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Tuesday 30 Apr 2024 | Actualizado a 15:53 PM

Imperialismo digital

El hecho de que este espionaje se extienda a los ciudadanos revela una visión totalitaria

/ 3 de noviembre de 2013 / 04:02

El espionaje mundial que EEUU perpetra estos últimos años no debe tomarse a la ligera: es una estrategia de una gravedad excepcional, puesto que considera no sólo a los adversarios del Estado americano, sino también a sus aliados, como enemigos. El hecho de que este espionaje se extienda —más allá de la tradicional colecta de información sobre datos estratégicos, armamentos, responsables de las principales fuentes del poder y los recursos tecnológicos y económicos— a los ciudadanos, a la vida privada de los jefes de Estado, revela una visión del mundo bien demencial, bien totalitaria.

Demencial si tomamos en serio el discurso del poder estadounidense, que se habría vuelto paranoico como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre y que habría dado carta blanca a los servicios de seguridad para vigilar no sólo a sus ciudadanos, sino también a todo el planeta. Es decir, la Patriot Act de Bush extendido al mundo entero.

Totalitaria, puesto que el sueño de un poder que lo sabe todo sobre todos, capaz de amenazar y de manipular a cada uno, ha sido siempre el de los Estados despóticos, de los cuales los especímenes más temibles han sido los fascismos en Europa occidental y los estalinismos de los países del Este y en Rusia. Con sus medios tecnológicos ultramodernos, EEUU lleva a cabo este sueño mejor que los Estados dictatoriales del siglo XX. Se ha convertido en los representantes de un imperio de tipo nuevo, cuyo objetivo no consiste tanto en ejercer una dominación directa como en proveerse de los medios para paralizar a quienquiera que parezca peligroso; en hacer chantaje a millones de individuos; en provocar conflictos entre naciones o fuerzas económicas; y, por último, en enfrentarse a todo poder que se les oponga en las instancias internacionales.

Es así como Barack Obama ha viajado a Alemania con informaciones confidenciales sobre la señora Merkel; como las líneas del Palacio del Elíseo francés estaban intervenidas antes de que él llegara; como el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero era escuchado con asiduidad; y como los negociadores norteamericanos en el Consejo de Seguridad de la ONU estaban informados en tiempo real sobre las directrices que los representantes de otros países recibían de sus Gobiernos. Y, por si fuera poco, las decenas de millones de escuchas a ciudadanos en todo el mundo.

La respuesta no puede ser psicológica ni, como dice Obama, un simple “error”: es histórica y económica. En realidad, el poder desmesurado que EEUU se arroga, junto con las capacidades de espionaje de la NSA, es la consecuencia directa de la situación en la que se encuentra la potencia americana hoy, más de 20 años después del derrumbe de la Unión Soviética: la de un Estado económicamente en crisis, en quiebra en el plano fiscal, que, al mismo tiempo, debe hacer frente al ascenso de potencias emergentes (China, India, Brasil) y al retorno de la potencia alemana al centro del poder mundial.

EEUU busca, a través del control de la información mundial, invertir este ineluctable declive empleando el arma económica central del futuro (tan poderosa como el átomo o el petróleo): la información, ya que la economía mundial del futuro estará cada vez más centrada en torno a grandes potencias como internet y operadores mundiales como Google, Apple o Microsoft.

Y nacerán otras que tendrán poderes coercitivos más grandes aún. Es este desafío histórico el que EEUU quiere afrontar, aunque deba para ello pisotear las leyes más elementales de la democracia. Quien posea la mayor parte del monopolio de la información ostentará el poder mundial. Espiar al mundo entero, hacer un seguimiento preciso del estado de ánimo de las poblaciones, se vuelve un recurso económico de primera importancia en la competencia global. El imperio estadounidense utiliza el saber electrónico moderno para proteger su poder económico ineluctablemente debilitado e intentar invertir esta tendencia. El éxito de esta estrategia dependerá, en primer lugar, del consentimiento pasivo de sus víctimas. Dadas las reacciones pusilánimes, retorcidas y cómplices de la Unión Europea —el Consejo Europeo se negó el 24 y 25 de octubre a tomar una posición firme sobre este tema—, Washington tiene todavía días de gloria por delante.

