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Saturday 27 Apr 2024 | Actualizado a 16:20 PM

Matanza de perros en El Alto

/ 13 de octubre de 2013 / 04:00

Días atrás, la fundación Animales SOS denunció que funcionarios municipales de El Alto envenenaron a 180 canes con estricnina, un pesticida bastante tóxico. Un voluntario de esa asociación, quien afirma haber acompañado a la cuadrilla municipal, señaló que los perros murieron luego de sufrir prolongadas y dolorosas convulsiones, y que sus cuerpos, con las patas estiradas, fueron echados al botadero municipal. Si bien la Directora Municipal de Salud de El Alto negó esa versión, la Unidad de Zoonosis decidió interrumpir la matanza de canes que está llevando a cabo en esa urbe desde la semana pasada tras las denuncias de Animales SOS.

En cualquier caso, no sería la primera vez que funcionarios ediles incurren en este tipo de prácticas crueles e irresponsables, que además de provocar una dolorosa y prolongada agonía a los canes, constituyen un grave peligro para la vida de los seres humanos, especialmente para los niños.

Esta brutalidad se debe, entre otras razones, a la falta de institucionalidad y de unidades especializadas que impera en algunos municipios del país.Lugares donde, en caso de situaciones extremas, las autoridades muchas veces recurren a medidas improvisadas, sin seguir ningún protocolo o sin siquiera examinar su alcance y posibles externalidades.

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Hablar ruso en EEUU

Sasha Vasilyuk

/ 27 de abril de 2024 / 07:35

En enero de 2022, estaba planeando un viaje de verano a Ucrania y Rusia para mi hijo de cuatro años y para mí. Pasé la mitad de mi infancia en Ucrania y la otra mitad en Rusia antes de mudarme a los Estados Unidos cuando era adolescente. Cuando me convertí en madre, mi único y obsesivo objetivo era enseñarle ruso a mi hijo. Luego, después de unas vacaciones navideñas con su abuela estadounidense, me habló en inglés. Entré en pánico. Decidí que necesitaba una inmersión total lo antes posible.

Una visita a Ucrania y Rusia le permitiría ver que la lengua materna de su madre no era un capricho suyo sino algo normal para millones de personas. Un mes después, las fuerzas rusas invadieron Ucrania. No le dije inmediatamente a mi hijo que había comenzado una guerra. Creo en decirles la verdad a los niños, pero ni siquiera podía explicarme a mí misma por qué una de mis patrias estaba invadiendo la otra, por qué mis primos en Kiev se escondían en refugios antiaéreos, por qué mis primos en Moscú huían del país. Estaba segura de que no duraría (no podría) durar mucho.

Una de las falsas razones de Putin para la invasión fue proteger a los rusoparlantes en Ucrania, a pesar de que muchos rusoparlantes (como mi familia) se habían sentido perfectamente seguros en su país bilingüe. Mientras los tanques avanzaban hacia Kiev, pensé en el esfuerzo y los recursos que había invertido en enseñarle a mi hijo un idioma que se utilizaba como excusa para la violencia. Mucha gente en Ucrania prometió dejar de hablar ruso, pero a nosotros no nos pareció la solución adecuada. Decidí seguir como estábamos y no decir nada sobre la guerra hasta que él me lo pidiera.

A medida que la guerra se prolongaba, el verano de nuestro viaje planeado llegó y se fue. Mi hijo no se dio cuenta y agradecí al nebuloso sentido del tiempo de su cerebro infantil por ahorrarme la necesidad de dar explicaciones. Ese noviembre cumplió cinco años. Aumenté su dosis de dibujos animados en ruso y comencé a enseñarle a leer en ruso. Entonces, un día llegó a casa de la guardería y preguntó: “Mamá, ¿hay una guerra en Ucrania?” Una mezcla de pánico y alivio me invadió. Nos dirigimos al mapamundi que colgaba de la pared de su dormitorio, diseñado por un amigo de Kiev. Le mostré el contorno de Ucrania, con sus pequeños dibujos animados de borscht y sus iglesias con cúpulas en forma de cebolla. Dije algo sobre los tanques, sobre lo terrible que era la guerra. Él asintió en silencio. Lo mantuve limitado y apropiado para la edad. También omití una pieza crucial: no me preguntó quién empezó la guerra y yo no se lo dije. No me atreví a decir que era Rusia.

