El brechnerismo como náusea
¿En qué consiste el brechnerismo? En la sistemática tarea de denigrar a Bolivia y a Evo Morales.
Hace algunos años leí algo suyo en un diario cochabambino. Me sorprendió que lo publicaran. Días atrás, por casualidad, tropecé con su blog. La experiencia es por demás divertida. Se presenta como “el periodista boliviano más leído en el mundo” (sic). Fue diputado en los años 80, y jura que todos los órganos de prensa de Bolivia lo catalogan como “el mejor parlamentario de su país” (recontra sic). Modestia no le falta. Es un tal José Brechner. Señas particulares: “analista político”.
¿A qué se dedica este individuo? A opinar en medios como el Miami Herald (huelgan credenciales). Pero su identidad es irrelevante. Incluso lo que dice, con escasas luces, carece de interés. Lo realmente importante es lo que representa: el brechnerismo como náusea. ¿En qué consiste? En la sistemática tarea de denigrar a Bolivia, su gobierno democrático y, por supuesto, al “grosero e inculto” Evo Morales. Será amigo de Anastasia, la del Wall Street Journal.
“Nacido en Bolivia” —como fatalidad—, Brechner es un activo difusor de la tesis gonista de Bolivia como la Triple A: Alborotada Afganistán Andina. Sólo que aquí, en lugar de talibanes, tenemos “abochornantes” indios. Torpes y sin corbata, lamenta, pero empeñados en “introducir el islam” en Latinoamérica. ¿Se imaginan? Cuentan con el apoyo de Siria, Libia e Irán. La sagacidad del escribano, está visto, resulta impresionante.
En una sus más recientes perlas de opinión, el brechnerismo denuncia que el Morales lidera “una gesta armamentista” con base en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba). El objetivo es preocupante: una “futura declaración de guerra”. ¿Contra quién? Contra “el imperio”. Evo quiere derrocar a Obama. Por ello “entró en conversaciones con Rusia para comprarle material bélico”. Y lanzará al espacio un “satélite espía” de impronunciable nombre.
Resulta tan visceral y ramplón el odio del brechnerismo contra Evo y lo que simboliza que, aún obligado a reconocer la importancia internacional del proceso de cambio en Bolivia, asegura que “lo único que siente el pueblo instruido es vergüenza”. Por el suéter barato, la mano sudada, el desprecio de “las maneras y costumbres” diplomáticas. Es que Morales no estudió en la Universidad de Yale, lo cual es terrible. “¿Cuál sería la percepción del mundo para un campesino indígena si llegase a New York?”, pregunta. ¡Qué tal!
Así pues, asegura el brechnerismo (y en ello tiene epígonos locales de la manfredumbre y el berzaincinismo) que no hay ni habrá democracia en Bolivia con Evo, “por más legal que haya sido su elección”. O su reelección. Y lo compara ¡con “los terroristas de Hamas” y los ayatolas en Irán! Todos ellos un peligro para “las derechas civilizadas” del mundo. No sorprende pues que el escribano haya dicho de Bush tras la invasión a Irak: “es un hombre de principios y sólo gente con esas dotes debería gobernar”. Salud.
¿Qué hacer entonces si Evo Morales es (re)electo en las urnas (qué intolerable puede ser la democracia) con mayoría absoluta de votos? Para el brechnerismo la única solución es volver a los tiempos en que gobernaba el admirable Banzer. Sea en dictadura, sea con el 20% de apoyo electoral. Cualquier cosa es mejor que “el absolutismo” del actual Gobierno. Evo está envalentonado. Y lo inducen “los cubanos, venezolanos e iraníes que le rodean, instruyen y escriben sus discursos” (plop).
Más allá de sus fallidas “soluciones”, el brechnerismo suele ser audaz en los pronósticos. En tiempos de la Asamblea Constituyente, por ejemplo, aseguró que la nueva Constitución (“de corte nacionalsocialista”) generaría de modo irremediable “el desmembramiento de facto de Santa Cruz y sus satélites” (supongo que los medio lunáticos). No había pierde: el desemboque fatal sería una guerra civil entre el civilizado oriente y el “primitivo occidente”. Se quedaron con las ganas. Y siguen. Náusea. Mucha náusea.