Viaje de pesadilla
Toda la oferta de comodidad resultó ser una broma de mal gusto para incautos pasajeros.
Hacer un viaje por tierra es una experiencia inolvidable para mí. En cada travesía que realicé observé detalladamente desde el ventanal del autobús público o la camioneta de La Razón a la gente, los pueblos, la naturaleza; atravesé ríos, puentes, carreteras de tierra y asfalto y de cada lugar guardo grabados en la retina hermosos recuerdos.
Sin embargo, otra cosa se robó mi atención hace dos semanas, a mi retorno de Tarija; pasé todo el viaje pensando en qué hacer para sentirme lo menos incómoda. El bus interdepartamental que me tocó era de dos pisos. En la terminal promocionaron, como gancho para la venta de pasajes, el “mirador panorámico”, para observar el paisaje.
Como muchos viajeros acepté la oferta. El vehículo de dos pisos llegó al mediodía y todos nos aprestamos a instalarnos, la primera sorpresa desagradable empezó con los peldaños del autobús, que eran angostos y altos, inconveniente que hizo lento el ingreso de los pasajeros.
Desde el momento en que me instalé en el asiento comenzó la pesadilla. El lugar era angosto, mis rodillas chocaban con el espaldar, los pies salían sobrando. Para colmo, ninguno de los botones del asiento funcionaba, de modo que reclinarlo era imposible y tener algo de aire, una ilusión. El lugar destinado a la lámpara de luz individual estaba hueco; en suma, toda la oferta de comodidad resultó ser una broma de mal gusto para incautos pasajeros.
En fin, ya estaba allí y a las 13.00 salimos rumbo a La Paz.
¿Paisaje? Apenas pude ver el desfile de las casas al salir de la linda tierra chapaca. Las ventanas y cortinas sucias, además de la incomodidad en la que me encontraba, lo impedían. Con el paso de las horas me acostumbré a viajar casi doblada en dos y a la sofocante temperatura de 30 grados, demasiado para mí.
No fue consuelo saber que no era la única, otros viajeros dejaban escuchar su malestar, pero nada cambió, el bus seguía su trayecto y pasajeros subían y bajaban en las paradas provinciales.
Al pasar a tierras altas el frío se coló, pedimos calefacción, “no hay”, fue la respuesta. Casi congelados y sumamente demorados arribamos a Potosí. Me resigné a llegar a La Paz a las 08.00 del día siguiente, pero entre sueños y pesadillas sentí que la velocidad era superior a los 100 kilómetros por hora; otro abuso del chofer y la empresa. Finalmente llegué a El Alto a las 05.00, ¡vaya que corrimos!
Cientos experimentan lo mismo cada día. ¿Dónde quedaron los derechos de los usuarios? ¿hasta cuándo las autoridades permitirán la vulneración de las normas? ¿Quién le pondrá el cascabel al gato?