A medianoche cerró la puerta, apagó las luces y pasó la mano sobre los maniquíes. Terminaba diciembre y con él se iba también su negocio de ropa importada. Como Helen, decenas de vendedores en toda La Habana esperaron hasta el último minuto de 2013 por alguna buena noticia. Pero nunca llegó.

El Gobierno mantuvo la impopular prohibición contra la venta privada de productos importados. El plazo para liquidar los comercios de ropa y otros accesorios concluyó justo cuando 21 salvas de artillería anunciaban el nuevo año. Mansamente, aunque murmurando su molestia, los propietarios de las llamadas boutique recogieron la mercancía, descolgaron sus carteles lumínicos y le avisaron a los clientes que ya no volvieran.

Al otro día, junto a la pereza posterior a toda celebración, la ciudad amaneció también con el rostro cambiado. En los portales donde antes batían los percheros mostrando camisetas, pantalones y prendas infantiles ya no quedaba nada. Las salas convertidas en probadores habían desaparecido y también los puestos que hasta la semana pasada ofrecían gafas de sol o esponjas para fregar. Ni un solo vendedor ha desafiado lo orientado, ninguno ha mantenido su puesto abierto.

En paralelo, tampoco ha habido congregaciones sindicales para reclamar una indemnización por las inversiones perdidas, ni protestas exigiendo un permiso que cubra la actividad de comerciante. Ni siquiera los frecuentes compradores han elevado su voz, en solidaridad, con quienes les suministraban productos más baratos, modernos y variados que las tiendas estatales. Todos han callado.

La explicación para este silencio temeroso se obtiene con solo preguntar. “No te preocupes, tú verás que esta medida la van a echar para atrás”, profetizan algunos. Quienes se creen muy informados por tener contactos en el Gobierno advierten: “en pocos días van a permitir eso y mucho más”.

Subyacente queda entonces un mensaje paralizante “quejarse va a ser peor” así que “mejor esperar y no meterse en problemas”. Mientras tanto, Helen se ha quedado con sus maniquíes que ya nadie mira y con una deuda de cuatro cifras.

La ilusión de un posible paso hacia adelante frena la reacción por este paso atrás. Los afectados quieren creer que el Estado rectificará. Sin embargo, el motivo real para tal mansedumbre es el miedo a encarar con sus demandas al poder.