esto le agregamos que un buen cuento, si breve, dos veces bueno, es un poema.

Quizá por eso es que William Shakespeare afirmaba que “la brevedad es el alma del ingenio”, eso intento atrapar en mis microcuentos; y en el libro antes mencionado he tratado de hacerlo especialmente con la historia, con la religión, con la condición humana y con todos los temas importantes para la humanidad como el amor, el odio, la guerra, la soledad y la traición. La última cena se presentará mañana viernes en el Centro Cultural Santa Cruz. Me divertí escribiendo cada uno de los cuentos y espero que los lectores también lo hagan.

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Márcia Batista-Ramos y su compromiso con Bolivia

La literatura boliviana necesita más de estos seres magnánimos y solidarios

/ 25 de mayo de 2020 / 05:40

En varias ocasiones he destacado el trabajo que realizan autores e investigadores bolivianos comentando y promocionando la obra de otros escritores nacionales; labor digna y generosa por encima de cualquier mezquindad egocéntrica. Entre estos he valorado los comentarios, reseñas, investigaciones y críticas literarias que suscriben permanentemente escritores de la talla de Gaby Vallejo, Adolfo Cáceres Romero, Mónica Velásquez, Iván Castro Aruzamen y el literato Willy Muñoz, quién además de sus antologías sobre mujeres escritoras, ha escrito en varias ocasiones sobre la obra de reconocidos escritores bolivianos. Eso es lo que necesitamos para valorarnos entre nosotros y generar cánones literarios entre los lectores.

Ahora quiero destacar la obra de la escritora brasileña Márcia Batista-Ramos, quien nació en Rio Grande do Sul en 1964, y radica en Bolivia desde hace de 25 años. El amor la trajo hasta la ciudad de Oruro, en la que radica actualmente casada con Jaime de Hinojoza y sus tres hijos. Allí hizo de nuestra patria su hogar.

Márcia es licenciada en Filosofía por la Universidad Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil, gestora cultural, escritora y crítica literaria. Entre los libros que publicó se encuentran Mi Ángel y Yo, La Muñeca Dolly, Patty Barrón de Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico), Tengo Prisa por Vivir y Escala de Grises. Junto con Rossemarie Caballero y Centa Rek, es coautora de la Antología de escritoras Cruceñas. Y junto con Caballero y Amalia Decker, de la Antología de escritoras contemporáneas bolivianas. Además, ha publicado cuentos y ensayos en varias revistas internacionales. Y está incluida en la antología que reúne a más de 30 escritores foráneos que escribieron sobre Bolivia< entre ellos los premios Nobel Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa.

En sus breves ensayos sobre la obra de escritores y artistas bolivianos, que publica desde hace varios años en los periódicos La Patria, Los Tiempos y la Revista inmediaciones, incluye tanto a personalidades ya consagradas como noveles del mundo de la cultura nacional como extranjeros; y fue esa extraordinaria característica la que llamó mi atención sobre su obra. Márcía estudia filosóficamente a cada uno de los autores que analiza, ya sea para descubrirnos novedosas y eruditas interpretaciones de sus textos o para promocionarlos, y eso me pareció digno de encomio y reconocimiento. La literatura boliviana necesita más de estos seres magnánimos y solidarios.

Homero Carvalho Oliva, escritor y gestor cultural.

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‘Letras bolivianas’

Esta iniciativa ha tenido una gran acogida en el público de las redes sociales, y los comentarios sobre los textos que compartirnos son muy halagadores para sus autores

/ 11 de abril de 2020 / 07:11

Hace menos de un año, con el propósito de difundir la obra de escritores nacionales de todos los tiempos (desde los narradores y poetas clásicos a los contemporáneos), iniciamos con Jorge Larrea Mendieta y la Revista Inmediaciones el proyecto titulado “Letras bolivianas”. La idea era publicar un autor por semana y difundir su obra por las redes sociales. Pero desde que se inició la cuarentena decidimos, en un esfuerzo conjunto, publicar un autor cada día.

