Aclaraciones sobre transgénicos
No existe ningún producto agrícola que no haya sido manipulado genéticamente en alguna medida
Se confunde frecuentemente al público con datos erróneos sobre los transgénicos. Por eso es importante recordar que cuando los organismos genéticamente modificados (OGM) no existían, ya el mundo padecía de todos los males que ahora se les atribuye. La agricultura industrial ya había proliferado a base de monocultivos que arrasaron los bosques, dañando el medio ambiente y la salud humana con agroquímicos. Las transnacionales desarrolladoras de semilla ya dominaban al mundo con sus derechos exclusivos ligados a herbicidas y fertilizantes, que eran parte del paquete tecnológico.
Pero tal vez lo más grave está en confundir el mejoramiento genético (practicado por el hombre desde hace más de 2.000 años) con los transgénicos que prácticamente acaban de ser incorporados a los cultivos. Es una falsedad decir que un cultivo orgánico usa plantas sin mejora genética, porque no existe ningún producto agrícola o pecuario que no haya sido manipulado genéticamente en alguna medida. La era de los transgénicos es sólo un evento más en la milenaria historia del mejoramiento de plantas y animales, guiado por la humanidad. Por eso, cuando Cristóbal Colón llegó, los agricultores nativos americanos, desde Canadá a Chile, ya estaban cultivando variedades mejoradas de maíz.
El mejoramiento genético milenario a través de cruzamientos siempre fue una amenaza para la biodiversidad, porque es un proceso que va seleccionando las mejores características, desechando los rasgos no deseables y conduciendo en todo el proceso a una menor variabilidad genética. Esto ha llevado a que aproximadamente el 22% de las razas bovinas del mundo estén en riesgo de extinción, y a que cada vez se restrinja más la variabilidad en frutas, vegetales y cereales mejorados, sin que esto tenga nada que ver con los transgénicos.
Las variedades silvestres de plantas y animales no son aptas para la producción y el consumo por su heterogeneidad y bajo rendimiento, pero son de enorme valor como portadoras de genes con los que se producen variedades de alta producción. Para protegerlas de la contaminación genética que puede provenir de los OGM o de variedades mejoradas; no se trata de prohibir las plantas modificadas, sino de preservar cuidadosamente las variedades silvestres en aislamientos y bancos de germoplasma.
Conseguir recursos para desarrollar una estructura sólida de preservación de nuestro patrimonio genético sería una contribución mucho más efectiva en defensa de la biodiversidad por parte de ciertos movimientos que critican la biotecnología. Hasta ahora nuestro país ha manejado en forma deplorable su acervo genético, desperdigando sin orden el germoplasma nativo de la quinua, del maní, de tubérculos andinos o de razas criollas de bovinos y camélidos, por poner algunos ejemplos de triste historia. Negligencia que algunos tratan de achacar a la controversia de los transgénicos.
Hoy el mundo enfrenta la permanente destrucción de bosques a través del crecimiento del agronegocio en monocultivo que, con o sin transgénicos, está en permanente expansión. La única alternativa para detener este patético avance es que los cultivos se queden donde ya están y las tierras degradadas se reincorporen a la producción, incrementando cada vez más los rendimientos de áreas que ya han sido destruidas. Esto sólo será posible aplicando biotecnología a monocultivos y sistemas agroforestales.