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Un eje franco-alemán extenuado

Hoy en día es la existencia misma de la Unión Europea como proyecto integrado la que está en juego.

/ 9 de junio de 2019 / 10:19

El proceso de designación de los principales cargos institucionales de la Unión Europea tras los comicios de mayo presenta su aspecto más sombrío, pues cada país y partido político lucha primero por sus intereses y, en segundo lugar, con sus aliados europeos. En la lógica de una UE pensada como unión de naciones, la carrera para los puestos de responsabilidad se puede transformar en un fin en sí mismo. Pero la UE es mucho más que eso, se orienta a la construcción de un proyecto común, de modo que el reparto de sillones debe ser solo un medio para alcanzarlo. Bajo esta inspiración prioritaria, la tarea sería menos sombría.

En el actual marco de negociaciones entre los miembros, ya no se puede recurrir como antes a un potencial acuerdo bajo el duopolio dirigente; es decir, el eje franco-alemán, porque este está considerablemente distanciado. Las esperanzas centristas, liberales y europeístas del presidente francés, Emmanuel Macron, se topan frontalmente con el inmovilismo de la canciller Angela Merkel; y se puede vaticinar que su sucesora, Annegret Kramp-Karrenbauer, se mostrará mucho menos abierta para solucionar los problemas que paralizan a este eje. Ello significa que la batalla de los puestos será decisiva y es la que definirá qué tipo de orientación común se espera para los cinco próximos años.

Este estado de cosas invita a pensar que hoy es la existencia misma de la UE como proyecto integrado la que está en juego. Si no prevalece el espíritu europeo en el reparto, se acentuará la dinámica explosiva que está minando paulatinamente a Europa. Con la salida del Reino Unido, la deriva italiana, el repliegue de los países de la Liga hanseática, el alejamiento agresivo de Polonia y Hungría, las incertidumbres sobre la política del euro cuando concluya el mandato de Mario Draghi (2020), el concierto europeo nunca fue tan disonante.

Los puntos de desacuerdo entre Francia y Alemania giran en torno a estas cuestiones: ¿qué procedimiento estable usar para adoptar normas comunes sobre la distribución de los puestos de responsabilidad, en especial, la presidencia de la Comisión Europea? Dadas las condiciones de crisis de la economía europea, ¿cómo avanzar con el proceso de integración de la eurozona, especialmente en materia de presupuesto y de gobernabilidad consensuada del euro? Si hay un acuerdo para empezar a reflexionar sobre una política de defensa, ¿cómo acceder a una política equilibrada, por no decir común, de exportación de armas? En definitiva, ¿cómo favorecer la integración y no la mera cooperación intergubernamental?

Ante esta coyuntura, España debe entrar en el juego siendo consciente de un enfriamiento del eje fundador tal que obliga a defender, más que nunca, la integración. Debe luchar por ocupar los cometidos más altos para preservar este espíritu integrador, pues aquel duopolio originario se presenta cada vez más agotado… Un debilitamiento que puede acabar con Europa.

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La pareja greco-turca

Es vergonzoso que Grecia justifique las expulsiones a Turquía sosteniendo que este es un ‘país seguro’

/ 6 de mayo de 2016 / 05:09

La lucha de Syriza contra la política “austericida” de la UE bajo mandato alemán le atrajo simpatía. Cuando la coalición de fuerzas neoliberales decidió castigar a Grecia, esta simpatía se convirtió en movilizaciones solidarias. El Gobierno de Tsipras era David frente a Goliat. Dijo que no iba a capitular; organizó un referéndum contra el plan europeo de austeridad; y lo ganó. Victoria que hacía posible que los responsables de la UE tomasen consciencia de la voluntad del pueblo griego y que buscasen una solución de compromiso, pues la salida de Grecia del euro hubiera significado un drama nacional y un peligro para la zona euro.

