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Refugios de animales

En los últimos años han empezado a proliferar en diferentes regiones del mundo refugios de animales instalados en ecosistemas naturales de gran extensión. Estos espacios contribuyen a preservar la vida de las especies amenazadas, amén de fomentar el conocimiento y el amor de las personas hacia la naturaleza in situ, lo que incide positivamente en su conservación.

En el país también han comenzado a instalarse este tipo de lugares. Por ejemplo, la edición de la revista Escape del pasado domingo publicó un reportaje sobre el Parque Pantanal de Trinidad, donde viven prácticamente en libertad varios animales cuyo hábitat en muchos casos ha sido destruido.

Las familias que visitan este parque, situado a pocos kilómetros de la capital beniana, tienen la oportunidad de disfrutar de un paseo al aire libre, en el que se puede observar desde anacondas y caimanes, pasando por diversas aves y tortugas, hasta ciervos de diferentes especies y tapirs (parientes lejanos del caballo y el rinoceronte). 

Además de erigirse como un refugio para especies amenazadas, los encargados apuntan a convertir este parque municipal en un lugar para rehabilitar a los animales que sean decomisados tanto a los traficantes como a las familias que fomentan este ilícito negocio, cuando confunden y albergan especies silvestres como si fuesen mascotas. Además de mayores recursos, para ello se necesita construir y estrechar lazos con otras organizaciones —civiles y gubernamentales— dedicadas a la lucha contra el tráfico y la tenencia de animales silvestres.

La Reserva Barba Azul, ubicada también en el Beni, es otro ejemplo exitoso de este tipo de refugios. En el corazón de ese departamento, la Fundación Armonía compró un ecosistema de aproximadamente 5.000 kilómetros de superficie a ganaderos y a otros terratenientes, con el propósito de convertirlo en una suerte de santuario para la paraba Barba Azul, ave que habita únicamente en las llanuras moxeñas benianas y que se encuentra en serio peligro de extinción, debido a la belleza de sus plumas, que la vuelven una presa altamente codiciada por las organizaciones criminales; la deforestación de su hábitat, para la ampliación de la frontera agrícola y la habilitación de tierras de pastoreo; los incendios y el uso de agroquímicos.

No se puede evitar comparar estos y otros refugios donde los animales viven en su propio hábitat en contraposición a los zoológicos urbanos, donde sobreviven en espacios ínfimos y en climas completamente ajenos a su naturaleza; es decir, en pésimas condiciones. El Estado debería evaluar la pertinencia de cerrar algunos de estos zoológicos. Así se podría destinar mayores recursos a refugios instalados en ecosistemas naturales de gran extensión, que alberguen y protejan solamente a animales endémicos.