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Navidad

Hoy muchos celebrarán en familia el nacimiento de Jesús, un hecho trascendental que significó un antes y un después no solo en los calendarios, sino también en la forma de concebir la vida y la muerte en este mundo, dando lugar al surgimiento de una nueva religión, el cristianismo, que es profesada por la inmensa mayoría de los bolivianos.

La tradición bíblica nos enseña que hace más de 2.000 años el Hijo Dios se hizo hombre, a fin de entregar su vida para salvar al mundo, pagando con su sangre y sus llagas por nuestras culpas y enfermedades. Para algunos, esta historia no es más que un relato ficticio, parte de la literatura fantástica. Para otros, representa una argucia para someter y explotar a la plebe, a fin de que acepte sacrificios y privaciones en esta vida a cambio de una recompensa futura en el paraíso.

No obstante, para muchos más se trata de un hecho real que dividió la historia de la humanidad en dos (difícilmente un personaje ficticio, por muy elocuente que fuese, podría lograr un efecto histórico tan contundente). El testimonio y particularmente la muerte de sus discípulos (hasta nuestros días) sería otra prueba de la veracidad de este relato.

En efecto, solo un loco ofrendaría su vida por una corriente fraudulenta y/o por un ser inexistente; y sería imposible que esta “locura” —de ser falsa— hubiese adquirido tantos adeptos a lo largo de la Historia, máxime tomando en cuenta que los gestos que demanda son muy poco apetecibles desde una visión hedonista: compartir con los pobres, renunciar a los placeres sensuales desordenados, supeditar los valores materiales a los espirituales, bendecir a los enemigos, reconocer el Evangelio aunque esto signifique la muerte, etcétera.

Llegado a este punto más de uno se preguntará por qué Dios tuvo que armar todo este drama para que la humanidad pudiese salvarse; por qué no simplemente decretó una redención general, en vez de tener que enviar a su Hijo, convertido en hombre, a morir en la cruz, luego de un prolongado calvario. Al respecto, las escrituras nos enseñan que Dios es misericordioso pero también justo. Esto significa que nuestro libre albedrío implica un gran privilegio, pero también una gran responsabilidad, la de elegir bien, ya que las malas decisiones conllevan consecuencias negativas.

Algo que siempre ocurre, dicho sea de paso, pues —como bien señala el apóstol Pablo en la epístola a los Romanos— no hay justo ni uno solo, todos hemos pecado, lo que nos separa de la gloria de Dios. Y como la paga del pegado es muerte (Romanos 6:23), y solamente la vida, que está en la sangre, pude vencer a la muerte, era entonces necesario un cordero para la salvación del mundo, un redentor que solamente pide que creamos en él para regalarnos vida eterna, pero también gozo y paz en este mundo plagado de tribulaciones.