Unos meses más tarde, vi a mi hijo dirigirse directamente a una familia de habla rusa en la playa. Cuando los alcancé, le preguntaban a él (y luego a mí) de dónde éramos. Su tono era urgente, insistente. Necesitaban saber que no éramos de Rusia; habían llegado recientemente a los Estados Unidos desde Kherson, Ucrania. Tan pronto como escuché «Kherson», envié a mi hijo a jugar. Su hijo era solo unos años mayor y parecía estar traumatizado, alternando entre mirar al vacío y arrebatos de ira hacia su abuela. Escuché cómo la familia había sobrevivido a una brutal ocupación rusa de seis meses y vi a mi hijo jugar a lo lejos. Hazle saber a su pequeño cerebro sobre el sufrimiento. Pero no sobre la traición de Rusia. Aún no.

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George Orwell: el eterno profeta

/ 27 de abril de 2024 / 07:27

Cuando llegué por primera vez a Londres, Orwell había muerto hace pocos años (1950) y sus dos alegorías que se volverían best-sellers servían de catecismos en las frecuentes batallas intelectuales que se libraban en el fulgor de la Guerra Fría. Se trataba del clásico Animal Farm (Revuelta en la Granja) y del no menos celebrado 1984. Ambas obras influyeron grandemente en la juventud de la época para provocar dudas y alta dosis de escepticismo en las bondades pregonadas por el sistema imperante en la entonces Unión Soviética. La primera, escrita con refinada ironía, se trata de la revolución impulsada por los animales de la finca que culmina con la captura del poder, el subsecuente exilio de los patrones acusados de corruptos y la implantación de la dictadura en la hacienda, bajo consignas unánimemente aceptadas como aquella del comunismo invertebrado que decía “todos los animales son iguales”. Aunque las diferencias se hacían cada vez más notorias, pues los cerdos constituían la clase dominante, los perros organizaron la policía y los burros mayoritarios, formaban las masas trabajadoras. Sin embargo, el goce del poder por los puercos empezó a mostrar ciertas preferencias, entonces la teoría oficial trocó el eslogan así: “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que los otros”. Con esa secuencia, comencé a imaginar el denominado proceso de cambio operado en Bolivia a partir de 2006 y cuyo triste epílogo es la insuperable crisis económica e institucional que padece el país hoy en día.

1984: Bajo ese título premonitorio escrito 30 años antes —con parecida savia metafórica—, retrata el estado de no-derecho que regía en la Unión Soviética staliniana y pronostica que al cabo de unos años se convertiría en sofisticada dictadura, con justificaciones tan burdas como esa de “el hermano mayor te está cuidando”, o sea un fantasma inexistente, para paliar el asedio policial de la ciudadanía y persuadirla que, no obstante, está constantemente vigilada. Otra joya es el “ministerio de la verdad”, o sea el equivalente en Venezuela del Ministerio de Informaciones, que repite las 24 horas y por todos los medios, incluyendo altavoces, noticias ficticias que siendo la única fuente deben tomarse por verídicas, y la perla más exótica son los principios ideológicos como “la guerra es la paz” o “la libertad es la esclavitud” y “la ignorancia es la fuerza”. Este último parece prevalecer en las manifestaciones en las calles bolivianas.

George Orwell, pseudónimo de Eric Blair, murió de tuberculosis a los 46 años, casi la misma edad que el malogrado opositor ruso Alexei Navalny, y sus escritos han trascendido la flema literaria para convertirse en advertencias premonitorias del devenir político universal. En su juventud se alistó como policía colonial en el entonces Burma (hoy Myanmar), donde fruto de sus observaciones publicó Dias Burmeses, pasantía de cuatro años que lo indujo a una frenética vida sexual con prostitutas y esposas “coloniales”, como cuenta su reciente biógrafo Paul Theroux (ed. Mariner, 400 páginas), que lo dibuja como “un alma atormentada e ingenua” durante esas jornadas asiáticas. Lo que no consigna es el compromiso del autor con la libertad, porque Orwell también —en su momento— se alistó como voluntario en la guerra civil española para combatir al fascismo franquista, inspiración para su Homenaje a Cataluña.

