La tercera y la vencida
Un niño tiene derecho a ser deseado. Un niño tiene derecho a que su madre lo espere con ansias, con amor, con impaciencia. Un niño tiene derecho a que sus padres no lo vean como a un error, sino como a una esperanza. Un niño tiene derecho a que su llegada no sea motivo de vergüenza, de temor, de resignación, ni de angustia.
Un niño no es una bandera. No es una carga. No es un ancla. No es una culpa. No es una consecuencia. Un hijo no debe ser la marca indeleble de un momento de violencia. No debe ser una cadena. No debe ser la razón por la que los sueños y perspectivas de sus padres queden en la nada. No debe ser causa y culpable de nuestras desgracias.
En esta tercera columna que dedico a este tema, quiero decir que quienes demandamos la despenalización del aborto no lo hacemos por asesinas, ni por egoístas, ni por insensibles, ni porque tengamos la necesidad matar a todo niño que se nos pare al frente. No estamos por la muerte. Estamos, también, por la vida. Por la vida digna y feliz de los niños que llegan a un hogar donde se los espera con amor y confianza. Por la vida plena y llena de esperanzas de las jóvenes que apenas empiezan a vivir y a amar, y se merecen hacerlo sin pagar por ello el resto de sus vidas. Por la vida honesta y llena de fortaleza de las mujeres que ya han sido madres una y otra y otra vez, y ya no quieren serlo nuevamente, por el bien de los propios hijos que ya tienen.
Los que defendemos la despenalización del aborto no proclamamos que éste sea bueno, productivo ni deseable. Sólo que no podemos, honestamente, cerrar los ojos a la realidad que nos rodea: el aborto existe. Los embarazos en adolescentes existen y cada año se incrementan. Las violaciones existen y de ellas se conciben cada día hijos que no se desean.
El debate por la despenalización, si algo de bueno tiene, es que ha puesto esa innegable realidad sobre el tapete y nos ha obligado a formular como sociedad demandas específicas: queremos una educación sexual verdadera, sin tapujos, sin medias verdades, sin moralismos, para que ninguna mujer se embarace si no lo desea. Queremos anticonceptivos gratuitos, de libre disponibilidad para todos (¡también para las adolescentes!), a fin de que ninguna mujer tenga que abortar en ningún momento desgraciado de su vida. Y queremos que el aborto deje de ser clandestino, para que no muera la madre junto con el niño no nacido. Es así como entendemos, realmente, la defensa de la vida.