Loyola Guzmán es sobreviviente de la guerrilla del 67 y de las dictaduras de todos los colores. Mucha gente quisiera que ya no viva entre nosotros, sino en el limbo de un altar, como un símbolo, pues los símbolos no producen escozores ni causan polémica. Pero Loyola está viva y sigue caminando por las calles.

Participó en la Asamblea Constituyente en Sucre. Cuando la quisieron mandonear desde palacio, ella no echó el grito al cielo, tampoco agachó la cabeza. Propuso discusión, análisis y crítica para llegar a acuerdos. Pero más atractiva, para la mayoría, era la confrontación. Ella siguió trabajando en silencio.

Desconfía del que cree tener la verdad, así como del soberbio. Prefiere hablar con la gente, escuchar, valorar la opinión del compañero, no del sabelotodo, sino del que apenas habla o que es temeroso a veces, que en sus dudas e imprecisiones tiene mucho que decir. Así se construye, de abajo para arriba, una propuesta, una opción, un camino.

Pero al mismo tiempo tiene las ideas claras y sabe lo que quiere. Si recorremos su vida, constatamos que siempre transitó contra la corriente, por eso está donde está, y cuando le toca actuar y decir su palabra, nadie puede quedar indiferente. Anotemos tres ejemplos de ello.

Siendo militante de la juventud comunista, de pronto, en 1967, abandonó el partido y decidió ingresar a la guerrilla. Las críticas de sus camaradas llovieron: cómo una joven comunista se iba a lanzar a la aventura saliendo del cauce trazado, estaba equivocada, abandonaba la lucha. El partido es como un tren, algunos, los equivocados,  se quedan en las estaciones intermedias, y los buenos son los que “no se bajan del tren” y continúan hasta la meta…

Segundo caso. Cuando el MAS llamó a un referéndum para aprobar la nueva Constitución, producto de las idas y vueltas de la Asamblea Constituyente (con levantamanos de por medio, sesiones de asambleístas en un cuartel, muertes en La Calancha, manipulaciones en Oruro), Loyola realizó una conferencia de prensa y dijo No. Y cayeron sobre ella los insultos y los maltratos: el estilo de la crítica política de los nuevos poderosos, de los “verdaderos” revolucionarios. Y muchos (muchas) ya no querían ni sentarse al lado de la traidora y la apestada.

El tercer caso es el actual, cuando el Gobierno ya no puede ocultar su verdadera cara. Las críticas aumentan entre movimientos sociales como los del TIPNIS, el Conamaq y entre muchos grupos de intelectuales. Se escuchan expresiones tibias como: “Lo está haciendo mal el Gobierno, pero yo sigo en el proceso de cambio”. “Sí, pues, hay corrupción, pero debemos apoyar el proceso de cambio”. “Sí pues, pero… Esto es un proceso”. Entonces Loyola, una vez más, rompe el silencio: No podemos seguir callados y sólo criticar, tenemos que actuar contra la corrupción y la soberbia, por el pluralismo y la tolerancia…

Y nuevamente llueven las críticas de los revolucionarios y de los puros que quieren mantener “su símbolo” y quedarse en “su” pasado de glorias. Pero cómo, nos quitan protagonismo, si las cosas eran tan claras, la izquierda, la derecha, la Patria Grande, el imperio, la traición…

Esos hechos en la vida de Loyola no fueron un capricho para meter bulla, son acciones políticas para construir entre todos, para poner las cosas claras y en su lugar. Mal que les pese a los indecisos y a los envidiosos, a los puros y a los conservadores de lejanas glorias, a los que no se equivocan porque no hacen nada.