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La burbuja de los años setenta

La burbuja de precios de las materias primas metálicas y energéticas surgida entre 1972 y 1980 fue tan singular como la de la década reciente (2003-2013). Aparece al inicio de la fase recesiva de la cuarta larga onda del capitalismo mundial, cobijada y prohijada por políticas fiscales y monetarias expansivas vigentes en EEUU y Europa. La crisis del capitalismo en dicha década fue de estancamiento con inflación, una suerte de intento fallido por prolongar hasta 1970 la expansión iniciada después de la Segunda Guerra Mundial, y de combatir las tendencias recesivas cíclicas mediante políticas keynesianas expansivas.

La consecuencia lógica fueron presiones inflacionarias alimentadas por desequilibrios gemelos: en EEUU, como consecuencia de la derrota sufrida en la guerra de Vietnam; y en Europa, como efecto de presiones de inflación de costo, luego de las heroicas jornadas obrero-estudiantiles en las cuales se desata la espiral salarios-precios. Las políticas keynesianas buscaban prolongar la expansión económica, pero sólo impulsaron la inflación ya presente en la cresta de la onda ascendente anterior. Las economías emergentes vivían entonces en un Nirvana (parafraseando a Carlos Díaz-Alejandro), una combinación afortunada de precios altos de las materias primas, bajas tasas de interés y exceso de liquidez.

La burbuja especulativa de precios en petróleo y estaño empezó a principios de los 70, iniciada y sostenida por organizaciones gubernamentales de países productores pobres (la OPEP y el CIE), convencidos de que el empleo de políticas de regulación de oferta y acumulación de stocks era muy rentable, elevando los precios en un ambiente de dinero barato y abundante. La diferencia estuvo en los instrumentos utilizados: la fijación de crecientes cuotas de exportación, en ambos casos; y en el caso del estaño, el uso de fondos de estabilización de precios y el manejo de una escala de precios de referencia que subía en contra de los fundamentos del mercado, con crecientes excesos de oferta. De 1971 a 1980, el precio del petróleo subió de $us 3 hasta $us 45 el barril, y el del estaño de $us 1,75  hasta $us 7,50 la libra.

Con rentas de recursos altas y en ascenso, Bolivia experimentó un boom transitorio de consumo suntuario importado. La Bolivia saudita y de auge del estaño de la era Banzer y de los regímenes militares fue atribuida por el imaginario popular a los gobernantes. En realidad, ellos sólo capturaron las altas rentas mineras a través de una política tributaria expansiva: el 50% de los precios del estaño (puesto en frontera) fueron al Estado como regalías e impuestos a la exportación. Un tercio de los ingresos totales del gobierno se originaba en impuestos a la minería. El Ejecutivo distribuyó las rentas altas a través de la política de sobrevaluación del boliviano, subsidios fiscales, financieros, y de precios que sostenían la arquitectura del modelo de desarrollo hacia adentro con protección creciente. Los beneficiarios: la burguesía agraria de tierras bajas, el comercio importador, la banca y una clase media emergente, dentro del frenesí de expansión del consumo importado.

El año 1981 marca el punto de inflexión de la tendencia al alza de precios de las materias primas. La aplicación de políticas de ajuste estructural en los países desarrollados a partir de políticas fiscales y monetarias restrictivas —que supuso desde entonces la vigencia de un ambiente de dinero escaso y caro (altas tasas de interés reales)— marca un nuevo escenario externo para los países pobres exportadores de materias primas: un ambiente de estrechez financiera externa creciente y cuellos de botella, también externos, caracterizados por una combinación desafortunada de precios de materias primas con tendencia a la baja, altas tasas de interés y creciente iliquidez.