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Saturday 7 Sep 2024 | Actualizado a 17:56 PM

Del Che a Mandela

La desaparición de Madiba es llorada  por un mundo que reclama la integridad frente a la impostura

/ 21 de diciembre de 2013 / 04:03

La de Mandela fue la crónica de una muerte anunciada hace casi un año. Suficiente tiempo para que la prensa mundial prepare sendos obituarios, iconografías, biografías y hasta separatas dedicadas merecidamente a Madiba. Sin embargo, provoca tedio leer en las columnas de opinión de aquí y de allá los mismos lugares comunes, elogiando el coraje del difunto y repitiendo ad nauseam los valores que ese excepcional varón dejó como legado a las generaciones presentes y venideras.

Cuando el argentino Jorge Bergoglio capturó el poder vaticano, igual algazara cubrió las primeras páginas de la prensa escrita y de los noticieros televisivos, porque tenía características diferentes a su predecesor. El encanto de su sencillez fue apreciado con igual gula por carismáticos y circuncisos. Es que vivimos una época en que la Humanidad entera busca paradigmas que no encuentra en sus dirigentes, aunque éstos sean elegidos por grande mayoría. Esta tendencia es especialmente seguida por los jóvenes que intuyen, angustiados, que les espera un negro porvenir tanto en las sociedades altamente industrializadas como en los países pobres del Sur. A los primeros los aflige el desempleo, la falta de vivienda y la comida cara; y a los segundos, decepcionados por su triste condición, sin techo, sin pan y sin trabajo, solo les queda la alternativa de la emigración hacia el Norte, donde ingenuamente esperan el sueño americano unos y el estado de bienestar europeo, los otros. En ese empeño arriesgan sus vidas por atravesar el Río Bravo ellos, o por ganar las costas mediterráneas, aquéllos.

En la década de los sesenta surgió la figura de Ernesto Che Guevara que se inmoló en el oriente boliviano, a sus 39 años, buscando infructuosamente la formación del “hombre nuevo”. En su aventura optó por la lucha armada y pereció espectacularmente, dejando un destello de esperanza, que fue recogido en todos los confines del planeta, incluso comercializando su efigie como sinónimo de rebeldía, de inconformismo o simplemente de señuelo para asustar a las abuelas. Escarapelas, camisolas y bonetes de toda forma y color, estampillados con su rostro desafiante, precedían los aullidos de combate en manifestaciones de protesta, en discotecas psicodélicas y hasta en lenocinios baratos.

El modelo de la lucha armada pasó raudamente y el terrorismo que tomó su lugar ya no es senda alucinante. Entonces, la búsqueda de héroes y paradigmas continuó hasta encontrar en Nelson Mandela un ejemplo inmaculado al servicio de la libertad y de la igualdad entre los hombres y mujeres de diversa apariencia étnica y distinta información cultural. Un Madiba que renunció al poder, cuando en África, en Medio Oriente y en América Latina los presidentes, con las uñas crecidas, se aferran —generalmente— al mando por largos años, sostenidos por argollas corruptas, dineros negros, fuerzas de represión temibles y aparatos de justicia venales. Esa falta de alternabilidad democrática es el origen de los conflictos que actualmente enfrenta la comunidad internacional: Egipto, Túnez, Libia, Siria, Afganistán, Malí, Centroafricana están cubiertos de sangre. Otros países con longevas dictaduras tienden a correr la misma suerte. Ante este panorama, la figura de Mandela crece cada vez más como aquella de Gandhi, donde la no violencia triunfó sobre la represión.

Por todo ello, la desaparición del Madiba es llorada universalmente,  por un mundo que reclama la integridad frente a la impostura, la unidad en la diversidad, la armonía del capital con el trabajo, la igualdad de oportunidades para todos y la cultura de la paz, en vez de los estridentes tambores de guerra. En suma, el arcoíris mandeliano es hoy emblema de un nuevo amanecer.

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La primera diplomacia movimientista

Carlos Antonio Carrasco

/ 31 de agosto de 2024 / 07:56

La instauración de un régimen revolucionario en Bolivia en 1952 parecía una provocación en el marco más intenso de la Guerra Fría. Gobernaba en Estados Unidos Harry S. Truman, en tiempos en que el temible senador Joe McCarthy estaba empeñado en la cacería de brujas sin cuartel contra los comunistas aparentes o reales dentro y afuera de su país. El proceso iniciado para la nacionalización de las minas se puso en marcha contrariando presiones internacionales que complotaron para cerrar la posibilidad de venta en el exterior de ese mineral. Todas las grandes medidas anunciadas por el flamante gobierno del MNR podían interpretarse como aspiraciones programáticas vecinas a los planteamientos marxistas en otras latitudes: nacionalizaciones, reforma agraria, voto universal, reforma educativa y otras. En ese entonces rodeaban al país regímenes militaristas o dictatoriales como los que imperaban en Perú con Odría, en Brasil con Getulio Vargas, en Argentina con Perón, en Colombia con Rojas Pinilla, en Chile con Ibáñez del Campo, y más allá atroces tiranías como la de Batista en Cuba, la de Duvalier en Haití, de Somoza en Nicaragua o de Trujillo en Republica Dominicana.

