Una ‘confunsión’
Dos meses después, no han encontrado al tipo y puede que alguien aún esté buscando su peta verde
Viernes a las siete de la noche. Un chico estaciona su auto, una peta guinda, en la calle Presbítero Medina, casi esquina Pedro Salazar. Cuando regresa, una hora después, su coche no está como lo había dejado, sino con la parte trasera golpeada y subida en la acera, y hay gente y policías a su alrededor.
En medio del “no me lo puedo creer”, llueven los testimonios: era un taxi, dio muy rápido la curva, creo que el conductor iba borracho… Lo más curioso es que un policía ha logrado hablar con él, tomar su número de placa y que el tipo le entregara su brevete… dándose a la fuga mientras el uniformado apuntaba sus datos.
Desde la Unidad Operativa de Tránsito le dicen que van a mandar una grúa. El chico llama a su pareja y ella viene a acompañarle. Hace frío y ambos se sientan dentro del coche a esperar a la grúa, que “ya está en camino”. Tras dos horas y media y 15 llamadas más a Tránsito, ven bajar por la Pedro Salazar una peta verde cargada en una grúa. “Me late que se han confundido y se están llevando el auto que no es”, dice él. “No… ¿Cómo van a ser tan burros?”, responde ella. La voz que contesta la llamada número 16 afirma: “Ya hemos ido a la dirección indicada y hemos levantado el auto”. “Imposible, seguimos aquí”. Después de que él insista en que la peta no se ha movido de donde estaba hace casi tres horas y que está sentado dentro, le dicen: “Eh… este… Mandaremos otra…”. Y llega. Una hora después. “¿A dónde le llevamos el auto?”. “Hay que llevarlo a un estacionamiento de Tránsito”. “No, señor. No vamos ahí. Y son 400 bolivianos”. Al final, la pareja decide llevar el coche hasta su aparcamiento e ir a poner la denuncia. Es casi la medianoche.
Dos uniformados de Tránsito los atienden, si se puede decir así. Tras quejarse de haber estado esperando a la grúa durante tres horas y del costo del “servicio”, uno de los policías les dirige una mirada inquisitiva: “¿Ustedes, de dónde son?”. Y los dos, blanquitos, rubios, ponen cara de pelotudos. “¿Y eso qué tendrá que ver?”. “Es que en sus países debe ser diferente”. Tras explicarles que ambos viven aquí, pasan donde otro agente que toma la declaración… a máquina de escribir. Luego, vuelven con los dos tipos del principio. Uno está sentado ante una mesa y les vuelve a preguntar toda la historia. “¡Yo mismo he ido a la Salazar por una peta verde con una raspadura guinda!”, salta el otro. “Mi peta es guinda”, dice el dueño del auto. El tipo de la mesa abre mucho los ojos y mira con cara de “oh, oh” a su compañero. “Perdonen, señores. Aquí ha habido una ‘confunsión’, pero somos investigadores”. Dos meses después, no han encontrado al tipo (o eso dicen) y puede que alguien esté todavía buscando su peta verde.