El nacimiento de un bebé intersexuado en El Alto ha sorprendido a la sociedad, y ha puesto en evidencia que en Bolivia, al igual que en casi todas las sociedades del mundo, aún persiste la poderosa creencia de que sólo existen dos sexos, y que éstos difieren en lo biológico y en lo comportamental. Sin embargo, la presencia del bebé intersexuado en El Alto reta esa creencia.

Los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que el 1% de la población es intersexuada; las estimaciones de la Asociación Mundial de Hermafroditas señalan que el 5% de la población es intersexuada; otros datos estadísticos privados dicen que una de cada 2.000 personas es intersexuada… Cualquiera sea la fuente que nos interese adoptar (en caso de querer dinamitar nuestros grotescos prejuicios), la presencia intersexuada en el mundo es un hecho incuestionable.

Sin embargo, la puesta en cuestión de la procedencia del bebé nacido en El Alto, a partir de consideraciones que apuntan a su “origen” genético, anclado en alguna oscura enfermedad congénita; o al hecho de la edad de la madre (14 años); a la violación o al incesto cometido por el padre de la menor no hacen más que reafirmar la ceguera crónica y la incapacidad de reconocimiento de las diversidades de ser en el mundo que aqueja a nuestros profesionales médicos, abogados y —por qué no decirlo— colegas periodistas, para quienes el hecho apenas es una curiosidad noticiosa. El bebé hermafrodita pone en evidencia —una vez más— la mentalidad inquisidora, oscurantista, medieval de los poderes biopolíticos médicos y legales que toman a su cargo la vida, como si se tratara de un objeto que puede ser intervenido y sometido a voluntad.

Pero esta actitud (inhumana) no es una novedad. La Historia está llena de testimonios y de relatos de bebés intersexuados que han sido reasignados al nacer, por la voluntad arbitraria e irresponsable de sus progenitores, de parientes, médicos o abogados “bien intencionados” que han buscado, por todos los medios tecnológicos a su alcance, reducir esta expresión sexual distinta de la condición humana, al dimorfismo jerárquico valorativo hombre/mujer, con todas las consecuencias existenciales que semejante arbitrariedad tiene en la vida de quienes padecen los estragos de estas reasignaciones de sexo (en la mayoría de los casos erróneas, y con saldos de muertos por suicidio, practicadas por estos médicos). La Asociación Mundial de Intersexuados actualmente está enfrentando múltiples juicios, a nombres de esos bebés que ahora son adultos y que están gritando al mundo la injusticia de la que han sido víctimas, al habérseles despojado del derecho a ser…

Los intersexuados no son hombres o mujeres malhechos o indefinidos, no son errores de la naturaleza o malformaciones cromosómicas, son seres intersexuados y tienen el derecho de permanecer en esa condición. En caso de querer optar por otra condición, las personas hermafroditas tienen derecho a definir libremente el sexo al que quieren pertenecer, y esa elección no puede hacerla ni sus padres, ni las autoridades médicas, ni las autoridades de protección a la infancia.

El sexo constituye un elemento de la identidad de determinada persona, y sólo ella, con pleno conocimiento, puede consentir en una readecuación de su sexo y aún de su género. Nuestra Constitución Política del Estado reconoce el derecho a la vida… La vida del bebé de El Alto no puede estar librada a las arbitrariedades de ningún poder. Toda persona tiene derecho a ser, a esperar la suficiente edad y madurez psicológica para decidir por sí misma la definición de su sexo, y es libre de escoger su afinidad sexual como un hecho inherente a la propia constitución de su ser. ¡No a la reasignación sexual del bebé de El Alto!