En ese ambiente, en las reuniones de la OEA, por ejemplo, Bolivia era, con la excepción de México, la Guatemala de Árbenz o Costa Rica, una extravagancia, la fea del barrio. Organizar la Cancillería y su proyección diplomática regional para superar la hostilidad subyacente requerían medios y esfuerzos titánicos que con imaginación y patriotismo estuvieron a cargo de Wálter Guevara Arze y su equipo de jóvenes revolucionarios reclutados entre la flor y nata de la juventud del MNR, que con rápidos y eficaces entrenamientos en la Casa Amarilla (Cancillería) se constituyeron en apropiadas herramientas para afrontar el adverso frente externo. El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, núcleo central, contaba con 66 funcionarios de planta, 20 administrativos y ocho mensajeros. Por allí pasaron embajadores de lujo como Jorge Escobari Cusiqanqui, en la subsecretaría; German Quiroga Galdo y el inefable director de Límites Antonio Mogro Moreno.

Para suavizar la frialdad en Washington se escogió a Víctor Andrade Usquiano, un yungueño que, aparte de su talento y su conocimiento fluido del inglés, poseía singulares rasgos nativos, tocaba la guitarra y era excelso cocinero. Pronto la frialdad gringa se trocó en romance casi tropical, hasta en extremo de la amistosa visita a La Paz de Milton S. Eisenhower, hermano del presidente, quien fue abrazado como “compañero” movimientista. Ante aquel publicitado afecto, los alfiles regionales se acoplaron a ese tono y Víctor Paz Estenssoro fue recibido con alborozo en Chile, en Bogotá, en Quito y en Lima. Y, en su tercera presidencia, John F. Kennedy le dio la bienvenida en la Casa Blanca, durante su visita de Estado, en 1963.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y
miembro de la Academia de
Ciencias de Ultramar de Francia.

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París 2024: la otra cara de la medalla

Carlos Antonio Carrasco

/ 17 de agosto de 2024 / 08:52

Los miles de comentarios y crónicas referentes a las Olimpiadas aparecidos en los medios nacionales y extranjeros, son vagos y repetitivos sobre los hechos marcantes de ese singular evento, casi todos impresionados por la copiosa prestación artística de la función inaugural que en risueña ingenuidad se centran en los cuadros de la alegoría irreverente de la última cena y de la efigie decapitada de la infortunada María Antonieta.

Sin embargo, hay otras facetas poco conocidas que la universal competencia deportiva ha causado como daños colaterales para los vecinos como yo, ribereños de la Torre Eiffel cuyos bellos jardines del Campo de Marte fueron cruelmente rasurados para instalar sobre ellos antros aptos para algunos de los campeonatos. Con ese motivo se cercó la vecindad con odiosas barreras de listones de madera con el propósito de ocultar los planeados espectáculos. Todos esos emprendimientos se hicieron dos meses antes de las Olimpiadas y se desmontarán en el lapso de sesenta días después. En consecuencia, los parroquianos que frecuentábamos las tardes para tomar sol o simplemente para rascarse la rabadilla nos vemos privados de una comodidad sostenida por el pago de nuestros impuestos. No obstante, como consuelo, observamos a los 13 millones de hinchas y de turistas que han invadido Paris y sus alrededores para brincar y gritar loas desde las galerías a los competidores de su preferencia. Mas allá de las encomiables hazañas de esa gallarda juventud, se esconde el propósito de expandir en el planeta el valor estratégico del “soft power” tan eficaz como la capacidad nuclear o el poderío económico. Por esto, no es sorpresa que los tres primeros países alineados en el tablero de posiciones sean precisamente China, Estados Unidos y Francia, porque Rusia fue excluida del certamen por egoístas razones políticas, muy criticables. Acápite especial es el estimulo que brindan a sus atletas algunas naciones participantes, por ejemplo, el gobierno galo premia a sus finalistas con 80.000 euros por la medalla de oro, 40.000 por la plata y 20.000 por el bronce, además de otras recompensas menores. Otros países hacen lo propio. Causa ironía mirar las reacciones de los ganadores pues unos lloran de alegría y los perdedores brotan lágrimas de frustración. En tanto que los millones de espectadores hacen flamear las banderas portátiles de sus respectivas naciones en muestra de apoyo a sus favoritos.