¡Sorpresa! El mismo Alexis Tsipras decidió aceptar todas las condiciones impuestas por la Troika, pese a que la soberanía popular, de la que se jactaba tanto, acababa de rechazarlas ¡siguiendo las propias recomendaciones de su Gobierno! ¿Engaño? ¿Sutil estrategia?

Quizás, en principio, no se deba condenar la decisión de este viraje de 180 grados. Puede que el Gobierno griego no tuviera otra salida, y que, a la hora de la verdad, sus aliados potenciales, Francia en particular, amenazaran abandonarlo a su suerte. Pero lo que sí es de constatar, es que Alexis Tsipras escondió la verdad a su pueblo, sabiendo de antemano que podía traicionar sus promesas. El referéndum, que debía hacer gala de la determinación del pueblo griego, se volvió una farsa entre las manos de sus dirigentes.

Meses más tarde, sometido de nuevo a los mandos de Alemania, Tsipras cometió otra manipulación, esta vez relacionada con la tragedia de los refugiados. Tuvo una buena actuación ante la llegada de millares de peticionarios en las fronteras de Grecia, pero finalmente aceptó las expulsiones masivas decididas por Alemania hacia Turquía. Difícilmente podía resistir a esta presión, sobre todo cuando los Estados vecinos estaban cerrando sus fronteras. Así que, junto con el Gobierno turco, se repartió el dinero para llevar a cabo esa misión sucia.

No echaremos la culpa ni a Grecia ni a Turquía por llamar a la ayuda en la gestión de los refugiados, pues se trata de millones de personas y ninguno de los dos países tiene los medios económicos necesarios para hacer frente a esta situación. Pero es vergonzoso que Grecia justifique las expulsiones a Turquía sosteniendo que este país es, en adelante, un “país seguro” según los términos del Convenio de Dublín, cuando no lo es en absoluto y que por esa razón, entre otras, la UE rechaza su integración en el seno europeo. Asimismo, resulta de cruel cinismo que Turquía aproveche la ocasión exigiendo a los europeos la libre circulación para sus ciudadanos como condición sine qua non de su colaboración, cuando los que necesitan circular libremente, hoy en día, son los propios refugiados, perseguidos y humillados. ¡Vaya pareja la de Tsipras-Erdogan: uno conforma la ley europea a su antojo, el otro impone su antojo a la ley europea! a

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Refugiados a la deriva

La vergonzosa realidad es que, sobre los refugiados, casi todos los gobiernos incumplen sus promesas

/ 22 de abril de 2016 / 04:37

La tragedia de los refugiados ha sido manipulada por las autoridades europeas como si fuera una cuestión de inmigración económica. Al comienzo, los gobiernos aceptaron hablar de peticionarios de asilo, pero la decisión que se pactó entre Alemania y Turquía, avalada después por el resto de los europeos, vincula en realidad un rechazo de la solidaridad hacia los refugiados con una drástica reacción antiinmigrante. Pues el temor expresado por las autoridades europeas era y es que detrás de los refugiados se esconden demandantes ilegales de emigración laboral, lo cual topa con las reglas de Schengen.

La verdad es que los sirios, iraquíes o afganos huyen de la guerra civil y, si hay entre ellos unos miles que se aprovechan de la situación para optar por la emigración económica, la inmensa mayoría lo hace tras haberle sido arrebatada la tierra en que vivía y sin la certeza de poder, algún día, regresar a ella.

Más allá de esa cínica manipulación por parte de la Unión Europea, que tiende a justificar la violación de los principios fundamentales de las convenciones internacionales en materia de derecho de asilo, se puede ver hoy, ocho meses después del inicio de la tragedia, que incluso en cuanto a los que han sido tan estrechamente definidos como refugiados, la mayoría de los 28 sigue rechazando aceptar las pequeñas cuotas atribuidas.