Jorge gestiona la página y sube a nuestra web los textos que le envío; los cuales en algunos casos los solicito directamente a sus autores, y en otros, cuando se trata de escritores ya fallecidos o difíciles de contactar, busco en internet hasta dar con poemas y cuentos suyos. Luego redacto la biografía y consigo una fotografía; trabajo que me ocupa buena parte del día.

Hemos publicado poemas y cuentos de casi 90 escritores bolivianos. En muchos casos rescatamos autores olvidados o desconocidos, y lo seguiremos haciendo porque los lectores han respondido con mucha gratitud y asombro ante los textos divulgados. Sabemos que existen textos para determinados lectores, y lectores para determinados textos.

Empezamos la página virtual con la grande Adela Zamudio, y seguimos con autores canónicos como Óscar Cerruto, Ricardo Jaimes Freyre, Franz Tamayo, Yolanda Bedregal, Edmundo Camargo, Alfredo Flores, Néstor Taboada Terán, Jesús Urzagasti, Ambrosio García, Raúl Otero Reiche, Walter Montenegro, Roberto Echazú Navajas, Blanca Wiethüchter, Jorge Suárez, María Virginia Estenssoro, Gonzalo Vásquez Méndez, Augusto Guzmán, Jaime Saenz, Hernando Sanabria Fernández, Gastón Suárez, y otros cuya influencia en la literatura nacional es definitiva.

Luego incluimos autores contemporáneos ya consagrados, intercalando las publicaciones con los más jóvenes, cuya lista es numerosa.

Esta iniciativa ha tenido una gran acogida en el público de las redes sociales, y los comentarios sobre los textos que compartirnos son muy halagadores para sus autores, especialmente para los jóvenes que necesitan de ese apoyo moral para seguir en este oficio. Aunque debemos reconocer que los odiadores (o “haters”) virtuales no descansan ni en tiempo de pandemia, tal vez porque son el verdadero virus social de las redes. Son como los perros del hortelano, no hacen nada útil ni por ellos mismos. Nosotros seguiremos con esta noble tarea de publicar a nuestros escritores para difundir y promocionar sus obras.

Homero Carvalho Oliva, escritor y gestor cultural.

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Otra injusticia MAS

/ 15 de febrero de 2020 / 00:22

En noviembre de 2012 estalló un escándalo en el ámbito judicial denominado por la prensa como “La red de extorsión”. Esta red involucraba a altas autoridades del gobierno del MAS, quienes, en complicidad con jueces y fiscales, manipularon los principales procesos en los que el Estado estaba involucrado, de manera real o forzada.  

Durante ese periodo, los componentes del abuso se volvieron clásicos: corrupción, tráfico de influencias, extorsión, chantaje, amedrentamiento, incumplimiento de deberes, enriquecimiento ilícito y otras cosas peores. Supuestamente esta red era coordinada desde la Dirección General de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Gobierno. Se sospecha que los operadores eran varios de los exministros que hoy están siendo investigados.

Cuando la fruta podrida cayó del árbol del poder porque ya no podía sostenerse más, el Gobierno se deshizo de los desechables y, como siempre, los principales culpables quedaron impunes. Uno de los casos que “administró” este consorcio fue el del empresario estadounidense Jacob Ostreicher, quien se hizo famoso porque manejo muy bien los medios de comunicación, al punto de traer al país al célebre actor Sean Penn.

A larga este caso, con toda su ficción y realidad, fue el que develó los secretos de la “red”. Sin embargo, existe al menos una víctima a quien el Estado boliviano y los medios de comunicación deberían desagraviar. Me refiero a Claudia Liliana Rodríguez Espitia, quien fue acusada de todos los males de la sociedad moderna: narcotráfico, asociación delictuosa y lavado de dinero.

