El exministro de Relaciones Exteriores de Singapur George Yeo expresó lo siguiente: “todos estamos sorprendidos por el contraste entre Beijing y Washington”. Se refería a la calidad de gobierno en las dos capitales —en particular, la sensación generalizada que hay en Asia respecto a que Estados Unidos ha perdido su capacidad para ejecutar de forma competente las políticas públicas (ver Irak, Obamacare). Beijing, por su parte, fue planificando de forma cuidadosa y sistemática una serie de reformas que probablemente convertirán a China en la mayor economía del mundo dentro de una década.

El contraste es especialmente sorprendente debido a que China se enfrenta a grandes desafíos y tendrá que hacer importantes reformas económicas, políticas y sociales, ya que se desliza a través de la “trampa de ingresos medios” que ha afectado a muchos países en vías de desarrollo que estaban creciendo rápidamente. Por otra parte, Estados Unidos sigue siendo la economía más innovadora del mundo, con una sociedad dinámica y en constante crecimiento. Simplemente necesita algunas políticas de sentido común sobre una serie de cuestiones, como lo son la infraestructura, los derechos y la inmigración. Y sin embargo, es difícil prever el progreso en cualquiera de estos temas en los próximos años en Washington.

George Yeo  y yo formábamos parte de un grupo de visitantes invitados a China por el Instituto Berggruen, un centro de pensamiento global, para mantener reuniones con los principales líderes de China, entre los que se encontraba el presidente Xi Jinping. Estaban más confiados y relajados que en cualquier momento durante los más de 20 años que he estado visitando China. En el pasado, hablaban sobre las debilidades y los problemas de China, y acerca de cómo estaba muy por detrás de Estados Unidos. Durante esta visita escuché poco sobre eso.

Sin embargo, el país continúa buscando ideas y buenas prácticas de todas partes del mundo. Xi dijo que “una de las razones por las que China ha tenido éxito hasta el momento se debe a que ha estado dispuesta a aprender de los demás, incluso de los países pequeños como Singapur”.

Hoy la tarea es enorme, pero no mayor que en el pasado. Las primeras reformas de mercado de China se dieron a conocer por su líder Deng Xiaoping en 1978 (¡imaginemos crear una economía de mercado de la nada y buscar gerentes para que la administren, cuando todo el sistema universitario nacional había sido cerrado desde hace una década!). La segunda explosión de reformas, globalizando una de las economías más aisladas del mundo, fue anunciada por el presidente Jiang Zemin en 1993. Y a partir de la primera semana de noviembre, el pleno del Partido Comunista será el tercer gran impulso para la reforma en la historia moderna de China.

En los últimos años, Beijing ha vacilado. Ha sabido qué hacer, pero ha optado por posponer aquellos asuntos que serían políticamente difíciles. En su lugar, ha utilizado el crédito barato como un estímulo para impulsar la economía cada vez que el crecimiento decaía. Pero los funcionarios de altos mandos reconocieron esta situación y parecen estar decididos a hacer honor a sus promesas en esta ocasión. “Si incentivamos el crédito, si ampliamos el déficit fiscal, estaríamos actuando como indica el viejo refrán en el que uno lleva la leña para apagar un incendio”, dijo Xi al grupo.

Los líderes chinos han prometido reformas de mercado “sin precedentes” que son “exhaustivas”, “económicas, sociales y políticas”. Tendremos que esperar y mirar para ver lo que eso significa, pero seguramente no implicará ningún movimiento hacia la democracia. Probablemente supondrá cambios administrativos que harán que la burocracia china sea más eficiente, eficaz y honesta. Eventualmente, los tribunales locales, por ejemplo, que siempre fueron dominados por los políticos locales corruptos, serán agilizados, tal vez mediante la creación de un circuito federal de estilo estadounidense.

De hecho, hasta el momento, el país ha avanzado realmente en la dirección políticamente opuesta, imponiendo medidas drásticas en internet como parte de una campaña maoísta contra la disidencia. Un participante describió esta situación como una estrategia que “mueve políticamente a la izquierda para lograr mover económicamente a la derecha”. A su vez, dijo que refleja el enfoque de Deng Xiaoping, que se resume en una broma en la que una vez ordenó a su conductor a activar la señal de la izquierda mientras giraba hacia la derecha.

Muchos en mi grupo de visitantes de China estaban seguros de que el país podría gestionar este proceso con éxito. Yeo manifestó que, “la élite gobernante en China está totalmente consciente de las crecientes tensiones políticas y sociales en el país y que responde a las mismas; y permite en buena parte la transparencia de la sociedad e internet. Pero va a seguir interviniendo para evitar que estas tensiones se salgan fuera de control. Son ingenieros, y en cualquier sistema necesitan un poco de fricción para frenar las cosas. Demasiada fricción hará que la máquina se detenga, pero muy poca causará inestabilidad sistémica”.

Es una metáfora poderosa. Pero uno se pregunta si un sistema político puede funcionar como una máquina, llena de piezas mecánicas. Después de todo, una nación está compuesta por personas, que a veces son movidas por pasiones, expectativas, miedos e ira. Manejar esos sentimientos podría resultar un reto difícil, incluso para los mejores ingenieros.