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Las mujeres al poder

La política sin exceso de testosterona. Partidos que dejan de ser los clubes de la virilidad y dan paso a la feminización de la sociedad. Ellas en el poder, pero gobernando sin perspectiva de género. Por ejemplo, Angela Merkel no es femenina ni feminista; o Margaret Thatcher, la mal denominada feminista de derecha, de quien un machista de pura cepa estaría envidioso de cómo manejó el poder y reprodujo el patriarcado. Hoy, las top empresarias optan por el pragmatismo masculino: una jefa va más lejos de lo que un jefe podría llegar. Así son las mujeres funcionales al sistema.

La amenaza para la masculinidad proviene de personas como Heleen Mees. Ella y su sex affaire, para decirlo políticamente correcto y evitar los términos negativamente cargados como el de acoso e intimidación sexual que cometió contra Willem Buiter, un top economista del Citigroup. Heleen la powerfeminist; Heleen la representante de la tercera ola que no fue lloriqueando ni arrepentida a los estrados judiciales; Heleen, glamorosa y sexy, con su vestido negro que le llegaba encima de sus rodillas, sus tacones altos y esa sonrisa seductora. Heleen, quien todo tiene bajo control, quien sabe que recibirá un veredicto contrario y será obligada a seguir terapias de readaptación o firmar compromisos de distancia con el impotente Buiter. A Heleen le pertenecerá la victoria. El caso no daña su reputación, sino que la engrandece. No se trata de la Straus-Kahn femenina como se la pretende mostrar, sino un espíritu libre, aquella que no necesita apoyarse en el marido, trabajar medio tiempo para desempeñar su rol de madre, ser la guardiana de la moral pública y la familia. Heleen llegó a Nueva York sin un centavo en el bolsillo y en dos días ya tenía un buen trabajo y después le llegó la fama; su pecado fue elegir un amante, no cualquiera, sino el que le gustaba. Heleen, quien sacude a la opinión pública adicta a la virilidad. Heleen, la agorera del crepúsculo patriarcal y atisba un nuevo matriarcado. Heleen en el terreno práctico replantea seriamente las relaciones entre mujeres y hombres. Un cambio nada democrático porque la democracia entre humanos siempre es una fábula que justifica la dominancia.

Hay hechos objetivos, ellas son el 52% de la población mundial. Cada vez nacen más mujeres que hombres y esto se acentuará porque en países como China e India, donde antes eran vetadas para nacer, ahora ya son deseadas. El mundo económico que las discriminó ahora las solicita; y la economía manda en la política y allí se sabe que la testosterona afecta las decisiones empresariales y las nuevas formas de liderazgo provienen de la inteligencia social, el lado emocional, la creatividad y cualidades que desechan la heroicidad masculina. La evolución del mercado de trabajo y la automatización favorecen a las mujeres. La crisis de desempleo se nota más en sectores como la construcción, la industria, ocupaciones varoniles, y cada vez son los machos los desocupados. El mundo se va feminizando aceleradamente y la discriminación positiva ya no tiene sentido.

¿Ha comenzado la pesadilla de Ronald Ericsson?, el cowboy de Malboro quien en lugar de pistolas tenía un espermatizador y pensó que genéticamente los hombres eran mejores que las mujeres. Ahora sabemos que ellas están en ventaja darwiniana. Y si el tiempo fuera lineal, atisbaríamos al final del camino el sueño mojado de los machistas: ser el último Adán en un mundo de las féminas. Los hombres que hemos dominado tanto tiempo estamos obligados a reinventarnos y repensar nuestra masculinidad. ¿El varón matriarcal será nuestra tabla de salvación?