Después de que Irán y las grandes potencias firmaran un acuerdo provisional sobre el programa nuclear de Teherán, las expectativas eran altas. Durante la última semana han caído fuertemente debido a las duras declaraciones públicas realizadas por los funcionarios iraníes; a su vez, el Primer Ministro de Israel ha reafirmado su oposición a cualquier acuerdo concebible, y varios senadores estadounidenses influyentes han amenazado con promulgar nuevas sanciones. Esto no significa que sea imposible lograr un acuerdo final con Teherán, pero sí quiere decir que ambas partes, Teherán y Occidente, tienen que empezar a pensar de forma creativa acerca de cómo unir lo que es claramente una amplia brecha y cómo moverse por el principal obstáculo que enfrentarán, que no está en el extranjero, sino en casa.

Las declaraciones iraníes que han atraído tanta atención vinieron tanto del Ministro de Relaciones Exteriores como del Presidente. Jim Sciutto de CNN explicó que, el primero, Javad Zarif, manifestó que, contrariamente a lo que Washington había afirmado en repetidas ocasiones, Irán “no estaba de acuerdo en desmantelar cualquier cosa”. Posteriormente, en una entrevista que mantuve también en CNN, el presidente Hassan Rouhani explicó que Irán no va a destruir ninguna de sus centrifugadoras existentes. También me indicó que Irán no va a cerrar su reactor de agua pesada en Arak, un punto de discusión, pues a Occidente le preocupa esa instalación ya que puede producir plutonio, que podría ser utilizado para fabricar una bomba nuclear.

Irán y Estados Unidos tienen opiniones muy diferentes acerca de lo que sería un acuerdo final aceptable. En función a mi entrevista con Rouhani y las conversaciones mantenidas con otros funcionarios iraníes, mi impresión es que la visión de Irán es la siguiente. Irán proporcionará al mundo garantías y pruebas que demuestren que su programa nuclear es civil, no militar. Esto significa que el país permitiría inspecciones intrusivas, a un nivel nunca visto, de todas las instalaciones. Este proceso ya ha comenzado. El acuerdo provisional exige inspecciones internacionales en las fábricas de producción centrífuga, minas y molinos de Irán. Hace dos semanas, por primera vez en una década los inspectores pudieron entrar en las minas iraníes.

Sin embargo, los funcionarios iraníes están decididos a no aceptar ninguna limitación a su programa. A menudo hablan acerca de la importancia de ser tratados como cualquier otro país que haya firmado el Tratado de no proliferación de armas nucleares, lo que para ellos significa tener el derecho irrestricto a enriquecer uranio para producir electricidad. De hecho, el tratado nada establece acerca de las actividades de enriquecimiento concretamente. Muchos países con centrales nucleares no se enriquecen, pero otros lo hacen, lo que permite a Irán a afirmar, razonablemente, que el enriquecimiento ha sido hasta ahora una actividad permitida. El único criterio que el Tratado de no proliferación establece es que toda la producción nuclear debe ser “con fines pacíficos”.

La visión estadounidense del acuerdo final es bastante diferente y se deriva de la idea de que Irán debe tomar medidas especiales para proporcionar la confianza de que su programa es pacífico. Esto permitiría a Irán enriquecer una pequeña y simbólica cantidad de uranio, hasta un nivel del 5% (lo que hace que se requiera mucho más tiempo para convertirlo a los niveles de armas). Más allá de eso, Teherán desmantelaría miles de sus plantas centrifugadoras existentes y cerraría su reactor de agua pesada. Washington quiere alargar el tiempo de espera entre un programa civil y militar.

Ambas partes tendrán que pensar mucho acerca de sus preocupaciones principales. Los funcionarios iraníes tendrán que ponerse de acuerdo con el hecho de que su país esté siendo tratado de manera diferente y por buenas razones. Irán tiene un programa que es sospechoso (una gran inversión para producir una pequeña cantidad de electricidad) y en el pasado el país ha engañado al mundo sobre su programa. Washington tendrá que reconocer que, si bien obtendrá más concesiones de lo que creía posible sobre las inspecciones, recibirá menos en el desmantelamiento del programa existente de Irán. Si se puede asegurar que tiene un plazo de ejecución —de seis a nueve meses— eso es un logro significativo. Después de todo, si Teherán arroja a los inspectores afuera, cambiaría la situación al instante y Washington no necesitaría seis meses para reaccionar.

Hay compromisos creativos que pueden unir muchas de las lagunas. Colin Kahl y Joseph Cirincione, de la Universidad de Georgetown, quienes trabajan en estos temas, señalaron que las centrifugadoras podían apagarse sin ser destruidas. De hecho, Irán cuenta con más de 19.800 centrifugadoras instaladas, pero menos de la mitad está en funcionamiento. Esos compromisos ya se han encontrado. Irán siempre había dicho que no iba a enviar lejos su almacén de 20% de uranio enriquecido, pero en el acuerdo provisional acordó neutralizarlo por dilución y la oxidación. Del mismo modo, Irán podría mantener su reactor de agua pesada en funcionamiento, pero convertirlo en un sistema de agua ligera.

De las reuniones con Rouhani y Zarif he salido convencido de que ellos son moderados que buscan una mayor integración de Irán con el mundo (Rouhani me insinuó, por ejemplo, que en los próximos meses, los líderes del Movimiento Verde serían liberados). Pero también estoy seguro de que ellos están operando bajo restricciones, con muchos opositores internos. Lo mismo podría decirse de la administración de Obama. Es mejor que ambas partes comiencen a preparar el terreno a nivel nacional para un acuerdo final —y los compromisos que éste implicaría— en lugar de esperar que si de alguna manera funcionó en Ginebra,  también funcionará en casa.