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Un país feliz

En tiempos en que la palabra felicidad parece tener magia, tanta que hasta en un país de la región se propuso un viceministerio con su nombre, parece oportuno esbozar un comentario sobre algunas cifras del de-sempeño económico del país en el primer semestre del año, que han generado muchas caras felices, otras muchas no, y también sobre la incidencia y desempeño del sector minero en el conjunto. Algunas cifras macro del semestre —crecimiento del PIB 6,5%, tasa de inflación 2,2%, Reservas Internacionales Netas $us 15.460 millones y resultado fiscal del sector público no financiero con superávit de Bs 6.527,7 millones (Informe de Milenio sobre la Economía, primer semestre 2013)—, parecerían pintar un país feliz. Un sector minero que revierte la tendencia a la baja de la producción minera con un modesto 6,2% de incremento respecto al año anterior, y pese a la baja considerable de algunos precios de metales, parecería confirmarlo.

Sin embargo, y como apunta el dicho popular “ni tanto ni tan poco” como para saltar de felicidad, la incidencia de la minería en el incremento del PIB fue de sólo 0,1%, frente al 1,5% del sector hidrocarburos, la producción minera formal casi no crece. Al margen de los precios, seguimos dependiendo de lo que hace San Cristóbal para mejorar o no los índices de producción, y un marcado crecimiento del sector informal se refleja en lo que Milenio llama “comercio informal  transfronterizo” de oro (7,8 toneladas en el semestre) y que en la gestión pasada y como lo apunté en esta columna (La Razón 14.06.13) ya había representado $us 1.099 millones y más del 28% del valor total de las exportaciones mineras. ¿Será esta estructura productiva la que nos llevará al éxito del sector minero y a la deseada felicidad como país?

A esta altura de las cosas ya nadie duda de la creciente informalidad de la economía no sólo en minería, sino en casi todos los sectores y en todos sus matices, rayando en algunos casos en la ilegalidad, y sin embargo, todos felices. Mientras las cifras macro demuestran crecimiento, mientras los precios de los commodities soportan la ilusión, obnubilados por los números seguimos corriendo en pos de la quimera que durará lo que dure el cierre del “mega ciclo” de precios altos. ¿Qué pasará cuando termine?

La minería es sólo un rubro de la economía, el oro es uno de varios metales que conforman nuestra producción, pero es el de más valor y lo producen cooperativistas y mineros chicos. ¿Cuánto de este valor se queda para el Estado? Según el documento citado, 68% de las exportaciones informales pagaron una regalía del 0,3% y 32% pagaron 0,8% del valor de ventas. La ley dispone una regalía del 7% sobre el valor de venta para empresas mineras, el pago de Impuesto a las Utilidades y una alícuota adicional que suman 37,5% de la utilidad operativa y pago de los impuestos IVA, IT y otros. La diferencia es grande y obvia la felicidad de los operadores actuales.

El oro no es eterno como no lo son los otros metales que explotamos, San Cristóbal y las otras minas medianas actualmente en operación tampoco, no hay proyectos mineros nuevos, ni inversión privada significativa que los concreten. El Estado, con sólo tres proyectos significativos (Uyuni, Corocoro y Mutún), acude a la felicidad (genuina) de los pocos operadores con ventajas tributarias, para solazarse con la ilusión de holgura y crecimiento que la macro economía parece reflejar.