En resumen, las olimpiadas París 2024 aparte de su millonario costo de organización y, a veces, despilfarro (como la aspiración fallida de limpiar las aguas del río Sena que luego de notables esfuerzos siguen contaminadas con materias fecales) sirvió para la irradiación de la grandeza de Francia en el mundo, hoy que despojada de sus más cotizadas colonias, también, últimamente sus guarniciones militares están siendo expulsadas por algunos estados africanos.

París 2024 fue útil, además para pintar el nuevo mosaico geopolítico del planeta en la que mientras Naciones Unidas cuenta con 194 países miembros, las Olimpiadas registran 206 participantes que muestran el resurgimiento de los nacionalismos que bien guiados pueden ser la base de la hermandad universal.

Carlos Antonio Carrasco

es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar
de Francia

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Venezuela y el fraude

Carlos Antonio Carrasco

/ 7 de agosto de 2024 / 09:21

El 28 de julio se celebraron elecciones presidenciales en Venezuela, donde el electorado debía definir entre los dos principales candidatos: Nicolás Maduro, que aspiraba a la reelección por tercera vez, contra el líder opositor Edmundo González Urrutia. Cuando todas las encuestas apuntaban a este último como posible ganador con un amplio margen de ventaja sobre su contendor, el Consejo Nacional Electoral, después de inexplicable demora, en la madrugada, sorpresivamente con solo el 80% de los votos escrutados declaró solemnemente triunfador al presidente Maduro. Con el apoyo de las actas electorales en mano, la oposición demostró la existencia de un grosero fraude, motivo por el cual desconoció la supuesta victoria oficialista. Actitud que fue apoyada por la mayoría de los países latinoamericanos, los Estados Unidos, la Unión Europea y la secretaría de la Organización de Estados Americanos, todos ellos exigiendo la presentación de las actas electorales para concertar una rigurosa auditoría que aclare el diferendo. Entretanto, las calles se llenaron de ciudadanos que protestaban por el robo de sus sufragios altamente esperanzadores. Lamentablemente, la represión policial se tradujo en muertos, heridos y centenas de arrestados.

Lea: OTAN, en búsqueda de enemigos

En verdad, Venezuela no es excepción en la falta de confianza en los administradores electorales, pues ello ocurre en todas partes del mundo, incluso, como se sabe en Estados Unidos.

Con la informatización de los procedimientos, la acción del voto ciudadano es una actividad elementalmente mecánica de fácil organización, en todas sus etapas: control del padrón electoral, registro ciudadano y recojo de datos en las mesas electorales.

Parece haber llegado el momento de confiar esa noble tarea a un ente supranacional, bajo la tuición, por ejemplo, de Naciones Unidas. Sería un organismo eminentemente técnico, compuesto por expertos informáticos altamente calificados, inodoros, incoloros e insípidos, políticamente hablando.

Naturalmente, esta es una primera idea que podría servir de base para un debate más detallado, teniendo en cuenta la adaptación necesaria para la legislación nacional de cada país.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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OTAN, en búsqueda de enemigos

Carlos Antonio Carrasco

/ 20 de julio de 2024 / 08:40

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) celebró ruidosamente en Washington del 9 al 11 de julio, el 75 aniversario de su fundación, arropada por representantes de sus 32 países miembros. Esta entidad que poco antes de la intervención militar rusa en Ucrania fue calificada por Emmanuel Macron como victima de “muerte cerebral”, recuperó su razón de ser para justificar su existencia en un contexto distinto a la guerra fría, durante la cual fue creada en 1949. Motivo central de la agenda fue, por supuesto, el compromiso de incrementar la ayuda militar en el frente ucraniano y redoblar esfuerzos para evitar una victoria rusa.

Aparte del lenguaje habitual en el comunicado final que implica a China como contribuyente furtivo a la maquinaria bélica de Moscú, los comensales descubren —además— con alborozo, en la cuenca del Indo-Pacífico, un nuevo objetivo de preocupación, aunque esa zona no se encuentre ni en el Atlántico ni en el Norte. Las próximas elecciones presidenciales americanas estuvieron como fantasma subyacente de las deliberaciones y las decisiones del cónclave. Por ello, se aguardó con marcado interés la conferencia de prensa anunciada por Joe Biden, en la que debía recuperar su imagen derrotada en el debate con Donald Trump. Lejos de ese propósito, aparentemente el evento confirmó los rumores acerca de su salud mental al llamar “presidente Putin” al mandatario ucraniano Volodimir Zelenski.

