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Irreparables injusticias

El miércoles, dos hombres fueron linchados en un cementerio de Santa Cruz, a quienes confundieron como los responsables de profanar una tumba próxima al lugar donde se encontraban.

Uno de ellos, de 54 años, murió a raíz de la brutal golpiza que cinco varones le propinaron enceguecidos por la furia. No sólo le negaron la posibilidad de explicar su presencia en el campo santo, sino que tampoco le dejaron defenderse, atando sus manos. El otro hombre, de 38 años, se salvó gracias a su devoción, pues se puso a orar de rodillas rogando por su vida, lo que contuvo la ira de sus atacantes, y hoy se recupera en un centro médico.

Pasada la histeria, se supo que eran albañiles que habían sido contratados para reparar las tumbas antes de tradicional visita de los familiares en Todos Santos, cuando las familias acuden los cementerios para honrar y recordar a sus muertos.

Viene siendo hora de que las personas comprendan —de una buena vez— que no pueden ejercer justicia con sus propias manos bajo ninguna circunstancia, pues este tipo de delitos lejos de solucionar los problemas agravan la inseguridad, en tanto las turbas enardecidas no solamente caen en extremos de brutalidad, sino que además cometen terribles e irreparables injusticias, enlutando hogares y causando graves dolores y limitaciones a las víctimas.