‘La última cena’
El minicuento echa mano de todo lo que puede, para comprometer al lector en una lectura intertextual
En 1991, Pedro Shimose me trajo de regalo el libro Viaje al centro de la fábula de Augusto Monterroso, escritor que tuve el gusto de conocer en México en 1981. La obra venía con una dedicatoria apropiada al intercambio que había realizado Pedro, quien le había entregado mi libro Seres de palabras al autor de La oveja negra. Esto viene a cuento de la presentación de mi libro de microcuentos La última cena, porque Monterroso es conocido por su famoso El dinosaurio que, a veces, nos hace olvidar que escribió otras microficciones geniales, en las que abunda el humor y la ironía.
Desde hace muchos años que escribo cuentos, especialmente súbitos, que, a veces, no pasan de una línea. El minicuento contemporáneo echa mano de todo lo que puede. Aprovecha las leyendas, los mitos, los clásicos de la literatura, del teatro, del cine, de la religión; todo le sirve para comprometer al lector en una lectura intertextual. Incluso el título es parte substancial del texto, llegando a redondear la historia contada. En el minicuento no interesa tanto lo que se escribe como lo que no se escribe, importa mucho más lo que se deja de decir, lo que se sugiere, porque allí está el verdadero universo narrativo. Para reforzar la anterior aseveración cito a Lauro Zavala: “La fuerza de evocación que tienen los minitextos está ligada a su naturaleza propiamente artística, apoyada a su vez en dos elementos esenciales: la ambigüedad semántica y la intertextualidad literaria o extraliteraria”.
Es necesario aclarar que si bien el cuento mínimo juega magistralmente con el humor, con la ironía y el sarcasmo, existe una marcada diferencia con el chiste corriente, y la distinción estriba en la factura del trabajo, cercano a un epigrama, a una epifanía, a un haiku, no hay como equivocarse cuando estamos ante la presencia de una pequeña historia, de un cuento liliputiense.
Una de las definiciones más precisas es la de Jorge Luis Borges (magíster dixit) que nunca escribió una novela, pero en cambio, y para deleite nuestro, nos dejó inolvidables ejemplos de cuentos. El autor de El Aleph dice: “El cuento debe ser escrito de un modo que el lector espere algo continuamente, que haya expectativa, que se resuelva luego de un modo que pueda ser asombroso, en todo caso, que pueda parecer extraño y nunca capricho del autor, sino algo inevitable. Si puede ser asombroso e inevitable mejor”. A esto le agregamos que un buen cuento, si breve, dos veces bueno, es un poema.
Quizá por eso es que William Shakespeare afirmaba que “la brevedad es el alma del ingenio”, eso intento atrapar en mis microcuentos; y en el libro antes mencionado he tratado de hacerlo especialmente con la historia, con la religión, con la condición humana y con todos los temas importantes para la humanidad como el amor, el odio, la guerra, la soledad y la traición. La última cena se presentará mañana viernes en el Centro Cultural Santa Cruz. Me divertí escribiendo cada uno de los cuentos y espero que los lectores también lo hagan.