¿Cuál fue el verdadero delito de Rodríguez Espitia, profesional formada en algunas de las mejores universidades de Europa y representante de inversionistas suizos? Primero que nada ser colombiana. Eso bastó para asociarla al tráfico de drogas. Luego, ser mujer y hermosa, condición que fue utilizada para especular sobre el origen de sus inversiones. Por último, no haber recurrido al compadrerío político para asegurarse que el poder respetara su emprendimiento privado. Rodríguez se negó a pagar las extorsiones que exigían los representantes del Gobierno y soportó 22 meses de cárcel.

Su proceso todavía sigue abierto pese a que un dictamen pericial, producto de una auditoría forense realizada por el IDIF concluyó que: “A partir de los resultados obtenidos (…) el patrimonio con el que cuenta la señora Claudia Liliana Rodríguez Espitia se justifica en razón a los vínculos financieros y comerciales existentes entre la involucrada y los recursos provenientes de la Unión de Bancos Suizo (UBS)”. Dictamen que sin embargo no sirvió para nada. Rodríguez se quedó a enfrentar a los demonios del mal, y ahora que se reveló todo, le debemos por lo menos una disculpa.

* Escritor.

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Lenguaje políticamente correcto

Muchas personas son acusadas injustamente bajo el pretexto de la lucha contra la discriminación y el racismo.

/ 24 de enero de 2020 / 00:12

En la novela La mancha humana, de Philip Roth, un catedrático arruina su vida luego de preguntar por algunos estudiantes faltones diciendo: “¿Tienen existencia sólida o se han desvanecido como negro humo?”. Uno de los ausentes era afroamericano y tomó la pregunta como un insulto, reclamó por el “supuesto racismo”, y aunque el buen docente que había dedicado toda su vida a la enseñanza aclaró que no hubo mala intención en sus palabras, logró que lo expulsen y que no lo contratase ninguna otra universidad. Esta historia ficticia realmente ocurre en varios lugares en los que muchas personas son acusadas injustamente bajo el pretexto de la lucha contra la discriminación y el racismo.

En la versión cinematográfica de la gran novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, se señala que algunos textos habían sido quemados porque ofendían a ciertos grupos sociales, ya sean minorías o mayorías, hasta hacer desaparecer todos los libros para no ofender a nadie. Novelas y cuentos también fueron quemados porque sus personajes son machistas, feminicidas, homofóbicos, parricidas y/o incitan a la infidelidad, a la traición e incluso al suicidio.

En la actualidad hay casos en los que se reclama un lenguaje políticamente correcto. La Fundéu BBVA define a la corrección política “como la actitud o conducta orientada a lograr cierta igualdad entre las diversas minorías étnicas, políticas, ideológicas y culturales que componen una sociedad multicultural y multiétnica; pero revirtiendo el equilibrio de poder —lo que se llama ‘discriminación positiva’— en favor de las autodefinidas como ‘minorías oprimidas’: negros, mujeres, homosexuales, emigrantes, etcétera”.

En nuestro país en los últimos meses, producto de la exacerbación de las diferencias étnicas y sociales que incentivó el gobierno del MAS y que se agudizó durante el conflicto político que aún vivimos, el uso de ciertas palabras se ha vuelto un peligro porque podemos herir la sensibilidad de ciertos grupos sociales, así el significado polisémico haya sido diferente al que se le atribuye, con mayor razón si tenemos en cuenta la amplificación que brindan las redes sociales con los tristemente célebres memes, fake news o posverdades, buscando obtener réditos políticos.

