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Nuestra Señora de La Paz

En esta semana se ha conmemorado un nuevo aniversario de la fundación de  La Paz. En efecto, el 20 de octubre de 1548 se suscribió el Acta de erección de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, en el templo de Laxa, por el capitán don Alonso de Mendoza como corregidor, y varios cabildantes y regidores; acta que Alcides D’Orbigny llevó a Europa y que se conserva en el Museo Británico.

¿Por qué se la fundó en Laxa si es que no se iba a mantener en forma permanente en dicho lugar la nueva ciudad?  Pues porque había una orden del presidente de la Real Audiencia de Lima, don Pedro de la Gasca, para que ella se realizara el día 20 de octubre de 1548. Ese día se conmemoraba el primer aniversario de la batalla de Huarina, que tuvo lugar el 20 de octubre del año anterior, feroz combate en que las fuerzas rebeldes al rey, comandadas por Gonzalo Pizarro, obtuvieron gran victoria. La Gasca no deseaba festejar la derrota de las fuerzas realistas, sino que los conquistadores tuvieran siempre presente tan terrible sangría, que costó la vida a más de 500 españoles. 

Después de la simbólica fundación en Laxa, los regidores siguieron buscando el lugar adecuado para instalar la nueva ciudad. Algunos consideraban apropiado hacerlo en el istmo de Yunguyo, sobre el lago Titicaca, pero parece que se impuso la voluntad de Alonso de Mendoza, quien eligió el valle de Chuquiago o “heredad de oro”, porque ofrecía refugio para los vientos y el frío de la puna; y además por la existencia de agua, leña y veneros de oro, como lo dice el cronista Cieza de León, en Crónica del Perú.

Al ser establecida la ciudad en el valle de Chuquiago, necesariamente tuvo que haber una segunda fundación, la cual se habría dado lugar un año después.  Eso explicaría por qué la mayor parte de los cronistas dan la fecha de 1549 para la creación de La Paz, comenzando por el propio Cieza de León, quien la visitó al año siguiente, en 1550, alojándose en la casa de don Alonso de Mendoza.

Al contrario de lo que generalmente se cree, la ciudad no se instaló en la región de Churupampa porque ya estaba poblada. Y era prohibido por las leyes de indias que los peninsulares edificaran en terrenos pertenecientes a los nativos.  Pero esa falsa creencia, originada por don Nicolás Acosta, se ha mantenido al extremo de que la plazuela de San Sebastián, que en la Colonia no era sino una parroquia de encomienda, tiene hoy el nombre de Alonso de Mendoza y allí se ha erigido el monumento al fundador. Los españoles tuvieron que escoger otro lugar, y lo hicieron en la margen izquierda del río Chuquiapu. Así, la ciudad se estableció en el emplazamiento que siempre fue su centro, con la Catedral y el Cabildo en uno de los frentes de la Plaza Mayor (hoy Plaza Murillo), y en otra, la Compañía de Jesús (en el lugar que hoy ocupa el Congreso), a la cual a principios de la era colonial se reservaba un lugar de privilegio.

Desde un principio hubo quejas entre los españoles por haberse fundado La Paz en el valle de Chuquiago. Consideraban que era un lugar poco adecuado por encontrarse en un angosto lecho de un torrente y en una zona fría e inhóspita.  Quizás tenían razón, como lo tendrán muchos que después la visitaron o la visitan y que encuentran disparatado vivir en una quebrada situada a más de 3.000 metros de altura. Posiblemente, La Paz sea una ciudad absurda, ya que tiene una diferencia de altura de más de 1.000 metros entre sus zonas alta y baja, pero por lo mismo, muy  personal y original. “Todas las ciudades del mundo os las podéis imaginar, menos una: la ciudad de La Paz”, dijo don Alberto Ostria Gutiérrez en una conferencia dada en España.

Esta ciudad única, que parecía a sus primeros vecinos que jamás llegaría a tener 1.000 habitantes, actualmente se acerca a los dos millones.  Pero eso sí, esperemos que en este siglo XXI se convierta en lo que sus fundadores anhelaban, en una ciudad de paz y de espíritu integrador, para poder constituirse definitivamente en el centro de unión y concordia de todos los bolivianos.