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Y nuestras vidas, ¿siguen igual?

Los humos de la fanfarria y los festejos de octubre se han disipado. Ahora nos toca —en silencio y sin alboroto— reflexionar sobre una pregunta: ¿en qué ha cambiado nuestra vida desde la huida de Sánchez de Lozada y la desolación en la que dejó a toda una clase social? El 28 de octubre de 2013 sobrevino una granizada, ese día escribí: “La ciudad fue azotada por el granizo/ como si estuviera lavando / con furor inaudito / la sangre derramada. / Pulir su piel para / empezar otra historia. / Las huellas de los pasos / abren sus arterias / por las que discurre el agua clara”.

Todavía, en esas fechas, las cicatrices de la ciudad estaban visibles, asfaltos reventados por el fuego, adoquines, piedras arrinconadas y muros tiznados. Eran las mismas huellas que dejaron los genocidas del 1 de noviembre de 1979, a la cabeza de Natush Busch, Guillermo Bedregal y una larga lista de militares.

Subí a la ciudad de El Alto y las evidencias de la brutal violencia estaban allí, como mostrando las vísceras de las calles. En los periódicos los avisos necrológicos invitando a las misas de los muertos llenaban las páginas. Como a las 18.00, reapareció el sol y desde la Ceja vi la ciudad de abajo desde la ciudad de arriba. El Illimani emergió magnífico, con sus picos orlados por un rosa suave. Lloré, no de pena, sino de cansancio por tanta lucha acumulada durante décadas y por la sangre, siempre, de los más pobres. Muchos militares y civiles que participaron de la matanza de octubre están en la cárcel, otros huyeron, pero ninguno de los genocidas de noviembre purgó ni un día en la cárcel. Es una masacre que quedó impune.

En estos días conversé con varias personas de diferentes clases sociales y orientaciones ideológicas, furibundos opositores que perdieron sus privilegios y sueñan con la caída del Gobierno; dicen que sus vidas sí han cambiado porque ahora el poder judicial es un desastre y no se paga bien a los profesionales, por tanto prefieren que sus hijos se vayan al exterior. Muchas personas trasladaron sus fortunas a Santa Cruz, donde se sienten protegidos. Desde otra perspectiva, una señora que trabaja en una representación diplomática me dijo que, como católica, ahora debía promover su fe ya que Bolivia, al ser un Estado laico, ya no protege ni promociona la tradición religiosa, y que más bien: “Los indios y los cholos tienen ahora su propia religión, con la que convivimos y eso está bien”.

Generalmente, aquellas personas que usufructuaron del poder durante décadas, llamados por la clase popular como camaleones de izquierda y de derecha, se quejan del autoritarismo, de los gastos que hace el Gobierno por ejemplo al construir canchas de fútbol, carreteras de doble vía, descuidando proyectos productivos que deben ser priorizados. La izquierda señorial o caviar o los “revolucionarios de escritorio”, que se apoltronaron en las ONG y otras instituciones, se convirtieron al indianismo para preservar sus privilegios a través de un supuesto compromiso con el Gobierno. Sabemos que es una fachada que en cualquier momento puede caer. Sus vidas también cambiaron, pero sus prácticas no.

En un círculo más cercano, las posturas frente a la revuelta de octubre son dispares, así, un poncho rojo de las últimas generaciones, con grado de doctorado y autoridad universitaria, asegura que en el área rural los dirigentes no socializan la información, la ocultan y aunque manejan un discurso revolucionario, se están alejando de las bases. Se reconoce como parte de la nueva burguesía aymara y comenta que difícilmente lo que se avanzó hasta ahora pueda retroceder.

Para un extranjero que vive en nuestro país algo que le alegra es que, pese a los múltiples errores en la gestión del Gobierno, lo que todavía existe es la esperanza. En algunas instituciones sólo han cambiado las personas, pero no las estructuras neoliberales y el pregonado cambio sigue calentando motores.

Para tener una idea clara del asunto, el PNUD ha editado un libro sobre el de-sarrollo humano en el país (2011) y contiene datos que visibilizan los tropiezos y aciertos de los cambios en Bolivia, que indudablemente —sangre de por medio— dio pasos importantes. Pero, ¿por qué siempre debe ser así?