El superciclo de altos precios de los productos básicos ha llegado a su fin. En esto coinciden ampliamente los organismos financieros multilaterales y los más célebres observadores de la economía mundial. Donde se muestran en cambio las diferencias es en la explicación de las causas de este fenómeno, así como en la determinación de las consecuencias para los distintos grupos de países, pero sobre todo en cuanto a las propuestas de políticas públicas que se derivan en cada caso. También existen por supuesto notorias discrepancias respecto a los soportes teóricos de los diferentes análisis. Entre ellos cabe mencionar que el enfoque de las “ondas largas” de Kondrátiev se ha puesto nuevamente de moda, junto con otras perspectivas anteriormente relegadas de la Economía Política.

La fase expansiva del superciclo que ahora concluye ha estado asociada casi exclusivamente con la dinámica económica de China, que mantuvo hasta 2011 tasas de crecimiento superiores al 10% durante más de dos décadas. En los años más recientes este comportamiento ha cambiado notoriamente, por problemas estructurales internos de dicho país, pero asimismo como consecuencia del debilitamiento de la demanda proveniente de las principales economías industrializadas, que no han superado hasta ahora la crisis financiera de 2008, con sus conocidas repercusiones fiscales y sociales en la Unión Europea, entre otras manifestaciones. De esta manera, el principal factor expansivo que compensó la reducción del crecimiento de las economías centrales ha venido perdiendo fuerza, y los efectos negativos sobre el desempeño de las economías latinoamericanas ya se han hecho patentes. Así lo anuncian los diferentes organismos regionales, cuyos pronósticos para el cierre de 2013 son a la baja, corrigiendo así las predicciones del primer semestre de este año.

El problema se agrava con el anuncio de la suspensión de pagos por parte del Gobierno de los Estados Unidos el próximo 17 de octubre, a menos que se llegue a un acuerdo político a último momento entre el presidente Obama y la representación del Partido Republicano en la Cámara de Diputados. Si ocurriera efectivamente que al cierre temporal de diversas oficinas federales (con más de 800.000 funcionarios retirados hasta ahora a su casa), se le añade la suspensión del pago de la deuda pública, las consecuencias serían devastadoras para la economía mundial, como ya lo han hecho notar varios gobiernos del mundo, y en particular los que poseen la mayor parte de los títulos de la deuda estadounidense, con China a la cabeza.

Si bien no es la primera vez que ocurre una situación de estas características y tampoco está ya consumado que no habrá algún tipo de arreglo provisorio que postergue la catástrofe, incluyendo la dudosa posibilidad de que Wall Street decida finalmente intervenir para enjaular a los halcones del Tea Party, el daño para la imagen de Estados Unidos es enorme.

Sigue siendo la economía más grande del mundo, es la única potencia militar de alcance global, en ella se incuban las innovaciones tecnológicas primordiales, pero parece evidente que la pura fuerza no basta para liderizar el establecimiento de un nuevo orden económico internacional que le proporcione gobernanza a la globalización en curso. También hacen falta ciertas cualidades institucionales internas que despierten confianza en los actores internacionales estratégicos.

Las economías latinoamericanas, por su parte, enfrentan la necesidad de reemplazar el crecimiento impulsado por las exportaciones primarias con una estrategia que revalorice el mercado interno, adopte políticas industriales y tecnológicas apropiadas y devuelva su función estratégica a la integración regional. Por de pronto nada de esto está ocurriendo.