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Shanghái, la superciudad china

Shanghái es la ciudad más poblada del planeta, con más de 26 millones de habitantes

Patricia Vargas

/ 26 de abril de 2024 / 07:26

Shanghái es una metrópoli de gran desarrollo económico en China, una de las pocas cuyo pasado aún no fue arrasado por el progreso. Una realidad que invita a recorrer sus calles históricas, las cuales conservan algo de su memoria heredada. Aun así, allí tiene lugar una vida citadina terriblemente activa, lo que hace que su tejido urbano esté en constante transformación.

Esta ciudad fue considerada en el pasado (1930) como el París del Oriente. Lo llamativo es que ese pueblo de pescadores, ubicado al medio de una marisma, fue transformado de puerto comercial y control del tráfico fluvial a una de las ciudades más importantes de China. Un lugar que se enriqueció gracias al comercio del algodón proveniente del interior.

Revise: Fragmentos de vida en la ciudad

Su historia es por demás singular y relata que los ingleses, al llegar en sus buques en 1842 —después de la primera guerra del opio—, redujeron los edificios públicos a cenizas y abrieron sus ricos graneros a la población. Y fue justamente a finales de ese siglo que los asentamientos internacionales, especialmente franceses, abarcaron más de 30 km² de territorio.

En la primera mitad del siglo XX, mientras China salía del dominio imperial, la ciudad de Shanghái vivió una doble realidad: como un rico centro comercial y como el foco de una serie de luchas políticas. En 1921, el Partido Comunista chino celebró su primer congreso, y dos años después Chiang Kai-Sheck ocupó Shanghái.

Fueron tiempos en que los obreros trabajaban en condiciones de explotación en las fábricas, durante 10 o 12 horas al día.

En 1948, con la liberación de Shanghái por parte de los comunistas, se anunció la llegada del nuevo tiempo para esa ciudad. En 2008 su población superó los 18 millones de habitantes, incluidos los tres millones de trabajadores itinerantes.

Lo interesante es cómo Shanghái evolucionó hasta el punto en que hoy es considerada una ciudad vibrante que permite a sus visitantes tres cosas: experimentar el ayer gracias a que conserva los rasgos de su pasado tradicional; vivir el presente que se destaca por la dinámica de su comercio; y mirar el futuro a través de sus grandes adelantos tecnológicos, como el tren de levitación magnética y sus rascacielos de línea contemporánea.

También resulta ineludible mencionar los bellos espacios urbanos que alberga Shanghái, como el famoso Jardín Yuyuan, que se remonta a la época de la dinastía Ming y cuenta con pabellones, jardines rocosos y lagunas de sublimes características.

Sin duda, Shanghái es una ciudad particular que supo mezclar la cultura en su cualidad proyectual y para ello construyó un rascacielos, el de Pudong, que resalta el centro urbano.

De esa manera, esa metrópoli de China —que en 2010 acogió la Exposición Universal— luce hoy un urbanismo del futuro. La ciudad conocida también como la “pieza estrella” de la economía china debido a su gran crecimiento, hoy compite para consolidarse como la urbe más grande de ese país.

Actualmente, Shanghái es la ciudad más poblada del planeta, con más de 26 millones de habitantes. Un destino turístico que destaca por monumentos como el Bund y sus calles cercanas al Área Sur que son parte de la vieja urbe, pero dentro de una imagen que exalta su progreso. Todo ello refleja un pasado histórico mezclado con una vida cosmopolita, que ha tenido el talento de entrelazar pasado, presente y futuro.

Así pues, esa gran metrópoli —núcleo financiero y punto de contacto con Occidente— muestra a otras ciudades del mundo la fuerza y la vitalidad urbana de su cultura.