El caso de España es desgraciadamente emblemático. Primero, hubo en septiembre una gran solidaridad expresada por la sociedad civil española, propuestas que salieron de todas partes (municipios, diputaciones, comunidades), recibidas, en cambio, de modo dilatorio por parte del Gobierno. La excusa era que España no podía actuar sin el aval de las autoridades europeas. Pero el Gobierno prometió recibir a 467 refugiados. ¡Hasta la fecha no más de 18 han sido acogidos! Hoy, la Comisión Europea denuncia la falta de voluntad del Gobierno español en cumplir sus obligaciones. La nueva excusa para no cumplir lo prometido es que el Gobierno en funciones no puede actuar en la materia. Ahora bien, ¡se trata de una decisión ya tomada y de un compromiso aceptado desde antes de las elecciones del 20 de diciembre de 2015! ¿Hasta cuándo los refugiados que esperan su llegada al país tendrán que sufrir las maniobras del Gobierno español? ¿Pueden entender las autoridades actuales que se trata de una cuestión de urgencia humanitaria que no debe entrar en la politiquería electoral?

La vergonzosa realidad es que, sobre los refugiados, casi todos los gobiernos incumplen sus promesas. No se contentan con violar los principios más elementales de los valores humanitarios, sino que añaden, en su comportamiento diario, tal y como desgraciadamente demuestra el Gobierno español, una dosis de egoísmo indigna de la solidaridad expresada por la propia sociedad civil española.

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Símbolo de solidaridad

Cuanto antes se tramiten las peticiones de asilo, se podrá separar mejor la paja del trigo

/ 25 de enero de 2016 / 07:01

Las causas más honorables pueden ser ensuciadas. Es lo que ocurrió en Colonia. Se sabía que entre los refugiados  iban a colarse unos cuantos canallas, cuando no, más peligroso aún, terroristas que buscan expandir la guerra en Europa. En Nochevieja se han perpetrado ataques en serie contra civiles y violaciones a mujeres. Oportunidad inesperada para los que no quieren acoger a los refugiados, y una “justificación” bienvenida para el movimiento alemán Pegida, islamófobo y ultraderechista, en la pura tradición nazi.

De todo el lío maloliente que surge de estos acontecimientos hoy se sabe que se juzgará a un agresor: un inmigrante sin papeles cuya presencia en Colonia podría ser anterior a la llegada de los refugiados. Muchos otros han sido detenidos, los procesos se desarrollarán a lo largo del año y podemos tener por seguro que, en adelante, la simetría Colonia-refugiados-disturbios-violaciones servirá de lema a todos los discursos xenófobos y racistas. La primera persona en desplegar esta bandera ha sido la señora Marine Le Pen, en Francia, cuyo fondo de comercio electoral gira en torno a la venta del odio antiinmigrante. En ese país, las agresiones contra las instituciones musulmanas se han disparado estas últimas semanas.

¿Qué ha pasado en Colonia? La verdad es que todavía no sabemos con rigor el fondo y el trasfondo de lo que ocurrió. Está claro que dentro de cualquier colectivo humano, y más aún en los que se encuentran en situación de desestabilización territorial y cultural, surgen actitudes irracionales y violentas. No es necesario aquí recordar los disturbios de toda índole cometidos por ultras futbolísticos, ni los desmadres de fin de semana, como resultado del alcohol y las drogas, tan popularizados en la sociedad de consumo.

