Israel, un país con menos esperanza
Israel es hoy un país más radicalizado, en el que cada vez son menos los israelíes que confían en la paz
Desde el 4 de enero de 2006, día en que Ariel Sharon cayó en coma profundo, Israel ha sufrido transformaciones profundas. Buena parte obedecen a la impronta del General que no creía en los acuerdos de paz y que si hubiese podido abrir los ojos antes de morir, probablemente sonreiría al ver algunos de sus sueños cumplidos. Israel es hoy un país más radicalizado, pero sobre todo más escéptico, en el que cada vez son menos los israelíes que confían en la paz con los palestinos. Porque las señales que Sharon emitió a lo largo de sus años de predominio de la fuerza sobre la diplomacia y de soluciones unilaterales frente a la negociación han calado muy hondo. Pese a la enésima intentona de Washington de resucitar las negociaciones, casi nadie en Israel cree que vaya a haber una solución negociada. Lo máximo a lo que pueden aspirar, piensan, es a la gestión de un conflicto que consideran inevitable.
Ni siquiera, les hizo creer Sharon, una cesión de territorios a los palestinos sería capaz de propiciar un acuerdo de paz. La retirada de los colonos de Gaza que Sharon ordenó en 2005 es, para infinidad de israelíes, la prueba definitiva de que no hay acuerdo posible, de que a pesar de la expulsión de judíos de la Franja, los cohetes palestinos no han dejado de caer. Para el israelí medio poco importa que los ataques de Hamás respondan o no a agresiones del Ejército hebreo y que los habitantes de la Franja hayan sufrido casi un lustro de fluctuante y asfixiante bloqueo por parte de Israel. Tampoco se tiene en cuenta que a la salida de Gaza le ha seguido una imparable expansión de los asentamientos en Cisjordania, que no empezó ni terminó con Sharon, pero que Arik el terrible sí personificó y protagonizó como ningún otro líder israelí. Sharon fue el estratega que se propuso colonizar de forma permanente Cisjordania. Quiso redefinir y ensanchar las fronteras de Israel, que hoy aparecen más desdibujadas y se adentran más en los territorios palestinos que nunca. Esa sed de conquista ha sido, junto a brutales campañas militares como tantas de las que ordenó y defendió Sharon, las que han hecho trizas la imagen de Israel en el mundo e instalado a sus ciudadanos en una actitud defensiva y de desconfianza ante la mediación internacional.
Para la derecha colona, la expulsión de Gaza supuso un gran trauma existencial. Nunca pensaron que Sharon, su protector, los fuera a traicionar. Pero así fue. Unos 8.000 fervientes colonos fueron expulsados a la fuerza. Su trauma ha dado paso a una generación de colonos más radical, a un Ejército de jóvenes antisistema que ocupan las colinas cisjordanas, atacan a los palestinos y a su propio Ejército y que han aprendido de sus padres que no pueden confiar en los gobernantes.
Colonos más o menos moderados son hoy en día prácticamente los únicos israelíes que conoce el palestino de a pie. Cercados por el muro de hormigón que Sharon construyó tras la segunda Intifada, los palestinos se han convertido en perfectos desconocidos para sus vecinos israelíes. El desconocimiento mutuo dificulta la empatía; un sentimiento que junto a la esperanza registra mínimos históricos en el Israel post-Sharon.