Las novelas y sus críticos
Prefiero asumir un tono conciliador y hasta sacerdotal, y señalar: ‘Podéis leer a Urzagasti en paz’
Esto podía haberse llamado también “Carta abierta a Ana Rebeca Prada”, pero como estos gestos epistolares están en trance de morir con la cultura literaria en general, he renunciado a semejante anacronismo. Es que esta amiga estudiosa de la literatura boliviana me ha hecho llegar gentilmente el boletín que contiene su participación en un foro realizado en Cochabamba sobre las rupturas literarias en la novelística boliviana. Y lo ha hecho porque usa dos textos míos escritos en esta columna para sustentar por oposición su tesis de que Arturo Borda, Jesús Urzagasti y otros escritores más han escrito todo un grupo de libros valiosos, sean novelas o no. No hago bien en decir que Urzagasti no es novelista, no hago bien en pensar la novela “como únicamente la de modelo clásico europeo”, no hago bien en cuestionar la inclusión de la “Historia” de Arzans y El loco de Borda en las famosas 15 novelas bolivianas fundamentales publicadas por el Estado; me dice entre otras cosas.
A propósito de esa polémica edición, para comenzar por lo último, recuerdo ese tiempo haber leído al novelista Edmundo Paz Soldán preguntarse con sinceridad y razonablemente si alguien realmente habrá terminado de leer El loco. Pero yo no soy tan escéptico. Creo que hay varios que lo han hecho, sólo que me los imagino remontando dificultosamente sus más de 1.500 páginas, como cumpliendo una tarea académica. Así que, en cuanto a Borda escritor, prefiero decir con ánimo pacifista: “¡qué pintor interesante que era el Toqui!”.
“Ya se imaginarán que nadie en el universo, por más delirante que fuera su concepción teórica de lo novelesco, afirmaría que la Historia de Arzans o el Loco de Borda son novelas”, dice Rebeca. Pero no era necesario buscar en el vasto universo, porque es el prologuista de esos libros, Guillermo Mariaca, el que sostiene más de una vez que se trata de 15 novelas. Rebeca dice que incluyeron esos dos libros porque son una especie de surtidores de prosa. No pido, por supuesto, que entonces el plan editorial debiera haberse llamado algo así como “Trece novelas fundamentales y dos surtidores”. Es mejor intentar un tour de force teórico como el que hace Rebeca en su ponencia para ampliar los bordes del género hasta cualquier cosa que se escriba en prosa, hundiéndonos en una omnitextualidad muy barthesiana, ciertamente, pero que creo deja intacto el problema crítico de saber cuál escritor nos llena los ojos al escribir, y por qué.
A eso iba mi comentario sobre Fitzgerald como ejemplo de novelista talentoso que consigue mantener la atención y el interés del lector, pese a sus tropiezos y dificultades. Y sólo de paso dije que Urzagasti podría ser considerado como ejemplo de cómo en ciertos ámbitos se ha perdido la noción de lo que es una novela.
“O sea, si no es como El gran Gatsby, entonces no es novela”, concluye Ana Rebeca, un poco sarcástica respecto de mis opiniones. Pero creo que aquí ha tratado de caricaturizarme o mostrarme demasiado estrecho de miras, siendo que precisamente en la cita que hace de mi columna yo señalo que la novela es un juego con reglas, pero que dentro de ese juego puede haber “decenas de tipos de novelas”, y por diferentes motivos. En viejo estructuralismo y recurriendo otra vez al fútbol (confiado en que Rebeca guste del balompié): uno puede jugar como el Barcelona actual o como el Estudiantes del 67; si gana la intercontinental, felicidades. Pero si el árbitro de Argentina-Inglaterra del mundial del 86 hubiera sido competente y hubiera sancionado la “mano de Dios” de Maradona, ésta es la hora en que los argentinos solo tendrían una copa.
Dicho lo cual, debo agregar que toda esta afanosa búsqueda de textos fundacionales plenamente americanos o exploradores artísticos de un insospechado valor pertenece nomás a una atmósfera a la que se nos viene metiendo desde hace décadas y que ahora ha cristalizado en la cháchara de la descolonización, con la ideología del buen salvaje incluida. Y un segundo antes de empezar a sospechar que me he enfrascado en un diálogo de sordos, prefiero asumir un tono conciliador y hasta sacerdotal, y señalar: “Podéis leer a Urzagasti en paz”.