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El presidente más pobre del mundo

América Latina en el último tiempo ha logrado récords universales de alta notoriedad. Por ejemplo, el papa Francisco, argentino, cuyo carisma evitará cualquier cisma en su empeño de reformar a la Iglesia Católica; el hombre más rico del planeta es el mexicano Carlos Slim y, ahora, cuando en 2014 abandone su mandato, José Pepe Mujica será catalogado como el presidente más pobre del mundo. Una verdadera hazaña, en momentos en que la epidemia de la corrupción contamina por igual a radicales y moderados, a rojos, verdes y pardos, tanto en la China como en la Cochinchina.

Muchas crónicas se han referido a este personaje que ha hecho de la modestia y la austeridad su filosofía de vida; que en sus altas funciones ha rechazado el oropel, la comodidad del avión privado, la ropa fastuosa de moda; que sigue con resignación la monogamia; que no cambió de vivienda, desechando habitar el palacio Suárez y Reyes; que se moviliza en su peta Volkswagen; que dona las tres cuartas partes de su sueldo a asociaciones caritativas; que junto a su mujer, la senadora Lucía Topolansky, administra sus necesidades domésticas con 1.300 dólares al mes.

Es el mismo Pepe Mujica, quien al dirigir la guerrilla urbana de los Tupamaros quedó con el cuerpo perforado por seis balas militares en una refriega, es aquél que se evade junto a 110 prisioneros políticos, y que cuando al fin la dictadura castrense lo captura, pasa 14 años en la cárcel, dos de ellos en un pozo profundo. Torturado, obligado a comer hormigas, soporta depresiones que lindan con la demencia, pero en la soledad  descubre las enormes fuerzas espirituales yacentes en el ser humano.

Con el retorno de la democracia, en 1985, funda su partido Movimiento de Participación Popular, que posibilita su elección de diputado, su nominación como ministro de agricultura y, finalmente, en 2010 alcanza la presidencia de la república uruguaya con la victoria del Frente Amplio. En el ejercicio del poder, al modelo de Lula, opta por seguir las reglas del mercado, observando una rigurosa seguridad jurídica para captar la inversión extranjera, respetando  además la preservación del secreto bancario. Sin embargo, simultáneamente impulsa leyes que —como el matrimonio homosexual, la legalización del aborto y la discutida despenalización del consumo de marihuana— colocan al Uruguay a la vanguardia de la sociedad posmoderna.

En verdad, se requiere gran coraje para proponer que sea el Estado el que monopolice la producción y venta de la marihuana en las farmacias, al mismo precio que se ofrece en el mercado negro, poniendo un límite al consumidor, apostando a la mejor manera de tratar a los toxicómanos. La medida, que espera ser aprobada por el Senado en las próximas semanas, se inscribe en la neta tradición reformista de ese pequeño país, precursor —en la región— de la abolición de la pena de muerte, del divorcio absoluto y del derecho al voto de la mujer.

Con el 50% de opinión publica favorable, no busca ni la reelección ni manipula el cálculo político, no cree que el problema actual sea el capitalismo per se, sino más bien el desenfrenado consumismo que agobia a las nuevas generaciones. Poeta, en algún momento, despreocupado de los bienes terrenales, es el latinoamericano que más se asemeja a Nelson Mandela y el que más se aleja de la caricatura del tirano Banderas, del señor presidente de Asturias, del Otoño del patriarca de García Márquez o del Supremo de Roa Bastos. Ese es Pepe Mujica, candidato al Premio Nobel de la Paz.