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Cómo no saludar el ingreso de unos flamantes buses que prometen un servicio eficiente las 24 horas
Con la llegada de una flota de 61 buses de servicio municipal se inicia un nuevo capítulo en la historia del transporte urbano de la ciudad de La Paz. Como era de esperarse, inmediatamente los choferes anunciaron una serie de medidas de presión en rechazo del servicio. La Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) paceña, por su parte, confronta el desafío lanzando su propia declaración de guerra contra los choferes. En las próximas semanas de seguro viviremos con ansiedad el desenlace de este nuevo episodio de telenovela.
El transporte nuestro de cada día es sin duda un servicio vital en la calidad de vida de los habitantes de las urbes. Basta recordar las movilizaciones ciudadanas de los usuarios del transporte público en Brasil, Argentina y, hace solo unos días, en Paraguay, para asumir que la movilidad urbana es uno de los problemas centrales de los países en desarrollo. En Bolivia es suficiente dar una mirada a las redes sociales o escuchar la radio para darse cuenta de cuántas pasiones despierta el tema. Es comprensible la frustración que expresa el ciudadano que cada día emplea cuando menos una hora y media de su vida viviendo el maltrato de los choferes, las trancaderas, el famoso trameaje y el tiempo perdido esperando un trufi o un micro que nunca aparece.
Y es que los choferes encarnan el personaje que todos amamos odiar (solo el conductor que chocó a Nosiglia es peor). Es el personaje símbolo de un servicio de transporte público deficiente, enfocado en obtener los mayores réditos económicos para sus propietarios, que emplean sus ganancias en ampliar su flota y subcontratar al destajo a choferes que no dudan en poner en riesgo la vida de sus pasajeros para poder sacar una vuelta más y así lograr pagar las altas rentas de los propietarios de los vehículos.
Pero, para ser justos, no podemos culparlos en exclusiva del caos vehicular que sufre la ciudad. Si bien es cierto que al haber un mal transporte público las personas priorizan comprarse un carro, lo cual empeora las cosas y, al haber mayor tráfico, las ganancias de los choferes disminuyen presionándolos a mantenerse más horas trabajando, contribuyendo todos a una espiral insostenible. Si a esto agregamos el bajo costo de los automóviles usados que ingresan al mercado, el subsidio de los hidrocarburos y la subvención de la conversión de los motores a gas, tenemos los ingredientes de una tormenta perfecta.
Además, a esto debemos agregar la existencia de una serie de leyes y normas de tránsito obsoletas, que todos buscan evadir. A ellas se suma el problema crónico de policías de tránsito que no tienen como objetivo el hacer que estas normas y leyes sean acatadas por la ciudadanía, sino más bien, complementar su ingreso con coimas que logran arrancar a los conductores. Y bien, solo me resta hablar de la calidad de nuestras vías que, si no se encuentran bloqueadas por una protesta social, seguro esperan meses para ser reparadas.
En este escenario, cómo no saludar el ingreso de unos flamantes buses que prometen un servicio eficiente las 24 horas del día. Cómo no expresar simpatía por conductores como Mercedes Quispe, cuya historia de vida nos conmueve. Cómo no soñar que, junto con los buses, llegará el respeto y la urbanidad que perdimos en el último minibús de 15 pasajeros aunque fuera diseñado para diez. Es cierto que 61 buses no harán un verano, pero compartamos la ilusión de que, junto al teleférico, pueden ser el inicio de una nueva forma de vivir en las ciudades.