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El gusto de leer

Era el primer semestre de 2007 y una periodista italiana me preguntó sobre el proceso de cambio en Bolivia. Le dije que le respondería dándole un ejemplo y le conté la experiencia de un portero al que nadie soportaba porque no tomaba en cuenta las reglas de trabajo que incluso se las habían entregado por escrito. Los directivos habían decidido no renovarle el contrato por todos los comentarios negativos. Ni siquiera toma en cuenta el libro de indicaciones que existe en la puerta de su habitación, decían los funcionarios que se sentían inseguros con el poco comunicativo portero. Pese a estos datos, el administrador decidió darle una oportunidad más, comprometiéndose a hablar con el casi extrabajador. Después de unos días vino con la noticia: el portero no obedecía las órdenes escritas, ni las que figuraban en el cuaderno de entrada porque no sabía leer ni escribir, no era dejadez, era vergüenza. La solución fue simple: ingresó en el programa de alfabetización, y para fin de ese año, todos sabían que su nombre era Fortunato, jugaba fútbol con sus colegas y respondía por escrito todas las órdenes que leía en el cuaderno. Ese es el verdadero cambio en el país.

Fortunato es una de las más de 840.000 personas que  lograron aprender a leer y escribir. Alfabetizarse les cambió la vida y sin duda cambió el país. La alfabetización es un derecho que otorga autonomía y permite gozar del infinito mundo del conocimiento.

Toda persona que aprende a leer y escribir ha dado un paso fundamental, aunque no ha terminado la tarea. Existe el riesgo de que se convierta en analfabeta por desuso. Es decir que al no tener qué leer ni dónde escribir,  pierda los conocimientos adquiridos. Es necesario dotarle de material y oportunidad para que siga leyendo. Fortunato, haciendo gala de su nombre, tiene la suerte de estar en constante ejercicio por la naturaleza de su trabajo. Para quienes vivimos en las ciudades, la posibilidad de leer está presente  en todas partes, los letreros de las calles, los avisos y las señales en los mercados, en los edificios, en las oficinas, nos mantienen como lectores activos. No es lo mismo en el área rural, en poblaciones pequeñas o en barrios alejados donde la gente está ávida de un texto y no tiene ni un letrero a kilómetros de distancia. Es la gente que busca aunque sea la propaganda de un detergente, las instrucciones del Segip o cualquier publicación que se deja por debajo de la puerta.

Dos tareas son fundamentales para avanzar: seguir trabajando en los programas de postalfabetización  para quienes aprendieron a leer y escribir recientemente, sin importar su edad, y crear el hábito de la lectura sobre todo en los niños, teniendo en cuenta que aprenden a través del ejemplo. Leer es la mejor oportunidad de ser libres.