Puedo entender que el resultado del censo 2012 indicando un desinfle de los que se consideran pertenecientes a un pueblo o nación indígena haya excitado a los analistas que, no sin razones válidas, han descalificado la idea de un Estado Plurinacional desde un inicio. Sin embargo, presos de esas emociones antiplurinacionalistas corren el riesgo de perder la brújula analítica. Técnicamente nada impide que un Estado sea considerado plurinacional aunque sólo un 10% se declarara perteneciente a una nación subestatal. Por otro lado, no es posible deducir un Estado plurinacional sólo desde el porcentaje de quienes dicen pertenecer a un pueblo indígena ni aunque tal valor llegara al 95%.

Reducir, pues, la decisión sobre la cualidad plurinacional o no de un Estado al dato de si hay o no más de un 50% que se reconocen como pertenecientes a un pueblo o nación indígena es un cálculo simplón. Pretender zanjar la cuestión plurinacional con este dato es cómo creer que lo que distingue un perro de un gato es el tamaño de las orejas. Uno de los tantos errores de los antiplurinacionalistas fue suponer que no era posible que, simultáneamente, más de un 50% se adhiriera tanto a una identidad nacional como a una de corte nacionalitario subestatal (paradoja totalmente plausible), mientras que el error de algunos doctrinarios oficialistas fue inspirarse en el dato del 62% de autoidentificación indígena del Censo de 2001 para alentar una visión alucinada de Estado racial-socialista. Curiosamente, ese 62% que para muchos antiplurinacionalistas fue un dato cocinado, resulta que una vez desinflado a menos del 50% sí había sido un dato capaz de sustentar el desplome del Estado Plurinacional. Como se ve, ambos bandos se quitonean el mismo hueso para “sustentar” sus ocurrencias.

Lejos de estas trifulcas criollas, resulta que desde una perspectiva constitucional comparada, un Estado concomitante a una nación común a todos sus habitantes es compatible con la existencia simultánea de una o varias naciones subestatales. Ello significa, en nuestro caso, que tal construcción no se haga negando la nación boliviana como tejido agregador y, además, se la haga sobre la base de una masa crítica y compleja de evidencias que hagan sensato calificar determinados pueblos indígenas como naciones subestatales. Como acabo de apuntar, el que en 2001 un 62% de personas se identificara como indígena y que en 2012 un 41% se crea perteneciente a una nación o pueblo IOC es de por sí insuficiente para dirimir la polémica, peor si la pregunta misma ha diferido.

El riesgo de la idea plurinacional no radicó, en nuestro país, en que se reconozcan naciones subestatales, sino en la forma en que se lo hizo, y en el hecho de que determinados operadores del oficialismo usaron este dato para reponer un pasado indígena precolonial que, en realidad, tuvo tanto de intolerable e intolerante como de virtuoso y rescatable. Brincotear de alegría porque se haya caído el sustento del Estado Plurinacional con los datos del nuevo censo devela, por su lado, que los antiplurinacionalistas siguen sin cachar el dilema real. Se resisten a reconocer que así como perversa es la fantasía milenarista de un indigenismo sin quicio (al punto de creer que el “elegido” de la humanidad ha visto la luz en el vórtice andamarquense), igualmente miope puede ser defender lo mestizo como la “verdad” que, por cierto, no deja de ser abusiva por mucho que se la aderece con la trivialidad de lo pluri-multi.