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Príncipes y mendigos

La reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos fue una buena ocasión para discutir sobre pobreza y desigualdades. Bill Gates pronosticó que para 2035 casi no quedarán países pobres, lo que resulta creíble definiendo como pobres a quienes viven con menos de $us 1,25 diarios. A la vez, según Oxfam, las 85 personas más ricas del mundo tienen la misma cantidad de dinero que la mitad más pobre del planeta, es decir 3.500 millones de personas; y la riqueza del 1% más adinerado del globo llega a $us 110 billones, 65 veces más de lo que posee la mitad más pobre mundo.

El fundador de Microsoft asegura haber donado, a través de la fundación Bill y Melinda Gates, más de $us 28.000 millones y planea seguir. Esta labor humanitaria, según dijo Gates a Jorge Ramos Ávalos en una entrevista, “ha salvado 8 millones de vidas”. Pero muchos aseguran que los Gates tiran su dinero en países donde hay dictadores y sin efectos a largo plazo. Lo que resulta coherente con el hecho de que, como dice la doctrina católica, antes está la justicia que la caridad, es decir, es mejor un orden social que permita a todos vivir dignamente trabajando que tener que estar dando ayudas ocasionales.

Sin duda el mundo está mejor gracias a las “acertadas” políticas gubernamentales, aunque pareciera que es al revés, según señala Andrés Oppenheimer. Tiene razón Marcelo Giugale, director de programas de reducción de pobreza del Banco Mundial, en que gran parte del progreso se debe precisamente a que los Estados chino e indio han dejado de hacer cosas que ahora realizan las personas dentro del mercado. Con lo que no se entiende, luego, que el mismo Giugale proponga que los gobiernos utilicen nueva tecnología para identificar a los pobres, suena a Gestapo.

En cuanto a desigualdad ocurre lo mismo. Al contrario de lo que muchos creen, Peter G. Klein asegura que “lo típico es que las grandes firmas surjan donde los mercados… sufren la interferencia gubernamental; estas circunstancias proporcionan ventajas” a las grandes corporaciones que, entre otras cosas, tienen gran capacidad de cabildeo con la que logran la promulgación de regulaciones que las benefician o que dificultan o impiden las operaciones de sus rivales pequeños. Así vemos cómo las multinacionales ocupan un lugar dominante en la economía de muchos populismos latinoamericanos.

O sea que las exageradamente grandes empresas o fortunas no son un producto natural del mercado. Bill Gates, concretamente, ha hecho sus millones gracias a los copyright de Microsoft, que son verdaderos monopolios “intelectuales” impuestos por el Estado. Si la “propiedad” resulta de una “ley” impuesta vía monopolio de la violencia estatal, significa que no se daría naturalmente. Esta “propiedad” suelen ser monopolios garantizados por el Estado a grandes grupos económicos, que realizan millonarios cabildeos esgrimiendo que la libre distribución desincentivaría la creatividad, cuando está muy claro que, por el contrario, la libertad provoca que, sobre trabajos ya realizados, se sumen otros, impulsando exponencialmente el desarrollo. Por caso, dicen serios historiadores, Thomas Alva Edison era un astuto “patentador” con el fin de hacer fortunas. La lámpara incandescente, en rigor, sólo fue perfeccionada por él y patentada en 1879.