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Israel, un país con menos esperanza

Israel es hoy un país más radicalizado, en el que cada vez son menos los israelíes que confían en la paz

/ 15 de enero de 2014 / 04:54

Desde el 4 de enero de 2006, día en que Ariel Sharon cayó en coma profundo, Israel ha sufrido transformaciones profundas. Buena parte obedecen a la impronta del General que no creía en los acuerdos de paz y que si hubiese podido abrir los ojos antes de morir, probablemente sonreiría al ver algunos de sus sueños cumplidos. Israel es hoy un país más radicalizado, pero sobre todo más escéptico, en el que cada vez son menos los israelíes que confían en la paz con los palestinos. Porque las señales que Sharon emitió a lo largo de sus años de predominio de la fuerza sobre la diplomacia y de soluciones unilaterales frente a la negociación han calado muy hondo. Pese a la enésima intentona de Washington de resucitar las negociaciones, casi nadie en Israel cree que vaya a haber una solución negociada. Lo máximo a lo que pueden aspirar, piensan, es a la gestión de un conflicto que consideran inevitable.

Ni siquiera, les hizo creer Sharon, una cesión de territorios a los palestinos sería capaz de propiciar un acuerdo de paz. La retirada de los colonos de Gaza que Sharon ordenó en 2005 es, para infinidad de israelíes, la prueba definitiva de que no hay acuerdo posible, de que a pesar de la expulsión de judíos de la Franja, los cohetes palestinos no han dejado de caer. Para el israelí medio poco importa que los ataques de Hamás respondan o no a agresiones del Ejército hebreo y que los habitantes de la Franja hayan sufrido casi un lustro de fluctuante y asfixiante bloqueo por parte de Israel. Tampoco se tiene en cuenta que a la salida de Gaza le ha seguido una imparable expansión de los asentamientos en Cisjordania, que no empezó ni terminó con Sharon, pero que Arik el terrible sí personificó y protagonizó como ningún otro líder israelí. Sharon fue el estratega que se propuso colonizar de forma permanente Cisjordania. Quiso redefinir y ensanchar las fronteras de Israel, que hoy aparecen más desdibujadas y se adentran más en los territorios palestinos que nunca. Esa sed de conquista ha sido, junto a brutales campañas militares como tantas de las que ordenó y defendió Sharon, las que han hecho trizas la imagen de Israel en el mundo e instalado a sus ciudadanos en una actitud defensiva y de desconfianza ante la mediación internacional.

Para la derecha colona, la expulsión de Gaza supuso un gran trauma existencial. Nunca pensaron que Sharon, su protector, los fuera a traicionar. Pero así fue. Unos 8.000 fervientes colonos fueron expulsados a la fuerza. Su trauma ha dado paso a una generación de colonos más radical, a un Ejército de jóvenes antisistema que ocupan las colinas cisjordanas, atacan a los palestinos y a su propio Ejército y que han aprendido de sus padres que no pueden confiar en los gobernantes.

Colonos más o menos moderados son hoy en día prácticamente los únicos israelíes que conoce el palestino de a pie. Cercados por el muro de hormigón que Sharon construyó tras la segunda Intifada, los palestinos se han convertido en perfectos desconocidos para sus vecinos israelíes. El desconocimiento mutuo dificulta la empatía; un sentimiento que junto a la esperanza registra mínimos históricos en el Israel post-Sharon.

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Un tupido entramado político

Tensión en la franja de Gaza

/ 25 de noviembre de 2012 / 04:33

La Operación Pilar Defensivo dio comienzo el miércoles 14 de noviembre, tras el asesinato selectivo israelí de Ahmed Yabari, el jefe militar de Hamas en Gaza. La respuesta de las milicias palestinas ha sido contundente: lluvia de cohetes y misiles que han hecho sonar las alarmas en Tel Aviv y hasta en Jerusalén, algo que no sucedía desde hacía décadas. Mientras, el Ejército israelí se ha empleado a fondo en Gaza. Ha bombardeado durante ocho días y noches el estrecho pedazo de territorio palestino y ha matado a más de 150 personas. Es cierto que al asesinato de Yabari le precedieron ataques palestinos en las inmediaciones de Gaza. Como también es cierto, que este nuevo ciclo de violencia desmedido se produce en un contexto político muy determinado.

