Ucrania, una crisis anunciada
Lo que ocurre en Ucrania es la historia de una crisis anunciada de la que aún resta lo peor
Ucrania ha resucitado la Guerra Fría en Europa y se ha convertido en campo de disputa entre una Rusia que quiere recuperar la grandeza soviética y una Unión Europea que considera a ese país, en la encrucijada energética de Asia y el Viejo Continente, como una pieza clave de su codiciosa estrategia económica. Los gravísimos sucesos de estos días, además de una pugna por el poder cuyo final parece lejos, son solo un aviso del cataclismo que puede desatarse entre los ultranacionalistas ucranianos, alentados en Occidente, y las facciones prorrusas, respaldadas por Moscú.
Ucrania fue una de las repúblicas surgidas tras la caída de la URSS en 1991. Siempre fue la niña de los ojos de Moscú; de ahí la rusificación impuesta por los zares y continuada por los soviéticos. Pese al yugo del Kremlin, siempre perduró en Ucrania una división entre el este rusófono y el oeste, hablante de ucraniano y más cercano a Polonia y Europa Central.
Más de dos décadas de independencia no cerraron la brecha, ahondada por la presión de Moscú, el chantaje de las empresas energéticas rusas y la presencia de los buques de guerra rusos en la península ucraniana de Crimea, especialmente en su puerto-bastión de Sebastópol. Tampoco ayudaron los intentos de Estados Unidos y algunos países europeos, liderados por Alemania, de inmiscuirse en la política ucraniana, subvencionando a sus dirigentes contra Moscú y en defensa de una democracia “a lo occidental”, mientras el verdadero interés estaba en los gasoductos y oleoductos. Pero ni rusos, ni estadounidenses, ni europeos apostaron jamás por el único camino que habría impedido el choque: la construcción de un Estado ucraniano ajeno a injerencias y con peso internacional propio, barrera y a la vez puente entre la UE y Rusia.
Lo que ocurre en Ucrania es la historia de una crisis anunciada de la que aún resta lo peor. Algunos analistas apuntan a una “balcanización”. No parece, sin embargo, que en Ucrania se den las condiciones que llevaron al desastre yugoslavo. La Unión Europea, debilitada por la crisis económica, no está en la posición que le llevó a intervenir contra Serbia tras el escudo de la OTAN. Tampoco se encuentra Estados Unidos con el poderío de los años 90. Su estrategia está hoy más por la labor de reducir su presencia militar exterior que en buscar nuevos frentes.
No obstante, la situación es muy preocupante, pues en Ucrania se dan las condiciones de un conflicto civil violento. Las posiciones parecen irreconciliables, más aún con el respaldo europeo al nuevo Gobierno de facto y con el actor más imprevisible en este maremágnum, Rusia, nada dispuesto a ceder su esfera de influencia.
Para Moscú, la pérdida de peso en Ucrania dejaría abiertos nuevos flancos en el cercano Cáucaso y causaría una herida anímica en la propia población rusa, desde el Báltico al Pacífico. Los rusos de a pie sobreviven a las penurias y la falta de muchas libertades con la droga del nacionalismo inyectado por el presidente Vladímir Putin y la nueva nomenclatura de poder forjada con sus excamaradas del KGB.
Son estos aparatchiki, resucitados por Putin para dirigir su imperio de gas, petróleo, armas nucleares y grandeza neosoviética, quienes un cuarto de siglo atrás todavía gobernaban sobre los ucranianos. Será difícil convencer a los ultranacionalistas que han accedido al poder en Kiev desde las barricadas para que negocien con quienes llevan en sus portafolios los viejos fantasmas del pasado.