Sin embargo, a mi modo de ver, no fue un lapsus, sino más bien la revelación de su subconsciente sobre el notable parecido entre Putin y Zelenski, pues ambos prolongan esa guerra absurda para mantenerse en el poder, no obstante que el primero fue ratificado por elecciones y el segundo prorroga su férula más allá del periodo constitucional, sin que a ninguno le preocupe sacrificar —indefinidamente— miles de jóvenes vidas.

El ucraniano, ingenuamente, manifestó su inquietud por la posible victoria de Trump, porque, evidentemente, el magnate tiene una pobre opinión de ese pacto militar donde —por ahora— los intrínsecos intereses norteamericanos no están directamente afectados y, en la coyuntura ruso-ucraniana, desde la Casa Blanca, según él, acabaría la guerra en 24 horas. Entretanto, irónicamente, el 3 y 4 de julio, en Astana (capital de Kazakstán) también se reunieron los 10 países que, apadrinados por Pekín y Moscú, componen la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que en su ala militar se asemeja a los objetivos de la OTAN, pero haciendo contrapeso en el nuevo esquema geopolítico mundial en el que, por ejemplo, en África, tres naciones (Mali, Níger y Burkina Faso) han reemplazado las misiones militares francesas por similares rusas.

Finalmente, cabe destacar que entre los halcones de guerra allí reunidos buscando afanosamente enemigos, brilló la excepción del primer ministro húngaro Víctor Orban, presidente pro tempore de la Unión Europea, quien acababa de cumplir una gira relámpago por Kiev, Moscú y Pekín, en infructuosa gestión de paz para Ucrania que fue cuando menos solitaria oportunidad para la diplomacia en medio del mortífero estimulo armamentista.

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Biden-Macron: un paralelo catastrófico

Carlos Antonio Carrasco

/ 6 de julio de 2024 / 09:09

La proximidad de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y los comicios parlamentarios en Francia, convocados para este mismo año pleno de turbulencias, coloca en el espejo de la política internacional a dos gobernantes disimiles que enfrentan igual fenómeno emergente: el populismo, desde áreas geográficas distantes, pero encarando idénticos escollos que escapan al control de su poder.

Desde Washington, Joseph Robinette Biden Jr., mas conocido como Joe Biden, a sus 81 años brega por su reelección como presidente en las elecciones programadas para el 5 de noviembre, coronando su carrera política que comenzó como joven senador en 1975, escalando todos los peldaños hasta la vicepresidencia cuando Obama. Está marcado por trágicas desgracias en su vida privada al perder a su primera esposa junto a su hija en aquel accidente automovilístico; más tarde a su hijo Beau, víctima de un cáncer y finalmente, sufrir los avatares de la adicción de su hijo Hunter, hoy procesado judicialmente por otras infracciones. Tras casi cuatro años en la Casa Blanca, el balance de su gestión podría calificarse como positivo, ello apoya ser aún el candidato único del Partido Demócrata, pese a su desastrosa prestación en el debate frente a Donald J. Trump, su adversario republicano.

En cambio, en Paris, Emmanuel Jean-Michel Frederic Macron, a sus 46 años, quien ejerce desde 2017 —reelecto en 2022— la presidencia con un corte casi imperial, sostenido por la mayoría de su partido (ahora) Renaisance, cuya buena parte de sus escaños acaba de perder en las recientes elecciones parlamentarias. Contrariamente a Biden, Macron, a nivel personal, lleva días tranquilos, sin hijos, junto a su esposa Briggitte, su antigua profesora de literatura, su mayor en 20 años…, seducida con esfuerzos dignos de novela romántica. No obstante que su mandato fenece recién en 2027, el sistema semiparlamentario francés otorga amplio poder a la Asamblea Nacional, cuya mayoría escapó de las manos presidenciales, obligándole quizá a gobernar en “cohabitación” con un primer ministro de la oposición, probablemente del RN (Agrupación Nacional) reputado de extrema derecha, en cuyo caso su iniciativa gubernativa quedará seriamente recortada. De darse ese paso, el primer ministro será Jordan Bardella (28), protegido de Marina Le Pen, inefable rival de Macron en las disputas presidenciales.

Tanto Biden como Macron confrontan sus agendas de gestión democrática con propuestas populistas de alto contenido irresponsable, curiosamente en temas parecidos como la inmigración, la seguridad ciudadana y la economía popular. Además, puntos candentes de política exterior podrían optar por rumbos diferentes a los trajinados hasta hoy. Por ejemplo, la ayuda militar y financiera a Ucrania en su pleito con Rusia, en cuyo paquete el envío de tropas francesas o europeas quedaría excluido y la contribución americana a la OTAN tendría un marcado retroceso. En ambos puntos, el Kremlin tendría gran motivo de regocijo.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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