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Nuevo regionalismo

Este mundo multipolar de relaciones bilaterales y multilaterales que se agilizan, evidencia la creación de megaacuerdos regionales y extrarregionales entre países que se especializan en determinados segmentos de una creciente fragmentación de la producción en cadenas de valor. Es un escenario que para América Latina se presenta incierto, puesto que persiste en tendencias estructurales que refuerzan las relaciones asimétricas.

Con el desarrollo de políticas nacionales soberanas y anticíclicas, cada una válida en sus propios contextos, nuestro continente ha conseguido un crecimiento sostenido y una importante reducción de los índices de pobreza. Pero si bien esta fórmula ensimismada permitió sortear los efectos de la crisis internacional, no alcanza para enfrentar sus secuelas ni para superar la brecha de desigualdad, y menos para convertirnos en una región capaz de transitar de la periferia económica y política al centro decisor del orden mundial.

Para ello estamos obligados a encarar decisiones estructurales que favorezcan la diversificación de la economía, el cambio del patrón primario exportador y la innovación tecnológica y educativa. Y no nos queda otro camino que el de la integración, a sabiendas de que contamos con acuerdos múltiples, de membrecías entrecruzadas y modelos heterodoxos “a la latinoamericana”, que no se sujetan a los parámetros clásicos de la unión aduanera, sino que sientan las bases de un nuevo regionalismo latinoamericano, caracterizado por la confluencia de al menos tres dinámicas integracionistas.

Por una parte, el surgimiento y raudo posicionamiento de esquemas de afinidad interna, como el Alba y la Alianza del Pacífico, que no se sujetan a vecindades territoriales sino más bien a intereses comunes en el campo ideológico, político y/o económico. Sus concepciones y estrategias diferenciadas y opuestas podrían bifurcar el continente en dos caminos irreconciliables.  Por otra parte, en su reacomodo al nuevo contexto, los bloques subregionales y regionales ya existentes requieren, para su propio fortalecimiento y proyección, de espacios convergentes y complementarios. Tanto la ampliación y carácter multidimensional del Mercosur, así como el acervo supranacional, integral y pluralista, de la CAN, contienen conquistas paradigmáticas capaces de redimensionarse a nivel continental.

Finalmente están Unasur y Celac, permitiendo interacciones y modalidades de integración y complementación económica, política, social, cultural y ambiental en un nivel continental. Con un sentido plural e inclusivo, son las llamadas a articular todos los esquemas y países, con respeto de sus particularidades, para que éstos a su vez cedan parte de sus soberanías en favor de espacios que les agreguen valor, pero sobre todo los sitúen unidos en el eje de las políticas del orden internacional.