A diez años
Han pasado diez años desde esos días de coraje y muerte, continúa el reclamo de justicia
Es una ametralladora hermano, una ametralladora… (en el fondo se escuchan las balas) No puedo creer. Ráfaga… ráfaga…”, era la voz del periodista Marco Quispe, de radio Pachamama, que llegaba a través del celular desde las calles de El Alto el sábado 11 de octubre de 2003, cuando comenzaban a caer las sombras de la noche, una noche que se anunciaba negra y dolorosa. La matanza en El Alto había comenzado ese día a las 08.00, un hombre cayó muerto en la calle Managua y la riel en la zona Ballivián. Le habían disparado desde un helicóptero.
Las voces de los vecinos llegaban a través del teléfono que no dejaba de sonar en la emisora, “No hay razón, no hay raciocinio para meter metralla a gente que está agarrando piedra”, decía indignado un vecino de quien no quedó registrado su nombre, pero sí la fuerza de su protesta, que se multiplicó en los parlantes instalados por la Fejuve alteña, se escuchó en la ciudad de La Paz y se expandió sin límites por internet en un sinfín de emisoras, para que los hechos no queden ocultos.
Los soldados se desplegaban en la oscuridad, en un ambiente de guerra, con las luces apagadas, gases lacrimógenos formando una densa humareda, las balas enloquecidas persiguiendo a la gente que corría en la oscuridad. En ese ambiente murió el niño Álex Mollericona, de cinco años. No estaba en la calle, no estaba en los bloqueos impidiendo que pasen las cisternas con gasolina, estaba jugando en su casa cuando una bala lo mató el sábado 11 de octubre de 2003, a las seis de la tarde.
Gas para Bolivia era la consigna. Las balas fueron la respuesta. El periodista Víctor Hugo Huanca pedía que permitan ayudar a los heridos, se estaban desangrando, denunciaba que el acuerdo del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada era gasolina por sangre. Lo hizo durante toda la noche de ese sábado desde la cabina de radio Pachamama, cuya transmisión dejaba escuchar las balas de los fusiles FAL mezcladas con las voces desesperadas e indignadas, que pedían la renuncia del Gobierno.
La caravana de la muerte comenzó en Senkata, desde donde salieron las cisternas cargadas de gasolina, pasaron por la Ceja y siguieron por la autopista. Disparaban con ametralladoras, dejando decenas de muertos y heridos el domingo 12 de octubre, como relató el periodista José Luis Aliaga desde la autopista, con respiración entrecortada por los gases que lanzaban los policías. Por detrás de su voz se escuchaban las balas disparadas por los militares. Luego cayó la granizada, fue corta pero intensa, suficiente para acabar con la humareda del gas y permitir hacer el recuento de muertos hasta sumar 67. Han pasado diez años, continúa el reclamo de justicia. Hay cientos de testigos, los asesinos siguen libres.