(*) Patricia Vargas es arquitecta

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Te hicieron daño, no por eso tienes razón

Pamela Paul

/ 26 de abril de 2024 / 07:18

Vivimos en una época dorada de agravio. No importa quién sea usted o cuál sea su política, cualquiera que sea su origen étnico, circunstancias económicas, antecedentes familiares o estado de salud mental, es probable que tenga muchas razones para estar enojado. La gente siempre ha luchado por el acceso desigual a recursos escasos. Sin embargo, nuestra cultura nunca había hecho de la reclamación una fuerza tan animadora, un juego casi obligatorio de suma cero en el que cada parte se siente como si hubiera sido abusada de manera única.

En este contexto, leer el nuevo libro de Frank Bruni, La era del agravio, es un triste asentimiento y un movimiento de cabeza tras otro. Sobre la base del concepto de las Olimpiadas de la opresión, “la idea de que las personas que ocupan diferentes peldaños de privilegio o victimización no pueden captar la vida en otros lugares de la escala”, que describió por primera vez en una columna de 2017, Bruni muestra cómo esa mentalidad se ha incorporado a todo, desde la escuela primaria hasta las instituciones gubernamentales. Atender a nuestros respectivos feudos, escribe, es “privilegiar lo privado sobre lo público, mirar hacia adentro en lugar de hacia afuera, y eso no es un gran facilitador de una causa común, un terreno común o un compromiso”.

Consulte: Momento de unidad

Tanto los individuos como las tribus, los grupos étnicos y las naciones se dividen en binarios simplistas: colonizador versus colonizado, opresor versus oprimido, privilegiado y no. En los campus universitarios y en las organizaciones sin fines de lucro, en los lugares de trabajo y en las instituciones públicas, las personas pueden determinar, presentar y convertir su queja en un arma, sabiendo que pueden apelar a la administración, a recursos humanos o a los tribunales en línea, donde serán recompensados con atención, si no hay una mejora sustancial en las circunstancias reales.

Los agraviados recurren a las redes sociales, donde aquellos que parecen ofendidos son alimentados en el abrevadero. Bruni se refiere a quienes hacen saber que algún representante de un partido agraviado está bajo amenaza como los “centinelas de la indignidad de Twitter”. ¡Listos para revolver la olla, que comience la indignación y que gane el quejoso más fuerte!

Pero incitar a la gente a una sensación constante de alarmismo distrae la atención de las malas acciones reales en el mundo. Convertir tragedias complejas en simples competencias entre quién cumple más requisitos rara vez aclara la situación.

La compulsión de encontrar ofensas en todas partes nos deja sin cesar. Cualquiera que sea su política, asume y alimenta una narrativa que se extiende ampliamente desde lo profundamente personal hasta lo grandiosamente político: desde yo y los míos hasta usted y el otro, desde nosotros contra ellos hasta el bien contra el mal.

La acritud no ha hecho más que intensificarse en los últimos años. El campo de batalla sigue ampliándose. Lo que comienza como una amenaza a menudo desemboca en protestas, disturbios y violencia física. Es difícil para cualquiera atravesar todo esto sin sentirse agraviado de una forma u otra. Pero nos perjudica a todos. Y si seguimos confundiendo el agravio con la rectitud, solo nos prepararemos para más de lo mismo.

(*) Pamela Paul es columnista de The New York Times

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Irán: La nueva ecuación geopolítica

Irán se ha convertido en el paradigma de la dignidad y el valor, aun sabiendo que EEUU podría haber respondido por su gendarme

Sdenka Saavedra Alfaro

/ 26 de abril de 2024 / 07:13

Más allá de la guerra mediática y la iranofobia que dominan el “lobby sionista” e imperialista en Occidente, en su complot a la República que lleva 45 años de resistencia a las sanciones y bloqueos que Washington le impone, el que minimiza, manipula y difama todas las acciones que Irán emprende en aras de su lucha y defensa hacia los países explotados y humillados por el sionismo, como Palestina, que lleva resistiendo 76 años de limpieza étnica, de apartheid, de robo de tierras.

