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¿Cuál clase media?

Con una ironía rayana en el sarcasmo, Benedetti dedicó un poema a la clase media: “medio rica/ medio culta/ entre lo que cree ser y lo que es/ media una distancia medio grande (…)”. Sin concesiones, como buen poeta radical; pero estamos en año electoral y todos los ojos, todos, se vuelcan hacia este segmento electoral. Porque los clasemedieros serán lo que sea, pero también son votos.

En 2011, el PNUD nos dio la grata noticia de que los clasemedieros llegaban a 3,6 millones de personas; pero se pone más interesante la cosa. El año pasado, el Banco Mundial incrementó sustancialmente la apuesta y afirmó que la mitad de los bolivianos estamos en camino a ser clase media. O sea, un poco más de 5 millones de compatriotas. Se relamen de antojo los estrategas políticos.

Supongamos que la cifra real está —benedettianamente— a medio camino entre la estimación del PNUD y la del Banco Mundial; no deja de ser interesante. Y con los cambios ocurridos en el país en los últimos lustros, no deja de ser un rompecabezas, porque la imagen usual que cualquiera de nosotros podría tener en la mente acerca de lo que es la clase media probablemente refleje a un hombre de tez clara, oficinista, de traje formal (como en los comerciales de autos); o bien, puede que nuestra imagen mental nos reproduzca una de esas idílicas familias de los anuncios de seguros de vida: sonrientes, vestimenta casual, dos hijos (siempre niño y niña), tez clara.

Insisto en lo de “tez clara” porque ninguno es “blanco”. En el mejor de los casos, nuestros modelos mentales son un poco menos morenos que el resto de la población boliviana. Vean si no el fragmento “Los ojos más azules” de la excelente película Dependencia sexual, de Rodrigo Bellot.

Pero resulta que la realidad nos muestra que hay clase media en Patacamaya, en Yacuiba, en Quillacollo, en Llallagua, en Samaipata. Los publicistas en off side, para empezar. Y el panorama se lo dedico a los marketeros políticos. Hoy somos más urbanos/as (67% de la población), más educados/as (91,4% de la población alfabetizada) más maduros/as (el 50% tiene entre 20 y 60 años) y estamos más conectados que hace una década (más de 8 millones de celulares, cientos de miles de smartphones, cafés internet por centenas, etc.). Ya es bastante conocido para cualquier analista con dos dedos de frente (y con capacidad para hacer un par de cruces de variables de internet) que la clase media, compleja, no es voto cautivo para ninguna tendencia política (si escucha a un Hitler / medio le gusta / si escucha a un Che / medio también-Benedetti dixit).

O sea: la derecha puede estarse despidiendo de la imagen esa de la familia feliz, del orgulloso propietario del sedán último modelo (comprado a crédito), de las caritas sonrientes que salen en las fotos de la página de sociales de los domingos y de sus discursos encendidos de respeto al ordenamiento jurídico a la sucesión democrática y contra la concentración del poder. Y la izquierda puede estarse olvidando de gastar sus energías en tratar de seducir (no siempre exitosamente) a esa misma clase media de tez clara y de crucero al Caribe en cuotas, tratando de convencerla de que un gobierno revolucionario sí sabe de manejo económico, de cifras, de eficiencia, de estabilidad.

¿Entonces? Yo busco a la clase media en los y las jóvenes que cumplen 18 años este 2014 y que en toda su vida consciente solo han escuchado hablar de Evo, que pueden (o no) ser hijos e hijas de los dirigentes sociales hoy diputados, ministras o jueces; que han aprendido a navegar en su smarphone a los diez años. Y me pregunto: ¿Qué quieren? ¿Qué comen? ¿Qué leen? ¿En qué creen?

Es economista.