Por eso mismo, mientras exista este estado de susceptibilidad exagerada debemos tener mucho cuidado con lo que decimos, porque si bien el lenguaje comunica nuestro pensamiento, también revela prejuicios, traumas, complejos e ideologías, y puede ser distorsionado si es políticamente útil hacerlo. Por tanto, hay que tener cuidado con palabras como indio, blanco, negro, salvaje, cunumi, llocalla, imilla, mujer, hombre, maricón, lesbiana, travesti, colla, camba, wiphala, derecha, izquierda, neoliberal, fascista, masista, mesista… Hace unas semanas un beniano me llamó “cruco hijo de…”. Y un cruceño, familiar político, blanquito y rubio, se le salió lo racista y discriminador y pretendió insultarme diciéndome “beniano de mierda”. Complete usted la lista.

* Escritor.

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La gran tarea de la reconciliación

La gran tarea del próximo gobierno y la de todos y todas será la de reconciliar al país.

/ 28 de octubre de 2019 / 06:59

Todo proceso de cambio es traumático; por eso, los estrategas de la guerra saben reconocer o se inventan enemigos para azuzar los ánimos de sus seguidores. El proceso iniciado por Evo Morales en Bolivia ha generado algunos cambios necesarios en el país, algunos de los cuales incluso estaban pendientes desde la República. Detallo algunas claves para entender el trauma: el enfrentamiento en Cochabamba en 2007; la masacre de Porvenir (Cobija) en 2008; la masacre del hotel Las Américas de Santa Cruz en 2009, y la brutal represión a mujeres y niños indígenas en Chaparina (Beni) en 2011.

En lo que se refiere a Santa Cruz, el MAS derrotó a la oligarquía cruceña para luego pactar con ella, dejando a un lado el discurso socialista y permitiendo el más salvaje capitalismo extractivista y depredador; pactó por conveniencia económica y se olvidó del pacto más importante: con un sector del pueblo que no estaba de acuerdo con ellos. A partir de entonces, los enfrentamientos disminuyeron pero no desaparecieron. Para ser efectiva, una revolución tiene que reconciliarse con todo el pueblo.

Las alarmas se volvieron a activar con el referéndum para modificar el Art. 168 de la Constitución Política del Estado, sin duda alguna un mecanismo constitucional. El 21 de febrero de 2016 el pueblo rechazó esta modificación, y ahí empezó la debacle del proceso de cambio. Hasta ese momento nada lo había afectado tanto, ni los escándalos de corrupción ni el avasallamiento de los territorios indígenas. Este año, el pacto con la oligarquía cruceña se hizo evidente en el incendio de la Chiquitanía y encendió el coraje de los jóvenes. Algo que ninguno de nuestros destacados cientistas políticos quiso ver. Enfrascados como están en teorías, se negaron a ver la realidad y no dieron ninguna pista de lo que se venía.

El desmarque que ya se gestaba en muchos sectores sociales y pueblos indígenas; y se hizo efectivo en las elecciones nacionales, porque lo avanzado en los primeros años se fue desfigurando por la angurria de permanecer en el poder. El MAS prefirió la confrontación antes que la reconciliación, acusando a los líderes políticos, sindicales, indígenas, empresariales e intelectuales de cualquier cosa; olvidando que lo único que engendra la violencia es más violencia. Y ahora lo siguen haciendo con un Presidente que olvida su papel de primer mandatario de Bolivia (de todos los bolivianos), y considera que solamente es candidato de un partido. “Muerte a los fascistas”, amenazó el ministro de Gobierno, Carlos Romero, algo inaudito en un sistema democrático y de respeto a los derechos humanos. En las dictaduras gritábamos: “Muera el fascismo”. Nos referíamos a la ideología, no a las personas. Lo que estamos viviendo es patético y lo ofrecido por Romero puede cumplirse.

Creo que antes del 21F todo le salía bien al MAS, incluso lo que hacía mal. Ahora todo le sale mal, incluso lo que hace bien. Parece que desobedecer la voluntad popular les trajo mala suerte, el k’encherío. La gran tarea del próximo gobierno y la de todos y todas será la de reconciliar al país. No será fácil, porque son 14 años de exacerbar los ánimos con discursos racistas y de odio.

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