La operación “Verdadera Promesa”, llevada a cabo por Irán el 13 de abril, respuesta en legítimo derecho, según el artículo 51 de la Carta de San Francisco de las Naciones Unidas, tras el ataque israelí a la sección consular de su embajada en Damasco, Siria, donde fueron asesinadas 13 personas, entre ellas siete miembros de la Guardia Revolucionaria Iraní, representa un punto de inflexión en la nueva ecuación geopolítica, ya que demostró al mundo ser un mensaje disuasivo en la estrategia de esta república, que no atacó a civiles, no destruyó hospitales, escuelas ni residencias.

Lea: Pulverización del sistema educativo en Gaza

Solamente derrumbó el “inquebrantable” poderío del sionismo, con sus más de siete misiles hipersónicos, los que no pudieron ser interceptados por el ejército de Israel, demostrando que la seguridad individual y colectiva de Tel Aviv está sujeta a la ayuda de sus aliados y patrocinadores como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, los que vetan un cese al fuego del genocidio en la Franja de Gaza, los que se oponen a una declaración condenatoria.

Dentro del contexto de la respuesta de Irán se encuentra la lucha por la defensa del pueblo palestino, que viene resistiendo desde el 7 de octubre, cuando se realizó la “Tormenta Al Aqsa” contra la política de destrucción masiva de Israel en el genocidio perpetrado en el enclave costero que lleva al presente un saldo de más de 34.100 muertos, donde la mitad son niños y mujeres.

La agresión israelí en la Franja de Gaza ha cumplido más de 200 días, y las fuerzas de ocupación continúan matando a los palestinos, desafiando el clamor internacional generalizado para que se ponga fin al exterminio, que ha socavado la base moral y geopolítica de la existencia misma de Israel, ya que el gobierno de Benjamín Netanyahu lo está llevando al fracaso, al infligir a Gaza en el peor desastre humanitario desde la Segunda Guerra Mundial, cultivando una visión racista y arrogante (Yuval Noah Harari).

La Mossad israelí, bajo la capa de Estados Unidos desde hace más de cuatro décadas, ha venido asesinando no solo a líderes de Irán, como el comandante de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qasem Soleimani, en 2020, en Bagdad, por órdenes de Trump, sino a sus importantes científicos como Mohsen Fajrizade, exdirector del Centro de Investigación Física, llevando a cabo diferentes sabotajes, complots, ataques al centro de investigación espacial de Irán, los cuales fueron silenciados por los medios hegemónicos.

Se debe reconocer que la respuesta de Irán obedece no solo a sus epifanías de su misma ideología y espiritualidad, sino a su confronte con la cultura materialista, capitalista occidental, pues su política exterior respalda la justa lucha de los desheredados frente a los arrogantes en cualquier lugar del mundo, siendo Irán el enclave del Eje de la Resistencia que aglutina a Yemen, Siria, Irak, el Líbano, los que darán su vida por Palestina.

Sin lugar a dudas, el escenario geopolítico ha cambiado, porque Irán mantiene en pausa su verdadera arma económica: el cierre del Estrecho de Ormuz, que provocaría una crisis global con el alza imparable del petróleo (Alfredo Jalife-Rahme), demostrando así que la nación persa  salvaguarda la lucha y la resistencia contra todo tipo de opresión y tiranía, ya que su defensa es un hito histórico no solo para esta nación sino para la comunidad, que en su mayoría estaban acostumbrados a callar las acciones barbáricas de Tel Aviv.

Irán se ha convertido en el paradigma de la dignidad y el valor, aun sabiendo que EEUU podría haber respondido por su gendarme. Ha tenido el coraje de hacer prevalecer la soberanía no solo de su pueblo, sino de la comunidad internacional, así como el respeto al derecho internacional, siendo clarísimo con la entidad ocupante en Palestina de que tiene los pasos contados si es que comete otro error. Israel ahora lo sabe.

(*) Sdenka Saavedra Alfaro es escritora, corresponsal internacional de HispanTV

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