Los analistas resaltan estos días numerosas coincidencias con la Operación Plomo Fundido, que devastó Gaza en 2008. La principal, el hecho de que entonces, como ahora, la ofensiva se produjo con unas elecciones generales a las puertas. El 22 de enero los israelíes están llamados a las urnas. A pesar de que aquí, casi nadie se atreve a establecer una relación directa entre los comicios y el ataque a Gaza, a pocos se les escapa que en el sur de Israel viven un millón de votantes, que piden a gritos seguridad y el fin de la lluvia de cohetes palestinos.

Desde el Gobierno niegan tajantemente cualquier vinculación entre ambos asuntos, aunque para los palestinos queda poco lugar para las dudas. En palabras del negociador palestino Saeb Erekat: “Ya está bien de que las campañas electorales israelíes se sigan haciendo a costa del terror infundido al pueblo palestino”. La magnitud de la Operación Pilar Defensivo es, sin embargo, tan descomunal como los riesgos políticos que entraña para el primer ministro Benjamín Netanyahu, aspirante a la reelección.

Hace cuatro años, fue el centrista Kadima el partido que lanzó la Ofensiva Plomo Fundido a pocas semanas de las elecciones. Las urnas dieron, sin embargo, al final la victoria al bloque opositor de la derecha y Netanyahu se convirtió en primer ministro. Sabe pues de buena tinta, que embarcarse en una campaña militar con las elecciones a las puertas es una opción arriesgada en términos políticos y que del desenlace y no del lanzamiento de la ofensiva dependerán los frutos políticos.

Por eso, algunos observadores israelíes sostienen que fue la creciente asertividad de Hamas y sus correspondientes ataques los que animaron a Netanyahu a lanzar la ofensiva. Que al fin y al cabo, las encuestas concedían a Netanyahu y su aliado Avigdor Lieberman una amplia mayoría antes del asesinato de Yabari. Pero también piensan, que las decisiones sobre cómo y cuándo terminarlas no estarán exentas de consideraciones políticas. “La decisión del Gobierno de comenzar la operación se ha producido al margen de los cálculos electorales. Pero las negociaciones sobre cómo terminarla están profundamente afectadas por los cálculos políticos”, estima en el diario Yeditoth Ahronoth Nahum Barnea, el analista estrella de la prensa israelí.

El otro gran acontecimiento político que coincide en el tiempo con la ofensiva es el órdago diplomático que los palestinos piensan lanzar el 29 de noviembre y que ha provocado una reacción furibunda por parte de los israelíes. Ante el parón de las negociaciones directas y la ausencia de un proceso de paz, los palestinos han decidido recurrir a vías alternativas para avanzar en su objetivo de lograr un Estado independiente.

Palestina aspira a convertirse en Estado observador no miembro en la Organización de Naciones Unidas (ONU) —un estatus similar al del Vaticano y para el que dicen contar con suficientes apoyos— una iniciativa que someterá a votación de la Asamblea General el día 29. La Operación Pilar Defensivo ha distraído cualquier posible atención sobre este asunto y amenaza con debilitar parte de los apoyos que los palestinos creían consolidados. Explican fuentes palestinas que algunos países podrían retirar su apoyo porque dicen que no quieren contribuir a crear más caos en el actual contexto regional. “Todo lo que está pasando tiene como objetivo bloquear nuestros esfuerzos para llegar a Naciones Unidas”, dijo el presidente palestino, Mahmud Abbas.

Pero pese al apoyo inicial de Occidente a la ofensiva israelí, la causa palestina acumula simpatías a medida que aumenta el número de víctimas civiles así como la posibilidad de una incursión terrestre. Pilar Defensivo podría en definitiva ayudar a los palestinos en sus aspiraciones diplomáticas.

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