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Muerte anunciada

De no ser porque en el plano de la realidad se trata de un crimen abominable, la historia del linchamiento de un presunto asesino días atrás en Palos Blancos, al norte de La Paz, podría parecer tomada de una novela propia del realismo mágico latinoamericano. Pero al margen de su potencial narrativo, el caso ayuda a comprender por qué se producen los linchamientos.

En efecto, para que Edwin Mamani Buendía, alias El Pato, terminara sus días quemado dentro de un automóvil, ajusticiado al margen de toda consideración legal por una turba enardecida que lo acusó y condenó por el reciente asesinato de un joven, confluyeron todos los elementos que una y otra vez se han señalado como las causas estructurales para la recurrencia de los linchamientos en el país.

Mamani Buendía era el cabecilla de una banda de adolescentes y presuntamente autor material e intelectual del salvaje asesinato de un joven cuyo cadáver fue recuperado pocos días antes mutilado y con signos de tortura. Las sospechas estaban basadas en el hecho de que alguien había escuchado a los miembros de la pandilla hablando del crimen y sus motivaciones, lo que permitió que tras una denuncia, la Policía capturase a los miembros del grupo.

Sin embargo, al parecer los pobladores de Palos Blancos tomaron la extrema decisión en un contexto donde se identifica la ya conocida debilidad de las fuerzas policiales: hay sólo dos efectivos para todo el pueblo; y la lenidad de las autoridades judiciales: el linchado ya había estado detenido al menos dos veces antes, según informó el Alcalde de Palos Blancos. Además, hay otros dos recientes asesinatos que aún no han sido esclarecidos; y sobre el pandillero y su grupo pesaban sospechas de otros delitos cometidos en los últimos dos años.

A esos factores debe añadirse que en esa región, según datos policiales, hay un bar o cantina por cada 98 personas, que tiene 3.800 habitantes y 40 de estos negocios; el Alcalde sostiene que los que tienen permiso de funcionamiento no pasan de 16. El linchado y los miembros de su pandilla, dicen, vendían droga en esos bares. Así, es fácil concluir que el horrendo crimen cometido contra el presunto delincuente es casi una muerte anunciada, algo que debía pasar tarde o temprano, pues si a la frustración de la población se le suma la debilidad del Estado para hacerse cargo de estos factores de inseguridad ciudadana, las condiciones están dadas para que el grupo decida tomar la justicia en mano propia.

Es evidente que al margen de cuán claro haya quedado el mensaje de que el linchamiento no es justicia comunitaria sino un delito común, estos hechos seguirán ocurriendo en el país. Lo que hace falta, pues, no son más campañas educativas, sino una acción decidida para transformar radicalmente a la Policía y al sistema de justicia, que así como están no responden a las necesidades de la población.