En cualquier caso, nada puede justificar los ataques a mujeres solo por el hecho de serlo. La ley debe ser imperativa y despiadada contra los culpables. Sí, es cierto que en la situación de promiscuidad en la que está confinada la gran mayoría de los refugiados, todo puede ocurrir. Por ello, cuanto antes se tramiten los procedimientos de petición de asilo, se podrá separar mejor la paja del trigo. Por otra parte, es verdad que para muchos de los recién llegados de países en los que el apartheid entre mujeres y hombres está institucionalizado (Afganistán, Irak, Siria), encontrarse en un ambiente permisivo, donde el contacto entre géneros responde a diferentes códigos, podría incitar los instintos más despreciables. Es imprescindible que las pautas así como los valores y las normas de la sociedad de acogida sean puestos en el centro de las condiciones de aceptación de los peticionarios de asilo e inmigrantes. En cambio, las autoridades no deben aprovecharse de esta situación para endurecer las leyes y hacer pagar a todos aquellos que piden socorro el comportamiento criminal de unos gamberros. Colonia debe seguir siendo el símbolo de la solidaridad.

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Refugiados banalizados

Los refugiados sirios, iraquíes, afganos son las primeras y principales víctimas del terrorismo

/ 13 de enero de 2016 / 04:00

El 2015 fue uno de los años más calamitosos que Europa haya conocido desde hace mucho tiempo. Un suceso importante lo evidencia: la falsa acogida de los refugiados. Frente a centenares de miles de seres humanos que solicitan ayuda, la mayor parte constituida por inmigrantes que huyen de guerras civiles, la Comisión de Bruselas ha impuesto, a menudo en contra de la voluntad de los Estados, recibir a 120.000, de los cuales 17.800 fueron asignados a España. Tres meses después de esta decisión, estando el mar aún rojo por la sangre de las 3.770 vidas engullidas a lo largo de 2015, Madrid declara haber regularizado la situación de ¡18 refugiados!

Es paradójico, cuando se recuerda la generosidad con la que había reaccionado el país en el momento del drama: surgieron por todas partes iniciativas solidarias, la sociedad civil abrió los brazos y varios responsables políticos apoyaron este impulso. Entre otros ejemplos, cito el del presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, y de la vicepresidenta Mónica Oltra, quienes declararon con entusiasmo su apoyo a la iniciativa de una empresa privada de habilitar un barco para socorrer a los refugiados en el Mediterráneo. El Gobierno congeló la propuesta, excusando decisiones europeas. En realidad, las iniciativas de la sociedad civil española han sido desalentadas y luego cuidadosamente silenciadas en campaña electoral.

Algunos gobiernos europeos, con el fin de no aceptar las cuotas atribuidas, no han dejado de relacionar esta tragedia con la amenaza terrorista. No hubo ni una prueba de dicha aserción. Los atentados bárbaros en Francia, que se cobraron la vida de 130 personas, fueron perpetrados todos por yihadistas fanáticos franceses y belgas. La verdad es que los refugiados iraquíes, sirios, afganos son las primeras y principales víctimas del terrorismo. Otros gobiernos, como el de Alemania, ven en la llegada de refugiados, a la vez, una amenaza y una oportunidad económica y demográfica. Aún sigue la batalla por saber cómo van a resolver esta contradicción, frente a refugiados convertidos en presa.

Lo que resulta trágico es que en 2016 la situación empeorará. Al no haber actuado sobre las causas, los flujos de refugiados y de inmigrantes aumentarán. El mismo cerrojo fronterizo de Turquía, por donde acuden la mayor parte de refugiados, se ha transformado en puerta de negocios entre este país y la Unión Europea. Los turcos piden acelerar los trámites de su integración en el espacio económico europeo o incrementar significativamente la ayuda financiera europea para poder hacer frente a la demanda migratoria medio-oriental. Y tienen toda la razón, pues cuesta mucho mantener en vida a la gente en los campos de reagrupamiento. Marruecos también se encuentra con un empuje fronterizo difícil de contener.

En la primera semana de 2016, otros 30 cuerpos han sido devueltos por el mar Egeo. Pero ahora, estas cifras macabras se han vuelto normales, tan es verdad que nos acostumbramos también, como lo decía Hannah Arendt, a la banalidad del mal.

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